LIBORIO JUSTO (Buenos Aires, 1902 – 2003). Escritor, militante y teórico político marxista.

La vida de Liborio Justo fue condenada al anonimato y su obra encerrada bajo los seudónimos de ¨Lobodón Garra¨, ¨Agustín Bernal¨ y ¨Quebracho¨ y editada muchas veces clandestinamente, fuera de los circuitos comerciales.

A comienzos de la década de 1930, Justo realizó distintas navegaciones por las aguas patagónicas y antárticas en barcos de trabajo, en buques ovejeros, balleneros y de carga. Recorrió los fiordos del Pacífico, el Estrecho de Magallanes, la Tierra del Fuego, el Cabo de Hornos, las islas Orcadas y las Georgias del Sur. De estas vivencias en los mares del sur tomó el material para retratar en su libro ¨La tierra maldita¨, de 1932, a marinos, loberos, aborígenes, presidiarios y otros personajes del sur. El título se lo sugirió la lectura de Darwin, quien bautizó así a la Patagonia cuando cruzó esta región en 1833. Los protagonistas de sus aventuras son hombres bárbaros que recorren las soledades australes, castigados por los vientos y las heladas tempestades, y que viven despojados de las inhibiciones de la civilización; hombres que si tienen que robar o matar no van dudar en hacerlo.

Entre sus numerosos libros de política e historia, podemos destacar: Pampas y lanzas. La gesta de la tierra y de las vacas (1962); Bolivia, la revolución derrotada. Autopsia de la primera revolución proletaria de América Latina (1967), y Nuestra Patria vasalla (1968-1993).

Falleció a los a los 101 años en Buenos Aires. Estuvo lúcido hasta el final de sus días.

Compartimos con las lectoras y los lectores de El rompehielos un fragmento de su libro ¨La tierra maldita¨:

No, no era un náufrago. Tampoco un cazador y menos un buscador de oro o un lobero. Si su presencia no había dejado de producirme extrañeza, más me la causaron sus respuestas. Él era un hombre tranquilo y enemigo del comercio. La riqueza para él no tenía mayor significado. Andaba simplemente recorriendo las islas, donde había estado veinte años antes, y que deseaba visitar nuevamente.

Volvió a permanecer callado restregándose las manos callosas sobre el fuego. Tiritaba en tal forma, que fui hasta la carpa y traje un viejo poncho de Castilla que me servía de cobija. Aunque al principio lo rechazó con un gesto altivo, ante mi insistencia, acabó por colocárselo sobre los hombros.

El perro, que había andado husmeando por los alrededores, se acercó y se echó a sus pies cerca de las brasas. Su pelo marrón oscuro, su largo hocico puntiagudo y sus orejas cortas y erectas, desde un principio habían llamado mi atención. Se lo hice notar.

– Es un uarrah – me dijo que con la mayor naturalidad.

Mi extrañeza siguió en aumento. ¿Un uarrah? No era posible. El uarrah, único animal que habitó en las Islas Malvinas, visto por Bougainville, Fitz Roy y otros navegantes que las visitaron en los últimos dos siglos, y clasificado como ¨canis antarticus¨, hace mucho tiempo que ha desaparecido exterminado por los pobladores a los que causaba estragos en sus rebaños de ovejas.

Volvió a mirarme con indiferencia.

– Sí, es verdad. Eso dicen. Pero es inexacto – contestó acariciando al perro que lo miró levantando su extraña cabeza.

– Eso dicen – continuó – porque ellos mismos no conocen sus islas. Son escoceses flemáticos y avarientos, incapaces de arriesgarse donde pueden encontrar verdaderas dificultades.

Y me contó cómo, en la West Island, siguiendo por uno de los tantos ríos de piedra característicos de las islas había llegado al centro montañoso, donde los últimos uarrahs viven escondidos en cuevas naturales. Él había recogido un cachorro que era el que ahora lo acompañaba.

Deja tu comentario