En la costa de Chubut, donde la estepa se abre paso hasta tocar el Atlántico, hay un lugar que parece inventado. Un puñado de casas frente a un mar transparente, colonias de fauna que laten alrededor y una historia que renace desde la quietud. Bahía Bustamante no es un destino más; es un paraje que se dejó moldear por las algas, el viento y la familia que decidió quedarse cuando todo parecía terminar.

A 180 kilómetros al norte de Comodoro Rivadavia, el paisaje se vuelve cada vez más silencioso. Esa sensación de borde, de límite, define la llegada al Lodge. No hay señal de celular, no hay estridencias modernas. Hay mareas, luz, huellas de guanaco y un viejo almacén de ramos generales que todavía guarda el alma del pueblo alguero que nació en los años cincuenta.

Lorenzo Soriano, inmigrante español, levantó aquí el primer asentamiento dedicado a la recolección de algas marinas del mundo. El trabajo dio vida a un campamento que llegó a tener 400 habitantes, una comunidad aislada pero intensa. Cuando la industria cayó, el silencio volvió. Y entonces apareció otra historia.

Su nieto, Matías Soriano, junto a Astrid Perkins, encontró en ese escenario la oportunidad de recomponer un legado. Convirtieron aquellas viviendas austeras en un lodge de naturaleza donde todo dialoga con lo que fue: el almacén ahora es “La Prove”, el restaurante que cocina con productos de la huerta biodinámica y del mar; las viejas casas se transformaron en refugios que miran al Atlántico sin distorsionarlo.

Bahía Bustamante Patagonia Azul


Un mar vivo, una estepa que respira

El entorno es la gran razón por la que Bahía Bustamante aparece una y otra vez en medios internacionales. Forma parte del Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral y de la Reserva de la Biósfera UNESCO “Patagonia Azul”. En 2025, el nuevo Parque Provincial Patagonia Azul sumó más protección a una zona que ya tenía fama de vibrante.

El mar concentra colonias inmensas de pingüinos de Magallanes —se estima que superan los ciento mil ejemplares—, lobos marinos de uno y dos pelos, cormoranes, petreles y aves que sobrevuelan las embarcaciones con una confianza que sorprende. En temporada, las aguas también reciben a ballenas jorobadas, sei y minke.

La transición hacia tierra firme es igual de cautivante: guanacos que atraviesan la estepa con calma, choiques que huyen entre los arbustos, zorros y piches que aparecen en momentos inesperados. Bajo el agua, los extensos bosques de macroalgas arman un universo paralelo donde crecen peces e invertebrados.

Naturaleza, investigación y una forma distinta de estar en el mundo

En Bahía Bustamante todo sucede con el ritmo de la naturaleza. No hay itinerarios fijos: cada día se decide según la marea y el clima. Las propuestas van desde navegaciones para observar fauna hasta caminatas, cabalgatas y visitas a hitos históricos como Faro Leones.

El compromiso con la conservación es parte del ADN del lugar. El Lodge funciona con paneles solares que producen buena parte de su energía, el agua proviene de un manantial natural y el plástico prácticamente no existe. Cada huésped recibe su botella reutilizable y la dinámica cotidiana invita a despojarse del ruido urbano.


También hay un trabajo silencioso, pero clave: la ganadería ovina regenerativa que impulsa Matías Soriano, un sistema que busca restaurar la salud del suelo y convivir con el ecosistema. Y la articulación constante con biólogos e investigadores del CONICET, la Global Penguin Society o la Wildlife Conservation Society, que encuentran en este rincón un laboratorio a cielo abierto.

Bahía Bustamante es, en esencia, una historia de renacimiento: un antiguo pueblo alguero que volvió a vivir sin traicionar su origen, un refugio donde la conservación encabeza cada decisión y un destino que sostiene una de las experiencias más profundas y remotas de la Patagonia.

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