1857. 8 de marzo. Un grupo de trabajadoras textiles decidó salir a las calles de Nueva York para protestar por las míseras condiciones laborales. Aquella sería una de las primeras manifestaciones que se desplegarían por las calles para luchar por sus derechos.

1909. 28 de febrero. Estados Unidos. Nueva York y Chicago lanzaron un acto al que bautizaron “Día de la Mujer”. Fue organizado por destacadas mujeres socialistas como Corinne Brown y Gertrude Breslau-Hunt.

1910. Copenhague. Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. 100 mujeres de 17 países deciden proclamar el “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”. De la decisión participaron Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. En aquel momento no fijaron una fecha fija, pero eligieron un mes: Marzo.

1911. El fuego se expande en la trampa mortal de cemento. Corre entre las máquinas de coser, los bloques de tela y miles de botones. Mujeres. Decenas de jóvenes, sobre todo inmigrantes mal pagadas, son presas de la práctica desalmada del patrón. El edificio está sitiado por las llamas. Desastre. Un total de 123 mujeres y 23 hombres murieron. La mayoría de las víctimas tenía entre 14 y 23 años de edad.

2018. El Día Internacional de la Mujer llega justo después de que se iniciara un movimiento global sin precedentes por los derechos, la igualdad y la justicia de las mujeres. Dicho movimiento ha tomado la forma de marchas y campañas mundiales, incluidas las campañas #NiUnaMenos, en la Argentina, #MeToo y #TimesUp en los Estados Unidos y campañas homólogas en otros países, sobre temas que van desde el acoso sexual y el feminicidio hasta la igualdad de remuneración y la representación política de las mujeres.

La desigualdad, la negación de derechos, la violencia sistemática son algunas de las razones que hoy nos ponen en las calles. En nuestro país y en el mundo las mujeres hemos tomado la decisión de recurrir a un paro general de nivel internacional.

Parece de ciencia ficción que en pleno siglo XXI las mujeres debamos seguir tomando las calles para ser escuchadas. Ya podemos votar y trabajar (sin la necesidad de que nuestros maridos o nuestros hijos estén en la guerra), ya podemos usar pantalón, claro, pero las mujeres queremos más.

Queremos no ser definidas por nuestra maternidad o por nuestro estado civil. Queremos tener las mismas oportunidades para conseguir un puesto de trabajo, mantenerlo y ascender que cualquier señor al que nadie le pregunta si piensa tener hijos en algún futuro.

Queremos que dejen de decir que para una mujer no hay nada peor que otra mujer, el sistema machista es tan fuerte y tan hábil que sigue haciéndonos creer que la culpa siempre está de nuestro lado.

Queremos romper los techos de cristal, ocupar lugares de toma de decisiones, lugares de poder público, queremos estar sentadas en el Concejo Deliberante, en los sindicatos, en el Congreso de la Nación.

Queremos que dejen de repetir que los puestos se ganan con trayectoria, con experiencia y con capacidad y queremos que terminen de una vez con la burda versión de que las mujeres que ocupamos los magros puestos en las listas somos las amantes o las esposas de.

Queremos que se den las discusiones libremente, que los platos los lave otro. Queremos que nos dejen de señalar si elegimos una pareja del mismo sexo. Queremos dejar de ser lo que sobra de la sociedad.

Queremos igualdad en el trato a la hora de decidir planificar sobre nuestra vida reproductiva. No somos ni muy jóvenes, ni muy viejas, ni muy mojigatas, ni muy putas.

Queremos que se deje de mencionar nuestra ropa, nuestro color de pelo y nuestro maquillaje cuando quieren hablar de nuestra persona. No somos un talle de corpiño.

Queremos ser dueñas de nuestros cuerpos, de nuestra tranquilidad. No llevábamos la pollera demasiado corta y no es lo mismo que te roben un Rolex en una plaza peligrosa.

Queremos dejar de ser objetos, cortes de carne, propiedad de un tercero. De nuestro marido, de nuestro padre, de nuestro jefe, de nuestro compañero, de los hijos sanos del patriarcado que están convencidos de que son los dueños de nuestra libertad.

Queremos tener hijos. O no tener hijos. Queremos vivir en el mundo corporativo. O quedarnos en casa. Queremos pedir delivery todas las noches. O elaborar complicados platos caseros para cada comida. Queremos hacer lo que deseamos sin ser señaladas por el veloz dedo machista del entorno.

Queremos muchas cosas más y cada día queremos más, porque cada día también somos más. Y mejores.

El proceso del feminismo es largo e incómodo. La deconstrucción de toda nuestra vida pasada nos interpela a cada minuto, el desafío es gigantesco. Como las mujeres. Argentina está pasando por un gran momento de lucha feminista y poder popular, pero todavía falta más de lo que quisiéramos, pero no abandonamos la creciente ola que arrastra entre pañuelos verdes y cintas violetas.

No todas estamos de acuerdo. No todas deseamos las mismas cosas. Hacia adentro el trabajo es tan difícil como hacia afuera, pero siempre enriquecedor. Hay un gran objetivo común y es ese el que nos mantiene. No hay referentes absolutas, cada quien tiene la libertad de representarse a sí misma, porque lo importante son las individualidades. Ya nos somos más las que traen el café y nadie sabe cómo se llama. Somos nosotras. Tenemos futuro. Y lo tendrán las que vengan después.

Ya no queremos tener miedo, aunque hemos aprendido a convivir con él desde que nos mostraron el primer pito en la calle o nos tocaron el culo sin que nosotras esperáramos un contacto. Allá afuera hay un mundo hostil que expulsa constantemente todo aquello que le incomoda: mujeres hétero, mujeres lesbianas, gays, trans, travestis. El rechazo lo genera lo que se sale de la norma socialmente impuesta. Golpea lo distinto, pero el golpe de vuelta suele ser mucho más duro y cruel.

Hoy paramos. Hoy marchamos. Hoy volvemos a levantar nuestras voces para que las escuchen en todo el mundo. Probablemente las noticias amarillas enfocarán los pechos descubiertos, alguna pared pintada y a las mujeres “normales” advirtiendo que el movimiento feminista no las representa “como mujeres”.

Es más factible que hoy, mientras reclamamos, les importe más la pared de una iglesia que una mujer quemada y muerta por su expareja. Es probable que hoy, mientras marchamos, les importe más que algunas muestren las tetas que las 45 mujeres que murieron en los primeros 69 días de 2018. Pero también es muy posible que ahora que estamos juntas, que ahora que sí nos ven, sigamos luchando por vencer al patriarcado. Que se va a caer. Se va a caer.

 

María Fernanda Rossi

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