Niní Bernardello en Los colores del fuego – Ciclo de charlas con escritores fueguinos en la UNTDF – (Segunda y última parte)
En los márgenes de los cuadernos
Oleaje fue una ocurrencia mía. Entré a revisar mis cuadernos (tengo desde el año 81, cuando yo vine a la isla) y me encontré con que, entre la escritura de los poemas, había otra cosa, como inicios de poemas que no terminaban o pensamientos poéticos; cosas que van quedando en los márgenes de los cuadernos. Entonces se me ocurrió empezar a sacar, a rescatar todo eso escrito ahí, porque de algún modo es mío y tiene relación con lo que yo pienso de la pintura o de la escritura o de la vida o de las cosas en general. Es mío. No sé si son aforismos; son pensamientos. Yo tenía el libro en borrador y me decía: esto lo tiene que hacer un muy buen diseñador sino no se va a entender nada. Y no sé cómo fue. Se lo mandé a un amigo que tengo, un amigo muy joven, Juan Fernando García, de Buenos Aires, que ahora me prologa Atardeceres marinos, mi próximo libro, que va a salir por la Editora Cultural TDF. Juan Fernando tiene la idea de hacer que me publiquen la obra completa. A mí no me va ni me viene la obra completa, pero a él sí. Tiene toda mi obra en su máquina. Entonces como él estaba con ese proyecto de la obra completa, yo le mandé Oleaje. Un amigo de él, que es uno de los mejores diseñadores del país, Fabián Muggeri, me dice: ¨Quiero editarte Oleaje¨. Así salió, sin que yo me lo proponga. Y lo presentaron en Buenos Aires, en Rosario… junto con otros libros del mismo estilo que son parte de un proyecto llamado Los días felices.
Una bendición
Cuando edité Espejos de papel, Diana Bellessi me puso una lista de personas enorme (porque ella es campeona para las relaciones públicas) para que les mande el libro. Se lo mandé a Raúl Gustavo Aguirre, que en la década del 60 era el pope más grande que tenía la Argentina en la poesía. Y el señor me escribe (a mano) y me saluda como una poeta. Yo guardé la carta. Se lo debo haber comentado a Bernardo Schiavetta (que también es rápido para las relaciones públicas) y me dijo: ¨Ponelo en la solapa¨. ¿Qué iba a poner? ¡No! Me daba vergüenza. Me encantó que Raúl Gustavo Aguirre me hubiera escrito, era como una bendición. Pero me pareció como una vanagloria, una cosa vanidosa poner en la solapa que Aguirre había dicho tal cosa del libro.
Salir afuera
Con la poesía me ha pasado una cosa sorprendente: no solamente me dio amigos y movilidad, sino que me hizo salir afuera. Tuve que abrir la boca y hablar. En eso no pude irme para atrás y decir no, a pesar del terror que tenía. Yo sentía, siento, que es un deber ético, una responsabilidad que tengo. Si a mí me piden que vaya a tal lado y que lea, no puedo decir que no; me parece feo. Tuve que hacer de tripas corazón y salir al estrado. Al principio, hice uno papelones espantosos, ecuménicos. Hasta que logré darme cuenta que lo que hace uno es una mínima cosa en el universo.
Cantando en la casa del viento
En aquella época (principios de los 90´s) en Río Grande no había casi nada de actividad artística. Había mucha plata y no sabían dónde ponerla.
Cantando en la casa del viento sale de una tesis de trabajo que me prepuse para conocer el lugar donde estaba.
Llegué en 1981, a un lugar absolutamente contrario al lugar de mi nacimiento. Río Grande no tiene nada que ver con Cosquín. Quería interiorizarme sobre la historia de este lugar. Entonces pensé en hacer un libro sobre la poesía de Tierra del Fuego. Para eso necesité leer muchísimo sobre historia, geografía, rituales, todo lo concerniente a los primeros habitantes. En esa época, acá había poca producción. No buscaba el papelito guardado en el cajón de la mesa de luz de alguien que se cree poeta. Lo que hice fue buscar a los que estaban en actividad y que tenía por lo menos un libro editado; los autores que veía que tenían el compromiso de seguir trabajando, y así fue. La antología la terminé en 1995.
Este libro es patrimonio de la provincia, pensé, qué mejor que lo edite algún ente del estado. Lo más cercano que yo tenía era la municipalidad. Estaba Colazo de intendente en ese entonces. Yo salía de la escuela con el guardapolvo e iba y venía con la antología bajo el brazo y no me atendía nadie. Hasta que un día llamé y me dicen que habían perdido el libro que les entregué (miren si les habré dicho de todo que terminó apareciendo).
Ya no sabía qué hacer con esa antología. Por casa había pasado Cristian Aliaga, un poeta de Comodoro Rivadavia, y la leyó. Yo tenía intenciones de que el Fondo Nacional de las Artes me lo subvencionara. Él conoció el trabajo porque me hizo una carta de presentación para el Fondo. Estaba tan desmoralizada que agarré la antología y la metí en un estante de la biblioteca. Dije: ¨Qué sea lo que Dios quiera, yo no muevo más un dedo¨. A los 4 meses me llama Cristian y me pregunta si tengo algo para editar. Estaba como director de la Biblioteca San Juan Bosco. Le dije que tenía la antología que ya había visto y me dijo que se la mandara. Así salió, por Comodoro Rivadavia. Yo estaba feliz porque fue editada en la Patagonia. Tenía tanta bronca con la gente de acá, que no la presenté en Ushuaia. La presenté en Río Grande y nada más.
Pasó desapercibida; nadie la mencionaba. Pero yo sabía lo que había hecho. Tengo consciencia de esas cosas. Hasta ahora no se hizo otra antología como esa. Traté de rescatar los cantos selk´nam y los yámanas (que me costó muchísimo porque nadie sabía nada). Estos cantos los tomé de los libros de Gusinde, de la parte donde habla del mundo espiritual de los yámanas. Él arboriza todo, no están separados. Los tenés que pescar, los tenés que rescatar. En ese libro están estos cantos que los yámanas hacían por duelo, por alegría, por la llegada de la primavera, por la llegada del invierno… Cuando lo edité nunca tuve una palabra ni a favor o en contra. Así que yo no sé lo que hice, si está bien o no. Me refiero desde la antropología. No sabía si estaba bien orientada.
Pasó el tiempo y aparece la Editora Cultura de Tierra del Fuego. Le digo a Araque (primer director de la Editora) que me haga la reedición. Pasaron muchos años, ya estábamos más allá del 2010 y la ciudad tenía otro movimiento, había otros intereses intelectuales, había más instituciones, se reconoció mucho más el trabajo, que cuando salió por primera vez. Esto mismo de estar charlando acá en la Universidad, le da otro peso a las cosas, mucho más interesante.
Pintura & poesía
La pintura aparece junto con la poesía, pero son dos mundos separados, con dos procesos diferentes. Es como si fuera dos personas diferentes. Yo hice la carrera de artista plástica; siempre me sentí pintora. Pero con el correr de los años me di cuenta que lo mío era la poesía. No puedo abandonar la pintura, está siempre conmigo. Me enojo y dejo de trabajar. Mi relación con la pintura siempre fue conflictiva. Siento una falta de idoneidad, de capacidad. La cuestión técnica me ha devanado los sesos. Empiezo y vuelvo para atrás, y no quiero seguir. Entonces es ese vaivén, trabajo. En cambio, la escritura anda sola y sin preocupaciones ni pensamientos de ningún tipo. La poesía es un mundo en estado puro; la pintura, no.
La pintura me dio muchos dolores de cabeza. Recién ahora estoy mucho más tranquila con eso y puedo disfrutar. Por ejemplo, la muestra de Batman fue un disfrute total (http://www.elrompehielos.com.ar/batman-salva-rio-grande). Y aún así, cuando me junte con Maxi López y Laura Llovera (porque ellos me invitaron en su espacio a exponer), a mí me vino como un terror. Les dije que si no les gustaba, no hacíamos nada. Cuando ellos entraron para ver las cosas, dudé, me dio miedo. Siempre me queda un lugar sin seguridad con la pintura; cosa que no pasa con la escritura. Por eso soy como dos personas.
En ese oscuro hotel
La prosa apareció muy arriba en mi vida. Había ido a la feria del libro de Buenos Aires en el 90 y pico. Trabajaba de maestra y me dieron licencia para viajar. Era como un regalo. Fui chocha a la feria del libro. Y no va que me fracturo una pierna.
Estaba en un hotel Du Helder. Un hotel con unos cortinados de broccato antiguo, ventanas altas. Iban todos los enfermos de Río Grande a ese hotel: había gente con los ojos vendados, enyesados… No se podía creer lo que era el hotel ese. Estaba en la calle Rivadavia. A la noche se escuchaban los tangos del programa de Dolina que hacía en el Tortoni.
Me fracturé y me tuve que quedar ahí encerrada, leyendo un libro que había comprado en la feria, que hacía años que lo buscaba. Y me pasó de todo con ese libro, con el lugar. De ahí, cuando vuelvo a Río Grande sale el primer cuento: El libro azul (disponible en Revista Caleuche #3). Pero también, yo no fuerzo la escritura. Eso salió porque fue como muy intenso todo lo que viví ahí adentro.
En ese mismo momento, en la convalecencia también escribí las poesías del libro Yeso-Tango. Estaba en ese hotel, no podía caminar y empecé a escribir. Me di cuenta que la escritura me calmaba y que lo que escribía eran tangos a la ciudad perdida. (Si alguien me hubiera dicho que iba a escribir tangos, le hubiera dicho que estaba loco.) Salió de todo el entorno, de todo lo que estaba viviendo. Los leía y me decía: estos son tangos.
Cuando volví los hice ilustrar (Jorge Bernard se encargó de las ilustraciones) y después de mucho tiempo, en el 2012, edité el libro Yeso-Tango.
Una vuelta por el universo
Este año, en enero, tuve como una revelación. Una traductora, que ha traducido textos míos al francés, me invita a participar de un encuentro de literaturas erráticas. ¿Qué le pasa a Dominique? ¿Qué tengo que ver yo con esto? Me preguntó qué pensaba yo de lo errático y ahí me di cuenta. Si algo tengo yo, es eso; lo errático: voy y vengo por el universo con distintos temas. Puedo estar en Grecia y después me voy a Tierra del Fuego y después me voy a Buenos Aires. Voy y vengo. Tengo una mentalidad que no se queda quieta, que no está fija en un lugar ni en una técnica, porque me aburro, esa es la verdad. Esta cosa errática que tengo hace que yo sienta ese fracaso de la pintura, porque los logros en pintura son del esfuerzo cotidiano de hacer lo mismo hasta que salga. Y yo me aburro. No puedo estar siempre con la misma imagen, siempre con lo mismo. Cuando digo esto pienso en un pintor de acá, Alejandro Abt (es de Córdoba pero ya es fueguino). Él ha logrado una excelencia técnica apabullante. Siempre de lo mismo, y no lo estoy desvalorizando; estoy haciendo una comparación. Él ha logrado cosas maravillosas insistiendo con una técnica. Cosa que yo no puedo hacer, por esto que me reveló esta invitación de lo errático; esto que tengo de ir y venir por el mundo mentalmente.
Fin de la charla
Los colores del fuego – Ciclo de charlas con escritores fueguinos
Universidad Nacional de Tierra del Fuego
Coordinan: Maxi López y Fede Rodríguez.
Foto de portada: Vale Ferrari