En la capital fueguina, marchamos al grito de “emergencia nacional”. Marchamos ante lo urgente, marchamos diciendo una vez más “dejen de matarnos”. Marchamos hartas porque la cifra de femicidios durante el primer mes del año, golpea con la fuerza del puño cerrado de los violentos. 29 días, 19 asesinatos de mujeres, que fueron víctimas por haber nacido mujeres.

Marchamos para hacer frente a la expresión más extrema del machismo y para reclamar al Estado, políticas públicas que tiendan a prevenir y erradicar la violencia de género. Actuamos sobre la consecuencia más violenta y terminante que subyace de un tejido social y cultural que asigna valores y roles determinados por el sexo biológico. Ese entramado es el que hay que romper para poner fin a la violencia machista.

El 3 de junio de 2015, fue la primera marcha del colectivo NiUnaMenos. Esa movilización introdujo con fuerza la temática de género a la mesa de los argentinos y argentinas. A partir de ese momento la violencia hacia las mujeres fue un tópico ineludible y se construyó un consenso entre todos los sectores de la sociedad, cuya base fue -y es- tolerancia cero; a las mujeres no se les pega, no se las viola, no se las mata.

El obstáculo en el camino, es la falta de problematización sobre el tema -algo que injustamente algunos sectores le adjudican al feminismo- porque -como ya se dijo- los femicidios son el emergente de ese entramado social y cultural en el que está en juego la configuración de las diferentes relaciones entre hombres y mujeres. La ausencia de preguntas, derivaron en frases y hashtags con enorme trascendencia en las redes sociales, pero en algunos casos resultaron en imágenes tan irónicas como la foto de los 7 concejales hombres de Ushuaia sosteniendo un cartel con la frase “Ni Una Menos”. No entender que la paridad de género o el aborto legal, seguro y gratuito -entre otros tópicos- forman parte del recorrido que hay que hacer para erradicar la violencia de género, vuelve cómplice a la sociedad de los femicidios. Porque esa sociedad quiere a las mujeres sólo en las casas y siendo madres, aunque, claramente, no las quiera muertas o violadas.

La discusión sobre el proyecto de legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, corrió el velo hipócrita que había en Argentina sobre el aborto. Muchos dijeron que el feminismo se comió la curva durante ese proceso; ¿Era ingenuo pensar que en un contexto de cercenación de derechos, se iba a adquirir uno tan básico como la soberanía sobre el cuerpo de las mujeres? Tal vez si, pero si durante 13 años pedís la pelota para jugar y finalmente te la entregan, pero lo hacen un día de lluvia, vas a salir a jugar igual. Eso hizo el feminismo, lo dio todo y consiguió la única victoria posible, la visibilización del aborto en la Argentina.

Esa victoria, no es sólo simbólica, porque permitió a las mujeres tejer redes de justicia redistributiva. Antes de 2018 si una mujer rica quería abortar lo podía hacer en un clínica privada pagando un fangote de guita, otras mujeres con menos recursos económicos, pero con educación y algunos conocimientos, llamaban a las socorristas y las mujeres más pobres se morían entre perejiles y perchas. Las nueves redes interpelan esa realidad y la transforman; cada vez más mujeres sostienen mujeres. Lo otro que dejó al descubierto el debate sobre el aborto, es que las mujeres tenemos derecho al placer y al deseo y no sólo a dar placer y ser deseadas.

Y surgió el problema del lenguaje. Porque algo es, cuando se nombra. Y a nosotras no nos nombran. Las niñas de las primarias tienen que sentirse incluidas en el “Hasta mañana chicos” que habitualmente dice la maestra al finalizar la jornada escolar. No es un problema menor, ya que se piensa como se habla. Primero como interrogantes, después como sentencias comenzaron a surgir la nuevas formas del lenguaje inclusivo. La “@”, la “x” la “e”, fueron las primeras cachetadas para la Real Academia Española, esas letras que vinieron para decir que el mundo no será más, sólo de los hombres.

Entonces el viernes marchamos otra vez. Contra los femicidios como emergente, pero contra todo ese entramado que allana el camino de los violadores y asesinos. Marchamos contra editoriales como el de La Nación del mismo viernes, que romantizan la idea niñas embarazadas, haciendo apología a la pedofilia. Marchamos con consigna, sí, pero buscamos evitar que los pilares que hacen al feminismo el movimiento heterogéneo que es, se conviertan en frases marketineras estampadas en remeras de Ona Saez.

Marchamos y vamos a seguir marchando con los cuerpos en la calle, hasta que quede claro que la violencia no es sólo física y que es héteropatriarcado el que produce violadores y asesinos. El feminismo se posiciona como un movimiento que será clave en las nuevas configuraciones de la sociedad.

 

Imagen de portada: La Hoguera

Luz Scarpati

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