En muchos niveles fue entrar en el túnel del tiempo. Su forma, su extensión, su historia. No estaba tal como lo recordaba, pero todo lo que significaba seguía estando intacto. Las butacas amarillas dieron lugar a un suelo despejado y las paredes marrones se convirtieron en un blanco y celeste brillante.
Era 1987, Carlitos Balá hacía su show en ATC (hoy Canal 7), uno de los pocos canales que veíamos en Tierra del Fuego. Balá era, entonces, el artista infantil por antonomasia. Y yo lo veía, en vivo, sentada en una butaca amarilla, entre las paredes marrones del Cine del Batallón.
El Batallón de Infantería de Marina N°5 Escuela. No hay una persona en Río Grande que no sepa qué es el BIM5. El glorioso BIM5. Que tuvo su página de honor durante el conflicto bélico de 1982, cuando nuestro país luchó por la soberanía de nuestras Islas Malvinas.
A pesar de que faltan apenas horas para la primavera, la ciudad amaneció nevada. Los días se volvieron más largos y el amanecer ocurrió hace un par de horas. Afuera me recibe un cartel que cuenta en breves líneas el inicio de su historia: “Creado el 26 de junio de 1947 como Destacamento de Vigilancia y Seguridad de la gobernación marítima de Tierra del Fuego. En 1953 cambia su organización y se lo denomina Batallón de Infantería de Marina Nº5”.
“Las instalaciones fueron levantadas por un grupo de ingenieros del Ejército Argentino”, cuenta el Capitán de Fragata Maximiliano Vega, actual comandante del BIM5. El dato me resulta totalmente nuevo, siempre había creído que sabía todo respecto al origen del batallón y resultó no ser así. La primera sorpresa me entusiasma y quiero conocer más. “Luego, por una decisión política, terminó instalándose la Armada”.
El Capitán Vega tiene 44 años y una larga vida dentro de la Armada Argentina: “uno siempre escucha hablar del BIM5, incluso se lo estudia en la Escuela Naval, pero una cosa es que te lo cuenten y otra es vivirlo”, dice entre contento y orgulloso.
Maximiliano está casado con Verónica, se conocieron en el Edificio Libertad, él ya era un oficial de carrera, ella personal civil con varios años en la fuerza. Juntos tienen dos hijos y juntos han encarado 14 mudanzas en 13 años.
Cuando pensé en escribir sobre el Batallón y la comunidad supuse que un Comandante actual no me iba a poder contar demasiado sobre nuestra historia. Debo decir que, afortunadamente, me equivoqué.
Mientras se aprobaba el voto femenino y se instauraba finalmente en Argentina el voto universal, comenzaba tímidamente la historia de aquel Destacamento de Vigilancia y Seguridad. Emergiendo, primero, desde la ciudad de Ushuaia.
Con la reelección de Juan Domingo Perón, en 1951, la primera compañía se destaca finalmente al norte de la isla, ocupando los cuarteles construidos por la Dirección General de Ingenieros del Ejército. En 1952 el asiento de la unidad se traslada desde la Base Naval a Ushuaia, para terminar instalándose -y constituyéndose como Batallón de Infantería Nº5- en 1953.
El impacto en la comunidad fue inocultable. Por aquel entonces la ciudad de Río Grande, declarada como tal el 11 de julio de 1921, tenía una población aproximada de 3000 habitantes. El arribo de casi 1000 hombres hacía que todo en la comunidad sea asombrosamente nuevo.
A sabiendas de que la ciudad no podía responder ante tal cambio, desde el BIM5 se tomó la determinación de autoabastecerse. Así nacieron la panadería, los invernaderos -donde se producían verduras y hortalizas-, la enfermería –“Sanidad”, aclaró cien veces Vega durante la charla-, la lavandería y hasta una unidad de lucha contra incendios.
Cuando se instala finalmente el Batallón, la ciudad ya contaba con energía eléctrica, pero la Usina fallaba muchas veces. La fuerza tenía su propio generador y estaba conectado a la red de uso domiciliario; entonces, cuando la usina fallaba, era el el BIM el que proveía de energía a los vecinos.
El pan, las verduras y todo excedente que pudiera ser aprovechado era repartido, sin cargo, al resto de los habitantes. De a poco se fue tejiendo una red solidaria, una retroalimentación invisible entre aquella unidad y la ciudad.
No faltaba el vecino que, enfermo, se iba a hacer atender a Sanidad dentro del BIM, las puertas estaban abiertas. Incluso, cuenta la historia, que algunos nuevos riograndenses vieron por primera vez la vida dentro de esa misma sección.
Urgente lo llamo a Mingo Gutiérrez: “si no sabés vos, no sabe nadie”, le aseguro mientras le pregunto si recuerda el nombre de algún protagonista de tamaña hazaña.
“Bernardo Ramón Miranda nació en la sala de salud pública que se transformó en enfermería en el BIM”, dice con total seguridad. Hoy Ramón sigue viviendo en Río Grande, es taxista y tiene una gran historia para contarle a sus pasajeros.
Mientras que el Capitán Vega cuenta que en el lugar no hay ningún museo alusivo -ni siquiera de la guerra del Malvinas o del conflicto del Beagle de 1978- de fondo se escuchan las voces, fuertes y claras, de los integrantes del servicio militar voluntario, que egresarán como Marinero 2º, tropa voluntaria, después de casi dos meses de instrucción. “El museo es el lugar”, sentencia. Y la sentencia parece perfecta.
Sin quitarle mérito o autoridad, me atrevo a confirmar que el Batallón no pertenece a la Armada Argentina, es parte arraigada de una comunidad que, literalmente, creció a su alrededor. Un espacio militar que maduró a puertas abiertas, en íntima relación con los vecinos. El BIM abastecía a la comunidad, mientras se nutría de ella.
En 1988 la explosión demográfica a causa del impactante auge de la ley de promoción industrial hizo que Río Grande se transformara. La gente llegaba de a montones, incluso dormían en el aeropuerto a la espera que, desde las fábricas, llegaran a buscarlos para ofrecerles trabajo.
En el viejo cine, aquel que un año antes había visto desplegar la simpatía del ídolo de la niñez, se presentaban Los Chalchaleros. De impecable traje de gaucho blanco y poncho salteño al hombro Juan Carlos Saravia, su hijo Facundo -quien había sido incorporado solo 5 años antes, luego del fallecimiento de Ernesto Cabeza-, Polo Román y Pancho Figueroa le pusieron música a la helada noche del 8 de mayo.
El paso es lento, bajo el cielo despejado, en la Plaza de Armas; es septiembre pero la temperatura es bajo cero. La integración del Batallón con la comunidad ha sido siempre de una importancia vital, durante muchos años el pequeño Río Grande encontraba la vía de contención a través del BIM5, desde el pan que se elaboraba y horneaba en sus instalaciones, la leche que se repartía entre los pobladores, hasta la atención médica y odontológica.
Las aulas y el microcine no pueden ocultar las paredes y las conexiones viejas donde otrora estaban los hornos. Adivino el aroma del pan recién sacado. Los invernaderos ya no existen y nadie está demasiado seguro de cuál era el lugar físico que ocupaban. La sala de odontología se ha modernizado, pero las paredes que la cobijan siguen intactas. El viejo cine, donde en 1996 vi el estreno de Twister, ahora es un salón de usos múltiples.
Hoy funciona dentro del predio la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, sede Río Grande, con total independencia. Ese cuadro, visto desde afuera, hace preguntarse si en algún otro lugar del país podría ocurrir algo semejante.
65 años en los que 1978 y -sobre todo- 1982 se volvieron emblema. Una comunidad que acoge al que le toca “venir de pase”. Resuena una vez más lo que dijo Vega más temprano: “una cosa es que te lo cuenten y otra es vivirlo”.
La memoria emotiva dibuja el perfume de la leche con chocolate que reparten en “la chancha”. No hay chico -o adulto- que no se anime a asegurar que es la mejor chocolatada del mundo. La que te espera al final de los desfiles o durante la vigilia en honor a los caídos en Malvinas.
Ver a un grupo trotando en la playa era un acontecimiento que reunía a los curiosos, la ropa de fajina se convertía en carta de presentación.
El comandante se va a buscar a los chicos a la escuela, pasaron tres horas desde que comenzó la charla, saco algunas fotos y me muevo lento. Siento que si me voy dejo ahí parte de mi historia. Pero la historia traspasa monumentos, insignias, condecoraciones y emblemas.
Hace treinta años, después del show de Carlitos Balá, me fui con una bolsita de premios por haberme animado a participar. Hoy me voy mirando hacia adentro, uniendo con hilos invisibles el pasado, el presente y el futuro. Contenta, como con mi bolsita de premios.
María Fernanda Rossi