EL ROMPEHIELOS presenta el ciclo Mitologías fueguinas.
Los días domingos y los miércoles publicaremos las apasionantes leyendas del pueblo selk’nam y del pueblo yámana.
Cultura yámana: La sangre de las mujeres

Chingolo era un yámana holgazán que no le gustaba cazar y siempre estaba reposando al lado del fuego, sucio de aceite de pescado.
Tenía varias esposas y como no podía alimentarlas a todas, las mandaba a la choza de los Yoalosh a suplicar por comida.
Antes de presentarse en la choza de los hermanos, las mujeres cubrían su cuerpo con puntos y rayas de colores para resaltar sus atributos y seducirlos.
Así fue como los hermanos Yoalosh trabaron relaciones con estas mujeres.
Con el tiempo se volvieron más exigentes y se propusieron observar con atención a cada una de las esposas que Chingolo enviaba a buscar comida. Cuando la visitante no les gustaba, enviaban a su hermana con un trozo de carne, para despacharla rápidamente.
Un día llegó Gaviota. Ambos hermanos pensaron que era fea como intentar tragar un manojo de musgos. Le dieron comida y la enviaron de vuelta.
Luego vino Carancha. Watauineiwa no mezquinó belleza al crearla. Los hermanos se enamoraron en el acto. Sin vacilar le pidieron a la muchacha que sea esposa de los dos.
Así pasaron varios días de deleites y pasión dentro de la cálida choza.
Con el correr de las noches, el mayor de los Yoalosh notó que solo él se ocupaba de la caza, de la pesca y de juntar leña. Carancha y su hermano permanecían todo el tiempo en el interior de la choza, al calor de los abrazos.
Convencido de que su hermano menor era el preferido, decidió dejar el mar y sus labores para espiarlos. Sin ser escuchado se puso muy cerca de la choza.
En ese momento, Carancha le decía al menor de los Yoalosh que prefería pasar la noche con él, y no con su hermano, porque su miembro era más grande y le daba más placer.
Rabioso, el mayor entró a la choza. Entre risas y besos, Carancha lo recibió nerviosa. En castigo por haber menospreciado su virilidad, le abrió las piernas y la tomó con tal violencia que al terminar el acto la mujer se llevó los dedos a su sexo y notó que estaba sangrando.
La herida sanó pronto, pero el castigo alcanzó a todas las mujeres.
En esos días, las madres les enseñan a las hijas a apartarse de los hombres y de los trabajos pesados.
Con cada nueva luna, las mujeres vuelven a sangrar.
Los primeros fueguinos, como hizo siempre toda la humanidad, han narrado el origen de su mundo, han elaborado ideas sobre la vida y la muerte, sobre la moral y las costumbres, han creado historias para contar los poderes de sus dioses y las hazañas de sus héroes, han desarrollado una rica mitología para explicarse a ellos mismos de dónde venían y quiénes eran.
Estas son historias que desde tiempos antiguos han servido para dar apoyo y enriquecer a los hombres y a las mujeres que se enfrentan a la experiencia de estar vivos.
Las leyendas que entretejían los ancianos frente al fuego, hoy llegan recreadas por la sobria pluma de Fede Rodríguez y los mágicos pinceles de Omar Hirsig.
Dejá que las Mitologías fueguinas te atrapen.
Fede Rodríguez
Ilustración: Omar Hirsig
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