Pablo Martinengo (Azul, 1972). Artista musical. En febrero de 2019 editó su primer disco, titulado “Cantavientos”, el cual va a ser presentado en julio de este año en la sala independiente Dionisio Teatro.

Nos cuenta Pablo Martinengo, en exclusiva para EL ROMPEHIELOS:

Nací en la ciudad de Azul junto al arroyo de nombre homónimo y al que indios Pampas llamaban, en su lengua, Callvu Leovú, es decir, Arroyo Azul. Quizás fue el arruyo de esas aguas sobre las piedras o, tal vez, que desde que tengo uso de razón escuché a mis padres cantar: en la ducha, en la cocina, arriba de un auto durante largos viajes patagónicos, en cumpleaños, en peñas, en coros y en muchas otras circunstancias, quizás, decía, que algo de eso, o todo, me llenó de sentido musical los oídos. No soy cantante, en el sentido estricto de la palabra, es decir, no tengo una formación profesional, razón por la cual, me considero, como dice el tango dedicado Goyeneche, “más que cantor artista con vicios de cantor”.

Mi viejo una vez se sentó adelante mío y me dijo que se separaba de mi madre, y se fue a vivir a Buenos Aires Capital. Fue cuando yo tenía ocho años y desde entonces, cada tanto, solíamos recorrer los trescientos kilómetros que separan Azul de la capital federal cantando los tangos que el viejo me enseñaba a entonar, y a decodificar, con las letras escritas en español y en lunfardo.

Tiempo después llegó a la casa una guitarra y yo la tocaba tratando de repetir las melodías de todo lo que ya había escuchado desde la cuna. Entonces el viejo me enseño la zamba “La compañera” con letra y música, y arranque a transitar los caminos con la música como compañera de vida. Tuve alguna que otra clase formal con el instrumento, pero me aburrían los maestros que me tocaban en aquel entonces y yo sentía que aprendía mucho más viendo tocar a alguien en la calle, o en alguna fiesta, que yendo a tomar clases con algún instructor profesional. Tuve un charango cuando terminé la primaria, lindo instrumento, se lo compramos a un artesano en Plaza Italia. Era de mulita. Fui a dos clases particulares, aprendí varios acordes con unos libros y luego lo abandoné.

Durante la década del noventa yo vivía en Lujan y empecé a tomar clases de piano con una profesora, me encantaba ir a su casa y tocar con pianos de verdad. En un mes tocábamos a cuatro a manos, esa mujer sacaba lo mejor de mí. Al poco tiempo tuve accidente en moto y, entre los días internado y la recuperación, perdí la regularidad y abandoné el piano, no sin lamentarlo. En cuanto pude me compré una guitarra eléctrica y giré para el lado del rock nacional, tuve mi primera banda, mis primeros temas, y mi primer escenario durante una fiesta en la Universidad de Luján. Aún conservo algunas fotos, maltrechas, de aquel día.

La música es parte de la canasta básica, es decir, un alimento que no puede faltarme. Nunca pude tener más de un instrumento a la vez, de modo que empezó una sucesión de trueques en los que se iba una eléctrica y aparecía una criolla, volaba la criolla y llegaba un teclado y así. También tuve un bajo y algunos amplificadores y micrófonos para la voz. Siempre tengo que recalcar que no sé lo que es ser músico, pero, en cambio, sé lo que significa la posibilidad de poder expresare a través de los sonidos y de las palabras. Uno arranca cantando canciones de otro hasta que siente que puede hilvanar unas palabras, más o menos, con algunos acordes en la guitarra y allí empieza todo. Se sabe cuándo se empieza pero no cuando se termina y, en ese derrotero, se eligen, mientras sea posible, los lugares y las personas que lo mantienen a uno dentro del camino.

Integré el coro de la UTN, el del Colegio Soberanía Nacional y el queridísimo coro del IPES Paulo Freyre dirigido por Christian Rodríguez Errotabere. Un día tropecé con un violín, vaya causalidad, y fui a tomar clases con el Maestro José Rajal. En ese proceso se me abrió un abanico de posibilidades interpretativas que me llevó a descubrir ciertas formalidades de la música y que enriquecieron mis composiciones. Nunca dejé de tocar y cantar pero, al no tener un estudio formal, tampoco podía dedicarme todo el día para permitirme ganar el pan con la palabra cantada. Para vivir, entonces, me desempeñe en un sin número de oficios hasta que, después de un viaje en moto desde Tierra del fuego hasta Bolivia, ida y vuelta, se produjo el quiebre que necesitaba para ver la fragilidad de la vida.

Después vino mi primera canción formal que fue elogiada y premiada y, con la cual, tuve el honor de cantar en el festival de Cosquín del año 2012. Ese paréntesis me llevó a querer trascender y adueñarme de un destino creado por melodías íntimamente ligadas con lo social y entonces, volví a tropezar. Buscando una carrera para estudiar en lo inmediato, terminé cursando Comunicación Social y me gradué como Técnico Superior mientras daba clases de violín para contraprestar una beca de estudio que me ayudó a transitar ese camino. Mis canciones siempre estuvieron saliendo de la pluma y de las cuerdas al mismo tiempo y, además de estudiar y dar clases, siempre anduve trovando por los museos, bares, muestras de arte y distintas festividades; a veces aceptando propuestas, a veces generando las movidas.

Hoy me encuentro dando clases de violín en la Casa de Jóvenes, en la Casa Municipal del barrio CAP, y en un SUM municipal del barrio Aeropuerto. Ya rodando definitivamente por estos caminos, me anoté en una convocatoria del Instituto Nacional de la Música y fui beneficiado con un subsidio regional que utilicé para grabar un disco. Bajo el título ”Cantavientos” mi primer hijo artístico y vio la luz en febrero de 2019. Ahora ya está editado y cuenta con el arte de tapa y diseño gráfico de Maxi López, artista plástico residente en la isla a quien conozco desde sus primeros días en Tierra del Fuego. Durante la grabación del CD participaron: Florencia Grecco en flauta traversa, Christian Rodríguez Errotabere en d’jembé, bongó, y platillo, y Mariano Ponce en bombo y batería. Ahora estoy organizando la fecha de la presentación oficial junto a mi amigo, el músico Fran Beltrán, con quién compartiremos escenario para lanzar el material de estudio que grabamos cada uno por su lado. La velada está pactada para el 27 de julio de 2019 en Dionisio Teatro, una sala independiente que está próxima a ser inaugurada.

Con todo, el camino no ha sido fácil. Sin embargo, y pese a la sombra de los miedos y de las contrariedades, la experiencia de vivir, íntimamente ligada a la de disfrutar, me llevan a decir que la música es y será siempre una experiencia llena de magia, emancipada por una varita que toca lo complejo de la técnica, el compromiso social imbricado en las relaciones humanas, y la belleza de las cosas simples de la vida que, vaya paradoja, no son cosas.

 

Para escuchar a Pablo Martinengo: Página de Youtube
Contacto: www.facebook.com/pablodiego.martinengo

 

 

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