Aquellos que estamos entre los treintas y los cuarentas estamos pasando por un momento bastante particular: nos estamos quedando sin ídolos. No se trata de la ausencia física o las cuestiones de la vida que hacen que la gente envejezca. De a poco nos vamos sumiendo en un mundo que ya no soporta ciertas expresiones y las justificaciones van quedando obsoletas. Los referentes, los que seguimos, aquellos de los que fuimos admiradores durante tanto tiempo, se van metiendo en un laberinto oscuro en el que no estamos dispuestos a acompañarlos.

Recordamos con cierta nostalgia los programas y las películas de Porcel y Olmedo, aquellas en las que nunca faltaba una mujer que ostentaba gran belleza, en prendas interiores en situaciones absolutamente insólitas. Algunos capítulos de las series que más admiramos sabemos que han envejecido mal. Vamos soltando artistas porque escucharlos o verlos nos provoca una herida interna.

¿Es necesario separar al artista de la obra? ¿Es útil repudiar dichos, acciones o actitudes y seguir consumiendo su arte? ¿Es válido sopesar lo que hace sobre el escenario por sobre lo que ocurre en su vida privada que no lo es tanto? ¿Hasta dónde es privado un acto que daña a un tercero?

Lamentablemente tenemos más preguntas que respuestas.

Con los músicos no dejo de consumir su obra, pero dejo de destinar dinero a ellos en shows, por ejemplo. Me pasa con Divididos, no voy nunca más a verlos. Es lo primero que pensé, no descarto adoptar alguna otra medida”, dice Carolina mientras argumenta “los violentos, al ser hijos sanísimos del patriarcado, están totalmente adaptados, incluyendo eso de la capacidad de generar goce estético, lo que yo no quiero es financiarlos más”.

Cacho Castaña lastimó la fibra íntima de muchas víctimas de abuso sexual, pidió una disculpa pública que más que perdón sonó a justificación, justificación que se abrió como un abanico flamenco y se derramó sobre figuras del ámbito nacional que quisieron poner paños fríos escudados en que “solo es un señor mayor”.

Personalidades de las más variadas de Argentina y del mundo se han ido apagando mientras más crece la conciencia popular sobre temas que siguen siendo sensibles. Desde el multigalardonado productor Harvey Weinstein, hasta el humilde cantante de tango y actor Juan Darthés se han ganado barreras que siguen subiendo. Pocos son los que quieren seguir la vida del mismo lado.

Lo pienso ahora”, aclara Nina ante la pregunta de qué hace con sus consumos culturales si encuentra que el autor fue señalado como violento o acosador, “creo que si esa obra no refleja ese lado del artista, no dejaría de consumirlo. Seguramente si me afectara profundamente lo que haya hecho o dicho, no lo haría”.

Al mismo tiempo, acepta que esa determinación “depende de mi identificación con la víctima o con la obra, seguramente. Lo pensé contemplando un artista contemporáneo y uno histórico, porque pienso que es una decisión individual, si se definiera una regla al respecto terminaría en censura”.

Específicamente sobre los casos en que se han levantado rodajes luego de una acusación hacia un protagonista, Nina argumenta: “creo que en ese caso, muy actual, tiene que ver con su comportamiento dentro del ámbito de trabajo, es más que correcto echarlo. Pero Einstein no era muy buen tipo, y nadie piensa en borrar la teoría de la relatividad de los libros de física”.

Cuando los parámetros no están claros, se tiran bombas que revientan todo, sin discriminar. Recién empezamos a identificar el problema. Estamos viviendo uno de esos momentos históricos donde ‘todo comenzó’. No suelen ser momentos divertidos”, describe.

Pero no solo se trata de los y las protagonistas de las denuncias, sino aquellas personas que deciden izar banderas de excusas que se inundan de razones incomprensibles. ¿Por qué razón intentar justificar a alguien que abiertamente ha agredido a víctimas de abuso sexual? ¿Cuál es la necesidad de poner un halo de compasión sobre la persona que ha sido reiteradamente señalada por acoso? ¿Es el deseo de que no se muera eso que tanto admiramos o es el intento por salvar parte de nuestra personalidad que no está dispuesta a soltar lo que siempre le provocó cariño?

Seguimos sin tener respuestas. Pero en algún punto sentimos una especie de piedra en el zapato permanente. Está ahí, nos incomoda, a veces nos lastima, nos preocupa cómo hacer para quitarnos la molestia, de a ratos no podemos pensar en otra cosa.

Tal vez debemos encontrar el fino equilibro o quizás sea momento para desestabilizar todo de un solo intento.

Apagar. Hibernar. Reiniciar. En una de esas es tiempo de comenzar a optar, que esa decisión sea personalísima y que nunca pueda ser considerada equivocada.

 

María Fernanda Rossi

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