Primero de todo, huelga decir que no existen reglas, leyes ni normativa alguna que haga referencia a las travesías antárticas. Lo que sí es cierto, tal y como expone muy razonadamente Damien Gildea en un informe perfectamente documentado publicado por ExplorersWeb, es que si alguien asegura que es el primero en completar una travesía de la Antártida en solitario sin asistencia ni ayuda externa su actividad debe poder ser comparada con otros que lo hayan intentado.

Ese es el punto de partida que utiliza el autor del extenso artículo para analizar las diferentes opciones y decisiones de Colin O’Brady en su mediática travesía, seguida un día más tarde por Louis Rudd. El estadounidense y el británico necesitaron 54 y 55 días respectivamente para recorrer los aproximadamente 1.500 km de distancia que van desde la barrera de hielo Ronne hasta la barrera de hielo Ross, pasando por el Polo Sur.

Según la investigación llevada a cabo por Gildea, O’Brady y Rudd quedaron “a cientos de kilómetros del hielo marino. Todavía estaban sobre hielo terrestre, y desde que dejaron el Polo Sur, recorrieron una carretera construida por el gobierno de Estados Unidos en 2005, algo que nunca mencionaron a la presa o a sus seguidores online. Ni cruzaron el continente ni lo hicieron sin apoyo”.

El periodista critica con dureza la actitud de muchos aventureros a la hora de narrar sus actividades: “Durante décadas, los aventureros han manipulado el lenguaje y han retenido información con el objeto de presentar sus expediciones de la manera más atractiva. Utilizando calificativos sutiles que significan algo para ellos y sus competidores, pero muy poco para cualquier otra persona, buscan conseguir patrocinios y aumentar su reputación. Hemos visto ya este estas crecientes ascensiones condicionadas en el Everest, pero el esquí polar es todavía más extraterrestre y esotérico, una cultura hiper especializada sobre lo que se puede o no hacer cuyas raíces se hunden atrás en el siglo pasado”.

Recorrido recortado

La argumentación principal de la crítica versa sobre el recorrido utilizado. Colin O’Brady y Louis Rudd decidieron comenzar y terminar su travesía donde se supone que termina el hielo continental y comienza el hielo marino, es decir, en la línea de la costa si no existiera el hielo. Eso deja el recorrido en unos escasos 1.455 km, que son prácticamente la mitad de los 2.845 km que recorrió Borge Ousland en su travesía de 1996-97, en solitario y utilizando cometas por una zona parecida. El noruego, sin embargo, fue de mar a mar y necesitó 65 días.

Ir de mar a mar ha sido siempre lo más lógico. Así lo hicieron los primeros exploradores antárticos, como las expediciones de Amundsen (2.700 km) y Scott (se quedaron en 2.570 km), en 1911-12. Igualmente también lo hicieron así las primeras expediciones mecánicas, como las de 1957-58 de Hillary (2.012 km) y de Fuchs (3.472 km).

Pero O’Brady y Rudd no han sido los únicos en hacer algo así, sino que han seguido los pasos de otros aventureros que antes que ellos estiraron el concepto de travesía de forma dudosa… a partir de motivos comerciales. Lo hicieron Reinhold Messner y Arven Fuchs (1989-90), perjudicados por un problema logístico que hizo que su avión los dejara tierra adentro en lugar de en la costa donde habían planeado. También lo hicieron Ranulph Fiennes y Mike Stroud (1992-93) o Anne Banroft y Liv Arnesen (2000-01), cuando no llegaron al destino final en la costa de sus respectivas expediciones y aseguraron haber terminado donde termina el hielo continental. Posteriormente, esos precedentes han sido utilizados por otros para dar valor a sus supuestas hazañas, entre las que se cuenta la de Felicity Aston (1.744 km en 2011-12).

Sin embargo, otros aventureros a lo largo de la historia han optado por recorridos todavía más largos que el de Ousland, con la voluntad de ser estrictos con el concepto de travesía. El noruego Rune Gjeldnes recorrió 4.800 km para cruzar Antártida de norte a sur en 2005-06, mientras el suizo de origen surafricano Mike Horn llegó hasta los 5.100 km en 2016-17.

La principal dificultad para llevar a cabo recorridos de este estilo sin asistencia ni ayuda externa radica, precisamente, en lo colosal de la distancia a recorrer. Una distancia que, sin el recurso del viento o algún sistema mecánico, se considera imposible de salvar en los aproximadamente tres meses que dura el verano antártico. Cualquier tentativa que se saliera de esa ventana de tiempo, sería prácticamente un suicidio.

Fuente Desnivel.com

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