No tienen idea”, dice Lorena*, y con la primera frase ya se le quiebra la voz. Respira hondo, cierra los ojos con esa fuerza que viene desde la bronca más sincera, aprieta y el puño y repite “no tienen idea”.

El ambiente se siente pesado. En la habitación solo somos dos personas, pero el oxígeno parece escasear, como si estuviese repleta de gente. La conversación previa había sido muy cordial, coordinamos día, hora y lugar del encuentro en los mejores términos, aceptó dar su testimonio y se la notaba tranquila.

La herida abierta hizo lo suyo. Con el grabador en la mesa y ante la inminencia de su relato, todo cambió. Su cuerpo se volvió tenso, como repeliendo las sensaciones antiguas que tanto dolor le habían provocado. La sonrisa se volvió un gesto duro y el tono pasó a ser monocorde. Era la misma Lorena, pero ahora todo era oscuro alrededor de ella.

No tienen idea, cuando dicen que una mujer que denuncia una situación de violencia está pidiendo prensa están cometiendo una brutalidad, ¿quién puede querer este tipo de ‘prensa’? Decime la verdad, ¿cómo alguien va a exponerse así, sabiendo que va a ser señalada, juzgada, evaluada por gente que jamás la vio y lo va a hacer por algo tan intrascendente como ‘figurar’? Es incomprensible. Antes me daba mucha pero mucha bronca, ahora me da miedo. ¿Sabés por qué me da miedo? Porque seguimos siendo víctimas para siempre y los del otro lado se van sintiendo cada vez más impunes porque jamás -grita- son los señalados o los juzgados, jamás”.

Aunque asegura que hace varios años que no fuma pide un cigarrillo y, a pesar de que intento persuadirla con que tal vez no sea una buena idea, se lo doy. Lo tiene ahí, en su mano. Lo toca, lo aplasta un poco, de a ratos se lo lleva a la boca, pero en las tres horas que estamos juntas, nunca me pide fuego.

Yo te voy a explicar lo que implica hacer una denuncia después de que un tipo abusó de vos. Primero tenés que tratar de sobrevivir, que no es un tema menor. Si saliste viva, tenés que esperar a que termines de culparte vos misma: por ser tan tarada, por ser tan confiada, por ser tan amable y como un millón de etcéteras. Después le tenés que contar a alguien de confianza y esperar a que esa persona te pregunte si estás segura, si no te habrás confundido, si no habrás malinterpretado… así hasta encontrar a alguien que te crea de una y recién ahí pasás a la segunda etapa”.

Me pregunta si quiero tomar algo y le digo que sí, aunque se para antes de que yo termine de contestarle. Trae unas tazas y pone el agua a calentar en una pava eléctrica. Saca una caja con muchos sobres de té de distintos sabores. Sin sentarse elige sin mirar y se sirve demasiada azúcar. Vuelve con el agua caliente, sirve en ambas tazas y las dos quedarán intactas. Lorena muchas veces volverá a revolver el té, pero no va a probar ni un sorbo.

Cuando finalmente tenés con quién ir, vas a la policía, a cualquiera, da igual, total después te van a hacer pasear por dos o tres dependencias hasta que alguien te atiende y te da bola. Cuando al fin le empezás a contar a un policía qué te pasó, te frena y hace muecas para que venga algún personal femenino. A esa altura lo único que vos querés es irte a tu casa y dormir para siempre -no estoy exagerando, querés eso. Empezás a relatar, te preguntan todos los detalles y los tenés que repetir tantas veces que hasta volvés a sentir los olores de cuando te violaban, una cosa muy agradable la verdad, pero eso no es todo”.

Con el puño cerrado golpea la mesa. La taza no se vuelca pero cae parte de su contenido. La vuelve a golpear mientras maldice haber manchado el mantel. Con un rollo de papel de cocina que tiene dibujos de verduras y frutas seca el líquido. No tira los papeles. Mojados como están los sostiene en su mano apretada durante un rato muy largo.

Vos vas a contar lo que te pasó pero las preguntas las tenés que contestar también vos. Te preguntan qué tenías puesto, por qué calle ibas, si había iluminación, si hablaste con el tipo antes, si lo conocías, si ya lo habías visto, que por qué agarraste en esa dirección y un montón de cosas que nunca tuvieron sentido para mí. Esto fue hace casi 10 años y yo te juro que mi mayor esperanza es que esto haya cambiado de verdad, pero me cuesta creer que sí. Todo el tiempo me sentí acusada, nadie me contuvo. Me preguntaron tantas veces si estaba segura que cuando lo recuerdo…” (respira hondo nuevamente y la frase queda inconclusa).

Me mira durante algunos minutos sin emitir ningún sonido y por más que lo intento, descubro que no tengo la capacidad de meterme en su cabeza. Expulsa sonoramente el aire por su nariz. Revuelve otra vez la taza de té que nunca tomó.

Cuando creés que la parte más dura ya pasó, te llevan al hospital. Te juro que yo entiendo que para ellos sea todo trabajo y nada más, pero para mí era una situación única y especial y no en un sentido bonito. Te tenés que volver a desnudar ante personas que no conocés, soportar que una señora que nunca supe si era una médica o una enfermera te pregunte casi a los gritos por qué te bañaste. De nuevo te sentís juzgada, es un momento en el que sos verdaderamente vulnerable”.

Vibra el teléfono, lo mira pero no lo atiende. Lo silencia y después directamente lo apaga. Se para, mira por la ventana. De fondo se escuchan unos perros ladrando y cada tanto un auto que pasa. Los chicos jugando en la vereda y andando en bicicleta completan el paisaje sonoro.

Jamás voy a entender que alguna persona sostenga que una víctima que denuncia solamente se quiere hacer notar. Es muy triste. Mi historia es vieja pero lo sigo escuchando y cada vez es un dolor profundo que se siente de verdad; no es tristeza, no es bajón, es dolor, literalmente te duele, como si tuvieras una herida física que no se puede coser, no se puede pegar, no se puede vendar, nada. ¿Cómo va a ser un beneficio para mí contar que me abusaron si es obvio que a la que le van a preguntar cosas es a una? Y ninguna de las preguntas es ‘¿estás bien?’, no. Todas las preguntas siguen siendo la misma mierda que te preguntaron tus conocidos y que te preguntaron en la comisaría: ‘¿estás segura?’, ‘¿no te habrás confundido?’. La que tiene que volver a construir una vida es una, el abusador nunca tiene que rendir cuentas, siempre es el pobre enfermo”.

A esta altura ya no sé qué decir y mi capacidad para preguntar se esfumó; afortunadamente ninguna intervención mía es importante. Lorena fue visceral, auténtica, desoladora. Lorena intenta encontrar una explicación a la duda que se genera cuando una mujer admite que fue abusada y no la encuentra. Pero eso no la detiene. Se queda sentada en su mesa mojada, con un cigarrillo sin prender y una taza de té fría; pero con el alma tan caliente que entibia aquel ambiente hostil de los primeros minutos. Entiende que tal vez nunca halle una respuesta, pero sabe que callarse es una opción que nunca volverá a aceptar.

 

*El nombre fue cambiado a pedido de la víctima para proteger su identidad.

 

María Fernanda Rossi

Deja tu comentario