Si bien no existe documentación al respecto, se cree que los primeros humanos en visitar la Antártida podrían haber sido los primitivos habitantes de los territorios más cercanos.

Según una leyenda neozelandesa, el marino maorí Hui-Te-Raingora, originario de la isla Rarotonga, en el siglo VII habría navegado hacia el sur, en un peligroso, largo y quizás último viaje, rodeando con su embarcación los icebergs que flotaban en un océano de misteriosa quietud, soportando vientos que golpeaban con un clima de muerte, hasta encontrarse con un área que denominó Tai-uka-a-pia (¨mar espumoso como arrurruz¨; dado que los témpanos le resultaron similares al aspecto de la fécula de la raíz de esta planta). Se cree que habría alcanzado la Barrera de hielo de Ross, que sintió sobre su piel el frío sol de la Antártida, aunque no llegó a desembarcar sobre su hielo crujiente.

Al parecer, estos aventureros maoríes no hacían viajes continuos. Cuando encontraban una nueva isla, se tomaban un descanso que podía durar semanas, meses o años. Hui-Te-Raingora y sus compañeros habrían pasado un tiempo considerable en la isla subantártica Campbell, cazando focas, ballenas y pingüinos. Estas grasosas carnes les habrían permitido llevar una dieta de más de 5000 calorías diarias, necesaria para estar en forma y saludables. También se pueden haber servido de la vegetación de la isla para reparar sus embarcaciones antes de aventurarse al sexto continente.

La gran canoa en que navegaba Hui Te-Rangiora estaba hecha con madera de un árbol sagrado y decorada con los huesos de los enemigos que había vencido. Al acercarse al Continente Blanco, cuentan que el guerrero maorí vio largas cabelleras de mujeres que se agitaban bajos las aguas del mar y criaturas misteriosas que se hundían y se mezclaban con las olas. Lo que observaba no era fácil de describir; la noche polar, el hielo y la nieve estaban más allá de su conocimiento y experiencia. Algunos creen que las cabelleras era frondosos bosques de algas, y las criaturas, elefantes marinos, focas o cetáceos.

Hay antropólogos que ponen duda esta travesía, que no creen que hayan podido sortear todas las dificultades que implica llegar a esos mares helados, y suponen que las leyendas nativas de los viajes de Hui Te-Rangiora se mezclaron en la tradición oral con historias recientes de misioneros, comerciantes y balleneros de un par de siglos atrás.

 

Federico Rodríguez 

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