Facundo Viñabal: Nacido en Río Grande, hijo de correntinos. Vivió la mitad de su vida lúcida en Buenos Aires. Se considera una persona nómada. Formado por la educación pública y técnica de Tierra del Fuego, en 2009 emprendió el desarraigo rumbo a Diseño de la UBA, y encontró la carrera de Imagen y sonido. Dentro de la formación académica de la FADU (UBA) trabajó en diversas áreas, mayormente en Guión y Dirección.

Como productor realizó en 2013 el corto documental “Villa Lago Epecuén”, el cual recibió la segunda mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes en 2014. En 2015 se sumó a “Tito Andrónico quiere decir Habeas Corpus” (de Mateo de Urquiza), una obra de teatral sátira de la obra Tito Andrónico de William Shakespeare, en donde junto a Federico Shmidt realizaron las visuales y video mapping que acompaña a la puesta en escena. En 2016 realizó el corto “Descubrí Mansonta”, una sátira a los alimentos transgénicos y a la política 2.0 que tanto se ve en las redes sociales.

En 2017, ya en Buffalo Contenidos, vuelve hacer uso del video mapping para hacer “Chacra 2” de Hacuna MC, en donde los edificios del barrio se vieron invadidos de visuales de los cantantes.

En 2018 finalizó con “Contrafase”, un mockumentary que habla sobre las formas de dominación social, pero llevado hacia el lado una historia de ciencia ficción en tierras fueguinas. Actualmente se encuentra trabajando en la expansión del universo de “Contrafase” y en la realización de una video-instalación.

Algunas apreciaciones de Facundo Viñabal para El Rompehielos:

Lo más extraño que me pasó filmando fue en Open Door, un pueblo que queda a 8km de Luján, en provincia de Buenos Aires. Estábamos retratando el pueblo con unos compañeros de la facultad. Veníamos grabando varias fachadas de casas y otros edificios del lugar porque lo que buscábamos era trazar un paralelismo sobre Open Door (la clínica psiquiátrica emplazada en el lugar y que da el nombre al pueblo), el tratamiento que se le daba a los internos y como se reflejaba en la arquitectura del lugar.

En un momento, mientras íbamos en un auto, nos comienza a perseguir un Ford Falcon  bastante venido a menos, luego nos sobrepasa y se nos pone enfrente, totalmente cruzado, bloqueando el camino. Se baja un tipo muy alto, viejo y con actitud prepotente nos pregunta por qué estábamos espiando. Nos dice que nos tenía que llevar a la comisaría. Nosotros cuatro estábamos muy nerviosos. Nos pide que lo sigamos. El plan era que si no nos llevaba a un lugar claro nos íbamos a escapar aunque el pueblo era muy pequeño.

Finalmente llegamos a una comisaría, nos hicieron esperar afuera mientras el señor del Falcon hablaba con el comisario. Sale el hombre y el comisario muy sonriente nos dice que está todo bien, que es un pueblo muy chico y no están acostumbrado a que graben. Nos dice que la próxima vez pasemos y avisemos, así los vecinos se quedan tranquilos, y nos comenta también que el señor del Falcon era un ex militar retirado.

Una vez que nos calmamos nos despedimos del comisario y él dice: “Qué raro que no sacó el arma que tiene en el auto”.

Lo mejor de crear en Tierra del Fuego lo puedo ubicar puntualmente en la ciudad de Río Grande, porque es donde estoy y dónde me muevo. Me gusta el paisaje, pero no me refiero a la naturaleza sino a lo urbano, a la huella dejada por la sociedad. Ciertas partes de la ciudad, los suburbios industriales tienen una imagen muy derruida que me fascina. Esas marcas del tiempo y del relato positivista de la evolución imparable de la sociedad es la que me inspira a escribir y crear historias. Los lugares amables y reconfortantes como un bosque al pie de una montaña no me inspiran demasiado.

Lo destruido, lo fuera de lugar, lo que pudo ser y se quedó estancado, los que parecen fragmentos de sueños rotos me gustan, no por morbo, sino porque siento que ahí hay algo muy bueno para contar.

Hace un mes aproximadamente me tocó ir por las chacras de la Margen Sur, y encontré en un depósito varias camionetitas de Coca Cola en las cuales antes salían los vendedores de las empresas a levantar los pedidos. Lo sé porque mi viejo tenía un kiosco. Todas estas camionetitas estaban totalmente venidas a menos, estaban en desuso, oxidadas, con los ploteados blanqueados por el sol. Me hizo pensar en las marcas que nos deja el tiempo. Esas camionetitas fueron parte del paisaje de mi infancia y ahora están derruidas. Y mi infancia seguramente también, la inocencia se ha perdido con el pasar del tiempo. No pienso que esto sea malo, es parte de la vida y de obsolescencia de los productos de consumo.

No veo estás cosas con nostalgia sino maravillado de que las cosas no siempre están estáticas. Lo estático me parece un lugar raro, cómodo y hasta de cautiverio. Ver esas camionetitas ahí me dio la ilusión fugaz de ver un poquito del capitalismo desmoronado y que se está por caer.

Contacto: facundovinabal@gmail.com

 

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