En el noroeste de Santa Cruz, el Cañadón Caracoles reúne a escaladores, vecinos y proyectos de restauración ambiental. Fernando Martínez cuenta cómo la escalada se volvió parte de una visión regenerativa que protege los humedales y fortalece la comunidad.
Fernando Martínez es un cordobés que adoptó la Patagonia hace muchos años, radicándose en Bariloche. Ingeniero, guía de montaña y director de Acceso PanAm Argentina, conoce el Cañadón Caracoles desde hace más de una década. “La primera vez que fui fue en 2011, de pasada rumbo a Chaltén para escalar. Nos habían dicho que ya estaban empezando a equipar algunas rutas y fuimos en lo que actualmente es el sector Romillo. Desde entonces volví muchas veces”, recuerda.


Su vínculo con el Club Andino Pari Aike de Perito Moreno nació en esa misma etapa. “Al principio no los conocía mucho, pero después a medida que empezamos a ir más al cañadón, conocimos a Paco Sepúlveda y otros socios y fuimos creando una relación más cercana. Y cuando comenzó el trabajo con Rewilding Argentina, la conexión con el club se volvió constante”.
Lo que más lo cautivó de ese lugar fue la textura de la roca. “Los primeros metros parecen haber estado sumergidos bajo el agua miles de años, con una cobertura de calcario, que son todas como pelotitas -explica- y le dan una textura muy especial generando una superficie especial para escalar”. Claro que otro de las particularidades es el entorno, “un oasis dentro de la estepa, con humedales que son refugio de aves y fauna nativa”.
Martínez también dejó su huella en las paredes del Caracoles. “Equipamos un sector que se llama Sin Viento, pensado para principiantes. Hay unas seis o siete rutas de grado bajo, en un lugar reparado”, cuenta. Pero ¿qué significa ‘abrir una vía’? Para Fernando, esto tiene dos enfoques, “por un lado, uno más analítico, me sale mi lado de ingeniero, pienso en la estructura de la roca, en la distancia de los seguros, sobre todo en vías largas. Y después está toda la parte artística, que es la que primero nos cautiva, ver una forma, una secuencia en la roca, e imaginarnos escalando esa línea”.

Escalar y regenerar
El Cañadón Caracoles hoy cuenta con infraestructura de camping, senderos cuidados y baños secos. “Eso mejoró mucho la experiencia y, sobre todo, redujo el impacto. Ya no se acampa en cualquier lado ni se dejan desechos sin control. La infraestructura ayuda a que el lugar siga vivo”, explica.
Para Fer, la idea de “escalada regenerativa” atraviesa toda la experiencia. “Me parece genial porque hace que el escalador se involucre más con el proyecto. Hoy ya se ve cómo crecieron los humedales, cómo volvieron algunas especies, y es supertangible en muy poco tiempo. Imaginarnos que los programas de voluntariado del Parque Patagonia puedan relacionar la escalada con la recuperación de juncales me parece un sueño posible. No solo regeneraríamos el ambiente, también el escalador sentiría que es parte activa de algo más grande”.
Y es que, como él dice, “cuando uno planta, cuida o restaura, después escala con otra mirada. Te apropiás del cañadón de una forma distinta, con más pertenencia, con la idea de que este lugar tiene futuro si lo sostenemos entre todos”.


Para él, el noroeste de Santa Cruz sigue siendo un territorio por descubrir. Sueña con habilitar nuevos sectores, como el cerro La Calle en el portal Ascensión del Parque Nacional Patagonia, y ve en el Cañadón Caracoles un modelo posible. “El futuro que me imagino es de escaladores colaborando constantemente con el área, y que eso se traduzca en seguir teniendo el acceso libre y gratuito a un lugar tan increíble como este. Quedan muy pocos lugares a los que podamos entrar así, sin barreras, y eso hay que defenderlo”, asegura.
Al final, lo que propone es simple: escalar y cuidar. “Apoyar proyectos de este tipo es fundamental, y mucho más si el resultado se traduce en una mejora ambiental. Ganamos todos, y gana el ambiente”.
