Dante Leguizamón es un periodista de los Servicios de Radio y Televisión (SRT) de la Universidad Nacional de Córdoba que se entusiasmó con una propuesta disruptiva en su vida y su carrera: conocer las Malvinas. Nunca se había subido a un barco, y cuando estaba por volver a tierra firme, explotó la pandemia y terminó navegando durante 50 días en un cautiverio marítimo a lo largo del continente americano.
La siguiente es una entrevista a fondo con la revista “El Bulevar” de Villa Ciudad Parque, Córdoba.
El Bulevar: ¿Cómo surgió la idea de viajar a las Islas Malvinas?
Dante Leguizamón: A mí Malvinas me interesó desde siempre, fue muy fuerte mi experiencia de chico y muy particular vivir la guerra en un pueblo del interior del interior (N. de la R.: es de Río Ceballos). Un amigo me ofreció subirme a un crucero, en el que trabajaba, que hacía una parada en las islas y decidí aprovechar la oportunidad. Me despertó muchas ganas de hacer un laburo periodístico.
El 8 de marzo, Dante se subió a un barco de nombre Zaandam con la idea de realizar un viaje de trece días y desembarcar en el sur de Chile.
EB: ¿Cómo empezó la travesía?
DL: Yo me fui a Malvinas en un barco que finalizaba su viaje el 21 de marzo, en Chile. Pero al llegar a Punta Arenas, Piñera (presidente de Chile) había declarado la emergencia sanitaria y no nos dejaron bajar; tampoco pudimos hacerlo en Valparaíso ni en ningún otro puerto. Así que, vía canal de Panamá, nos llevaron hasta Miami, donde nos cambiaron de barco.
Pero el recorrido hasta la península de la Florida estuvo muy lejos de ser un crucero de placer: varios pasajeros comenzaron a tener síntomas de Covid-19 y todos fueron confinados en sus habitaciones.

EB: En ese momento tan tenso, ¿con qué información contaban? ¿Sabían al menos hacia dónde iban?
DL: Cuando las cosas se complicaron y no pudimos bajar en Chile el capitán del barco dio un mensaje: “nos vamos hacia el norte”. Las alternativas eran Puerto Vallarta o Miami. La situación era dramática: los pasajeros estaban encerrados en sus habitaciones y nosotros en las cabinas donde dormíamos (sin ventanas ni luz natural) que se ubicaban justo debajo de la enfermería, donde empezó a morirse la gente por coronavirus. Primero hubo cuatro y aparentemente después, dos más.
EB: ¿Temías por tu vida?
DL: Yo lo que no quería era caer en la enfermería porque sabía que la sala no estaba en condiciones, que entrar ahí era una sentencia de muerte. Por eso muchos tenían síntomas y los escondían, lo que hacía más compleja la situación.

En Miami, Dante y otro grupo de personas fueron cambiadas a otro barco de la misma empresa (holandesa de capitales norteamericanos), quedando fuera del riesgo sanitario, pero no en libertad.
EB: ¿Cuánto tiempo permanecieron en Miami?
DL: Cuando llegamos nos mudaron al crucero Rotterdam, a unas habitaciones muy lujosas de las que tampoco podíamos salir. Allí estuvimos quince días hasta que una mañana mientras dormíamos el capitán, aprovechando la quietud, zarpó de Miami para llevarnos a la zona del gran Bahamas. Ya no sabíamos qué iba a pasar, nos decían que nos iban a mudar a un tercer barco en unos tenders (como pequeños catamaranes) y que ese barco iba a hacer un recorrido parando en 18 puertos para llevar a todos los latinoamericanos a sus tierras de origen. Un delirio: hablaban de llegar aproximadamente el 28 de mayo a Brasil. Finalmente nos cambiaron del Rotterdam al Caribean Princess (Princesa del Caribe) y cuando ya pensábamos que estamos condenados a hacer ese viaje larguísimo hubo un nuevo cambio de planes y volvimos a Miami.
EB: ¿Quién tomaba esas decisiones, el capitán o la empresa?
DL: Era la empresa. Pero si algo aprendí en el mar es que en un barco el capitán es como el presidente, es el jefe de todo. Nadie puede mandar sobre él.
EB: ¿Tenías contacto directo con él o te informaban?
DL: No, solamente pude ver al capitán del Rotterdam cuando iniciamos un intento de protesta con otros pasajeros y trabajadores argentinos después de que el barco salió de madrugada sin avisarnos. Fue un gran acto de rebeldía porque estábamos confinados y no teníamos permitido ni siquiera abrir la puerta. Luego nos dijeron que por hacer eso podrían habernos mandado al calabozo. Muy loco.
Algo complicaba aún más la situación de Dante: en los papeles él no era un pasajero, aunque tampoco un trabajador. Un invitado, un híbrido que no entraba en ninguna casilla.
EB: ¿Cómo fue ese amotinamiento?
DL: Alrededor del 5 de abril, estando en Miami, nos dicen que los once argentinos que estábamos en el barco (cinco pasajeros, cinco trabajadores y yo) nos volvíamos a casa. Ya nos habían hecho varios anuncios previos de que nos íbamos y luego se frustraban, lo que era terrible para el ánimo de todos. En ese contexto, nos confirman que nos vamos la mañana siguiente en avión: preparamos todo y en el momento de salir nos llega una carta que decía que las autoridades de Estados Unidos no permitían que bajen los trabajadores, y tampoco yo. Mientras tanto, subían a los pasajeros a un colectivo rumbo al aeropuerto y nos dejaban ahí… armamos una protesta pero el capitán nos explicó que no era su decisión sino de las autoridades locales. Finalmente, nueve horas después de dejar el barco, los pasajeros regresaron porque no los dejaron abordar el avión. En ese momento me sentí viviendo un cautiverio.
EB: ¿Cuántas veces pensaste… quién me mandó a hacer este viaje?
DL: Bastantes… Fue duro cuando volví y mucha gente cercana me recordaba cuántas dudas tenía antes de irme. Aunque yo me fui sin cuarentena y dos días después de que Ginés (Gonzales García, Ministro de Salud) dijera que el problema de la Argentina no era el coronavirus sino el dengue. Pero estaba preocupado y sí, varias veces pensé: “cómo mierda no me di bola cuando intuía que quizás no estaba bueno”.

EB: ¿Hiciste amistades en el barco?
DL: Mis principales aliados en la lucha por volver fueron los Henning, un matrimonio de pasajeros de los que, al princpio, pensaba que eran macristas; pero ni siquiera: eran votantes de Olmedo. Si no fuera por ellos no hubiese aguantado lo que pase: hicimos una alianza y luchamos a la par para poder volver. No fue con los trabajadores del barco quienes, teniendo una postura ideológica más cercana a la mía, parecían débiles a la hora de reclamar. Pero yo quería volver a Córdoba a ver a mis hijos y los Henning a Mar del Plata, con sus nietos.
Luego de que la familia de Dante en Córdoba presentara un habeas corpus y gracias a las gestiones de Cancillería y otras instituciones gubernamentales, Leguizamón logró volar desde Miami y el 29 de abril aterrizó en Ezeiza. Dice que no sabe si alguna vez querrá escribir sobre la experiencia y que ni se le ocurre, hoy, pensar en volver a embarcarse.

EB: Durante la cuarentena, hubo marchas y reclamos por la libertad ¿qué opinás de esas manifestaciones luego de haber atravesado todo esto?
DL: Yo respeto esas posiciones, cada uno puede sentir lo que quiera. Lo que no me cabe son los que salen a cuestionar las medidas como si todo fuera culpa del gobierno y no de la pandemia. Lo que yo viví fue muy feo, fue horrible y yo sé que la cuarentena es difícil… Ahora bien, no tengo idea cómo será vivirla en un departamento en Buenos Aires, es una cosa muy lejana para mí: vivo en Río Ceballos, un pueblo con vista a la montaña, tengo ciertas libertades. No sé cómo será vivir en un piso doce y no poder salir. En una editorial que hice para mi programa de radio mientras estaba embarcado hablaba de la enorme nostalgia que sentía por mi vida en las sierras. En ese momento miraba a las personas que estaban conmigo… ¿a dónde volvían? ¿A sus departamentos? Son opciones que uno toma en la vida. Acá en Córdoba vive mucha gente que no ha nacido aquí, pero elige este lugar. Por algo será.
Por Lucia Fernandez Hadid para El Boulevar
Dante Leguizamón conduce “Otra vuelta de tuerca”, de lunes a viernes a las 14hs Radio Univerisdad de Córdoba, AM
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