EL ROMPEHIELOS presenta el ciclo “Ningún suelo más querido“. Seguí este contenido todos los lunes.
El cuidado de los muertos
A mediados de junio de 1982, luego de haber finalizado la guerra, el capitán Geoffrey Cardozo y un grupo de soldados ingleses recorrían las praderas y los montes desolados de las Islas Malvinas, tierra sobre la que aún estaba secándose la sangre.
Los ingenieros militares, encargados de desactivar minas en los campos, habían empezado a encontrar los cuerpos de los soldados argentinos muertos en batalla. Las urgencias del combate hicieron que en algunos casos los cadáveres fueran tapados con mantas; en otros, cruces de madera o montículos de piedras marcaban el sitio donde los restos yacían bajo tierra.
Cuando se topaban con estos hallazgos, realizaban una pequeña ceremonia: rezaban una plegaria y Cardozo ejecutaba en su trompeta la triste melodía del toque de silencio.
Luego, extendían una sábana para tener una superficie limpia donde revisar los cuerpos. Iluminados con linternas, soportando las molestias del viento y las temperaturas del invierno malvinense, examinaban a los muertos y buscaban cosas de metal entre las ropas: podría haber quedado alguna granada con el seguro a punto de soltarse.
Ante los primeros cadáveres, el capitán inglés se sorprendió al ver que no tenían chapa identificatoria o que algunas chapas se encontraban lisas, con un papelito pegado encima y escrito a mano, sobre el cual el rigor del clima había disipado las letras.
No tenían registros médicos ni placas dentales.
¿Cómo iban a identificarlos?
Cardozo revisó con mucho cuidado y anotó cada detalle de cada cuerpo, las ropas, las cosas que había en los bolsillos. Separó rosarios, estampitas, golosinas, medallitas, fósforos, alguna foto ajada, cuchillos, antiparras rotas, cartas desnudas o en bolsas de nylon que los soldados cargaban como talismanes. Anotó datos y números, hizo dibujos y diagramas; anotó cualquier cosa que pudiera servir para identificar a los muchachos, incluso los lugares donde los iban encontrando.
El capitán inglés sintió que esos hombres, esos soldados, esos héroes que habían soportado el hambre, el frío y la locura de la guerra, también eran sus muchachos y que él tenía una responsabilidad hacia ellos; estaban huérfanos y su misión era ayudarlos para que vuelvan a encontrarse con sus padres.
Diariamente y con disciplina tomó nota de todo lo hallado en cada cuerpo, pensando en los que en el futuro iban a estar esperando.
Las sábanas sobre las que revisaban los cuerpos después sirvieron de sudarios. Los cuerpos eran puestos en una bolsa negra de plástico y envueltos en una blanca de PVC. Sobre esas bolsas, con tinta indeleble, anotó todos los detalles. Cada soldado argentino fue depositado en un ataúd de madera. Sobre la tapa del ataúd volvió a anotar la información que había reunido.
El granjero Brooke Hardcastle, quien se apiadó de los caídos argentinos, ofreció una parcela de su campo para que Cardozo reúna a los soldados muertos dispersos por las islas y arme el Cementerio de Darwin.
Más de cien cuerpos no pudieron ser identificados. El capitán inglés escribió sobre esas tumbas la frase: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”.
En el 2008, Cardozo conoció en Londres a Julio Aro, un veterano argentino que planeaba armar una fundación para ayudar a ex combatientes que sufrían estrés post traumático. Al enterarse que Aro había ido al Cementerio de Darwin y no pudo encontrar a sus compañeros, el capitán inglés pensó que quizás eran parte del centenar de cuerpos que no se pudieron identificar.
Antes de que Aro regresara a Argentina, Cardozo le entregó el informe que había elaborado entre 1982 y 1983.
El trabajo de Aro prosperó: formó la fundación ¨No me olvides¨ con la idea de identificar a los soldados enterrados en el Cementerio de Darwin a través de exámenes de ADN. Periodistas, el Equipo Argentino de Antropología Forense y el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Embajada Británica, Roger Waters y Cristina Fernández de Kirchner, entre otros, se involucraron de una u otra manera con este proyecto.
Los expertos coinciden en que Cardozo hizo un trabajo excelente, que cuidó y trató con dignidad cada cuerpo, y que supo conservar los cadáveres muy bien, haciendo más sencilla la exhumación y la identificación.
Cardozo cumplió con la promesa imposible que hizo en lo más íntimo de su alma a las madres de los muertos.
Desde el retorno a la democracia en 1983 hasta el 2012, ningún gobierno argentino se había ocupado de los 122 soldados sin identificar que duermen su último sueño en el Cementerio de Darwin.
De los cuerpos de los soldados que el capitán inglés Geoffrey Cardozo escribió sobre sus tumbas que sólo eran conocidos por Dios, hoy resta saber la identidad de 7.
Texto: Fede Rodríguez
Imágenes aéreas: Ignacio Robayna
Música: Sebastián Bradley
Investigación: Francisco Fernández Arroyo
Este ciclo incluye material audiovisual de EL ROMPEHIELOS, grabado en las Islas Malvinas, e incluye historias destacadas de algunos protagonistas de nuestra historia.