Esteban Lucas Bridges (Ushuaia, 1874 – Buenos Aires, 1949). Primer escritor nativo de Tierra del Fuego, hijo del pionero Thomas Bridges.
Nació en la Misión Anglicana de Ushuaia, el 31 de diciembre de 1874, diez años antes del establecimiento de la primera subprefectura. Fue el tercer niño no aborigen que vio la luz en la Isla Grande.
Se casó en Londres con una escocesa, Jannette Jardine, el 30 de enero de 1917, y tuvo tres hijos argentinos: Stephanie, Jan Lucas y David.
En septiembre de 1948 publicó en Londres su famoso libro: Uttermost Part of the Earth, que fue traducido al castellano en 1952 como El último confín de la Tierra. Esta obra es una crónica novelada que abarca casi un siglo de la historia de su familia que se inició como colonos misioneros en Tierra del Fuego en 1871. Habiendo crecido entre los pueblos originarios de la isla, Lucas Bridges aprendió el idioma y las costumbres de los selk´nam y los yaganes, siendo un testigo privilegiado de su estilo de vida y creencias, así como de los trágicos efectos del avance de la civilización occidental.
Algunos historiadores, como el sacerdote salesiano Juan Esteban Belza, acusaron a los Bridges de explotar a los indígenas de Tierra del Fuego.
Esteban Lucas Bridges falleció en Buenos Aires el 4 de abril de 1949, y descansa en el Cementerio Británico, junto a su padre.
Fragmento de El último confín de la Tierra:
El frío ha sido intenso durante la semana. Hay poca nieve en el suelo. Hay 17 hombres en el lugar, lo que es un número inusualmente pequeño. Catorce hombres estuvieron fuera por cinco días y sólo cazaron cinco animales. Dos noches acamparon en el monte sin abrigo alguno. Una noche fueron empapados por una fuerte lluvia, pero, gracias a Dios, todos están de regreso, pero habiendo sufrido muchas penurias, que son ciertamente grandes. Su práctica es la de traer a su casa la mejor parte de esos animales, de modo que, cuando están afuera, usan la cabeza y partes huesudas. También se limitan a dos comidas por día: una es lo primero que hacen por la mañana y la otra cuando regresan al campamento por la noche. La extensión de tierra que atraviesan siguiendo a sus perros es sorprendente y llegan a estar muy esparcidos, la maravilla es cómo se las ingenian para encontrarse de nuevo en su campamento temporario en la noche, aunque a menudo ésta ya ha avanzado mucho antes que lleguen los cansados y cargados cazadores. Por cierto, esta gente demuestra gran fortaleza, persistencia y energía al perseguir su caza, sea de guanacos en el monte, sea de lobos en el agua. La semana pasada, un grupo grande fue hacia el Oeste en busca de guanacos y, durante la primera noche, cayó una fuerte nevada. Ese día cazaron tres guanacos. Comenzaron el segundo día, a pesar de que la nieve aún estaba cayendo y tuvieron un día duro, abriéndose paso a través de matorrales muy espesos y de nevazones que caían sobre ellos desde los árboles muy cargados; volvieron al campamento en la tarde, ¡sin nada! El tercer día siguió nevando y se quedaron en el campamento, que era un denso cinturón de monte a unas 18 millas de su casa. El cuarto día fue calmo, pero los árboles y arbustos estaban muy cargados de nieve cuando comenzaron su penoso y dificultoso retorno. Estaban todos mojados hasta los huesos y para evitar la nieve hicieron un largo rodeo por la playa y tuvieron que chapotear con el agua hasta la rodilla en el mar. Hicieron su camino a casa todo el cuarto día con su noche y estaban muy agotados cuando llegaron aquí. Uno de ellos, un sujeto alto y de fuerte apariencia, perdió el sentido por un rato y vagó sin saber adónde iba. Veinticuatro horas después de esta travesía, más de uno apenas sabía cómo poner un pie delante del otro. ¡Bravo, fueguinos! (…) Ayer algunos hombres salieron a buscar guanacos y capturaron dos. Esas dos pobres bestias, en una ocasión anterior ya habían sido atacadas seriamente por los perros nativos (…) Llegué a la conclusión de que los guanacos deben ser muy escasos. Uno de estos dos, como en una ocasión anterior, fue llevado por los perros hasta nuestra caleta y allí capturado y muerto. Hay muchos guanacos que andan heridos, viajando por este rudo país. Según mis averiguaciones, comprobé que los rifles, en las actuales circunstancias serían de poca utilidad para cazar estos animales, a los que es difícil aproximarse. Más útiles serían unos cuantos buenos perros que los alcancen y aferren, pero los nativos hoy no pueden mantenerlos.
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