En pocos años, un proyecto de restauración ecológica logró que, donde antes no quedaba ni un solo coipo, hoy la especie se multiplica y expande su territorio en el noroeste de Santa Cruz. Emanuel Jacquier explica cómo se inició el proceso, qué rol cumple en el ecosistema y por qué su regreso es una señal de esperanza para los humedales patagónicos.

Hace menos de una década, el Cañadón Caracoles era un humedal silencioso. La ausencia del coipo, un roedor anfibio que había desaparecido de la zona, era el síntoma de un ecosistema dañado por la acción humana. Hoy, en cambio, las cámaras de monitoreo del equipo de conservación de Parque Patagonia, registran a diario su presencia. Son más de 50 individuos los que se desplazan por el agua, se alimentan entre los juncos y levantan madrigueras que revitalizan el paisaje.

coipos en el Cañadón Caracoles


“Siempre que queramos recuperar una especie, se comienza por entender la causa que condujo a su desaparición. En el caso del coipo en Caracoles, comprendimos que fue por acciones humanas; la modificación del ambiente y la caza”, explica Emanuel Jacquier, integrante del equipo que impulsó la recuperación.

El primer paso fue devolverle al humedal sus condiciones naturales. Se reencauzaron vertientes a su curso original, lo que permitió “que el agua volviera a permanecer todo el año y que creciera la vegetación propia del lugar y se prohibió la caza de fauna silvestre”. Recién entonces se pudo pensar en la reintroducción.

El proceso comenzó con la traslocación de ocho coipos provenientes de una población sana del Cañadón Deseado. Durante semanas permanecieron en corrales de pre-suelta para aclimatarse, hasta que fueron liberados en los sectores más adecuados.

coipos en el Cañadón Caracoles


“Todos los individuos fueron monitoreados con telemetría, cámaras-trampa y métodos de marcaje. Esa información es clave para asegurar que se adapten al nuevo territorio y tomar medidas si es necesario”, detalla Jacquier.

Desde entonces, cada campaña de campo en los meses de julio y agosto permite identificar nuevos ejemplares. Los coipos capturados son marcados en las orejas y equipados con microchips, lo que permite saber cuántas hembras hay, cuántos nacimientos se producen y cómo evoluciona la población.


“Desde el inicio del proyecto hemos capturado e identificado más de 50 coipos. Un claro ejemplo que los individuos se están reproduciendo y comenzamos a registrar actividad en sectores más alejados (al sitio de liberación), un indicio de que la población está creciendo y colonizando nuevas áreas”.

La expansión fue rápida. Las cámaras ya registraron hembras con hasta seis crías, e incluso dos eventos reproductivos por año, en primavera y verano. Esa capacidad explica en parte el éxito, aunque el equipo no pierde de vista los riesgos.

El regreso del coipo no es solo una buena noticia para la especie, sino para todo el ecosistema. “Cumple un rol fundamental en la dinámica del humedal, es como un jardinero o arquitecto”. Y es que, “al alimentarse y desplazarse moldea, regenera y expande la vegetación. Elaboran camas y madrigueras, que sirven de refugio y sitios de nidificación para otras especies, sobre todo aves acuáticas. Mantienen espacios abiertos garantizando el flujo continuo del agua, y que la luz solar llegue para favorecer el desarrollo de microorganismos e invertebrados. A demás de ser una presa dentro de la cadena alimenticia”, describe Jacquier.

coipos en el Cañadón Caracoles


El horizonte es alentador. El objetivo es que la población del Caracoles se convierta en una fuente para otros humedales de la estepa. “Imaginamos que siga creciendo y colonizando los ambientes que seguimos restaurando. Nuestro esfuerzo está en la recuperación de estos ecosistemas claves, que son los humedales de la Patagonia”, proyecta.

Lo que parecía un sueño hoy, en poco tiempo se volvió una realidad y en aguas donde no quedaba ni un solo coipo, más de cincuenta ejemplares recuperaron su lugar. Y con ellos, el humedal entero comenzó a latir de nuevo.

El Rompehielos

Deja tu comentario