La agricultura es una de las actividades económicas más importantes de nuestro país. Gracias a ella hemos sido apodados como “el granero del mundo”. Las consecuencias ambientales de la sobreexplotación agrícola son variadas, pero una de las más preocupantes es la utilización de glifosato, principalmente en las plantaciones de soja, siendo Argentina el país que más agroquímicos ha utilizado en el año 2017

Los números son preocupantes. Según cifras de la Cámara de la Industria Argentina de Fertilizantes y Agroquímicos (CIAFA), por segundo año consecutivo creció el uso de fertilizantes y cerró otro año récord para la industria. Desde la entidad informan que el sector comercializó 3,8 millones de toneladas en 2017, lo que posiciona a nuestro país en el líder internacional de consumo de glifosato, un poderoso herbicida utilizado para la siembra de granos transgénicos conocidos como “Round-Up ready” y cuyos efectos nocivos para el ambiente y la salud humana han sido corroborados por numerosos estudios internacionales.

“Argentina lidera en el uso de agroquímicos. Tiene un consumo de glifosato que no tiene, ni siquiera, Estados Unidos. En Francia, por ejemplo, está prohibida la soja transgénica, ellos saben que requiere de un paquete tecnológico que implica la utilización de muchísimos litros de químicos, entonces optaron por no sembrar esta soja. Lo que están haciendo Europa y China es trasladar el costo ambiental; dejan que Argentina degrade su tierra, que utilice químicos, que la población se enferme y tratan de recibir el producto terminado”, afirma Patricio Eleisegui, periodista y escritor, autor del libro “Envenenados”, primera investigación periodística sobre los efectos de los transgénicos y los productos químicos utilizados en la agricultura.

En Argentina, gracias a la presiones ejercidas por grupos ambientalistas y de vecinos y vecinas afectados, son muchas las localidades que han prohibido la utilización de este herbicida en sus ejidos urbanos. Recientemente, mediante la ordenanza municipal 9789, quedó prohibido el uso y comercialización del herbicida glifosato dentro del ejido urbano de la ciudad santafesina de Rosario. La ordenanza sienta un precedente muy importante para la región: mediante ella se fijan pautas y sanciones para quienes operen fuera de lo establecido por la norma. Si bien la tendencia en cuanto a la prohibición es clara, el consumo de glifosato continúa aumentando y las nuevas medidas económicas nacionales que reducen las retenciones posibilitan que los productores puedan acceder a adquirir y utilizar mayores cantidades con todo lo que ello implica para el ambiente y la salud.

La situación es alarmante pues la presencia (y por consiguiente sus efectos) de los agroquímicos no se limita solo a los territorios fumigados. Recientemente, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) publicó cifras oficiales que indican que más del 60% de las frutas y verduras del Mercado Central contienen trazas de agroquímicos, muchos de ellos de utilización prohibida en nuestro país. Las consecuencias a mediano y largo plazo del consumo por parte de la población de estos químicos son incalculables. Otro estudio llevado adelante por el Espacio Multidisciplinario de Interacción Socio Ambiental (EMISA), de la Universidad Nacional de La Plata, halló entre noviembre de 2014 y abril de 2015, que en el 83% de los cítricos (naranjas y mandarinas) y las zanahorias había presencia de agrotóxicos. Asimismo dieron positivo el 78% de los pimientos y el 70% de las verduras de hoja verde (lechuga y acelga). Lo que estas cifras indican es alarmante: estamos comiendo veneno con nuestras verduras y frutas y no sabemos cuáles serán las consecuencias.

Sin embargo, esta alarmante realidad no parece afectar a los empresarios ligados a la explotación de agroquímicos quienes, lejos de mostrarse preocupados, festejan este boom de ventas y proyectan más crecimiento: “todavía tenemos mucho por crecer ya que las dosis promedio por hectárea están por debajo de lo ideal”, señaló Marco Prenna, presidente de CIAFA.

El futuro no es prometedor cuando la clase empresarial y la política se proponen incrementar la producción ignorando las consecuencias ambientales y de salud. Nuevamente quedará en manos de los activistas, de las ONGs y de los vecinos y vecinas hacer frente al embate de los agrotóxicos para impedir que continuemos llevando veneno a nuestras mesas.

 

Abel Sberna

 

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