La tarde del 28 de abril de 1951 el pequeño avión despegó de Chile Chico hacia el norte. Las condiciones meteorológicas obligaron al piloto a regresar, solicitando por radio que se iluminara la pista, ya que la noche otoñal y lluviosa avanzaba sobre la zona del lago Buenos Aires.

En aquellos años la pista de aterrizaje no se iluminaba con un sistema de balizas, sino que se recurría al servicio de vehículos que se disponían en los extremos de la “cancha de aviación” apuntando sus faros en la dirección indicada. Así lo hicieron en esta oportunidad, tomando posición apresuradamente cuando ya se escuchaban los motores del avión en aproximación.

Pero el reiterado sobrevuelo sobre la frontera también alertó a los vecinos de Los Antiguos, quienes interpretaron las maniobras de aproximación como una señal de emergencia. En pocos minutos partieron vehículos que se estacionaron como balizas en la pista del lado argentino.

Las pistas de aterrizaje de Chile Chico y Los Antiguos (en rojo) se encuentran a una distancia de 6,3 km. La estrella naranja indica el lugar aproximado del siniestro.

En la oscuridad, bajo la lluvia, y con poco combustible, el piloto del bimotor procuraba orientarse sobrevolando la costa sur del lago. Informó por radio a Chile Chico que había pasado la pista y que giraría para la aproximación final. Fue su última comunicación.

El silencio se instaló a ambos lados del rio Jeinimeni, por donde pasa la frontera. El sonido de los motores del Curtiss C-46 de la aerolínea Lyonair fue reemplazado por el golpeteo de la lluvia sobre los vehículos estacionados en ambas pistas de aterrizaje.

Las once personas dentro del avión sintieron la violencia del impacto como una despedida de este mundo. Casi todos sufrieron heridas, algunas de gravedad. Un pasajero ileso, recuperado de la sorpresa y orientado durante una interrupción de la lluvia, caminó en busca de ayuda. Descendió al cañadón del río Los Antiguos, donde se pudo avisar a Chile Chico mientras regresaba con ayuda al lugar del accidente, pero no pudo orientarse y la partida de rescatistas se dispersó por el campo.

Mientras tanto, desde Los Antiguos y Chile Chico, guiados en la dirección donde habían visto y escuchado por última vez al avión, se pusieron en marcha los vecinos a caballo y en vehículos hasta donde fue posible. Durante horas reinó el desconcierto en la oscuridad. El terreno ondulado y cubierto con altos matorrales desorientaba y dispersaba a los distintos grupos que, con gritos y encendiendo fogatas procuraban mantenerse en contacto. Finalmente el fuselaje, escondido entre las lomas, fue localizado y los dispersos rescatistas se concentraron en el lugar para iniciar la evacuación. 

Una familia de Los Antiguos visita el avión siniestrado en diciembre de 1962. 

El accidente aéreo de 1951 es uno de los muchos sucesos en los que los pueblos hermanos de Los Antiguos y Chile Chico unieron fuerzas. La solidaridad entre vecinos de ambos países existe desde los primeros años del poblamiento de la zona a principios del siglo XX. Queda de manifiesto en los relatos de los hechos conocidos como “La Guerra de Chile Chico” en 1918, en la cooperación mutua para hacer frente a las consecuencias de la erupción del volcán Hudson en 1991, y en cualquier situación que requiera una mano del vecino en este apartado rincón de Patagonia.

EL ROMPEHIELOS

Fuentes: “Cuando éramos niños en la Patagonia” de Jean Chenut, publicado por Pehuen Editores (Chile), 2006
https://aviation-safety.net/
Compilación: Guido Vittone

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