El último jueves el intendente de la ciudad de Río Grande, Gustavo Melella, reconoció en declaraciones a la prensa haber advertido al candidato que apoya de cara a las elecciones nacionales de octubre, “preparate porque en estos últimos días puede venir lo peor”, a lo que añadió: “si ahora ministros del Gobierno salen por el Canal Oficial con tanta violencia, y los aliados del Gobierno salen con tanta violencia, en estos días puede pasar cualquier cosa y pueden decir de nosotros cualquier barbaridad”.
En la política argentina, que incluye por supuesto a la provincia de Tierra del Fuego, las épocas de campañas electorales suelen venir de todas las formas posibles, en spots para televisión, radiales, afiches en la vía pública, etc. Pero también aparecen las campañas positivas, negativas y las tristemente celebres campañas sucias.
Muchos confunden campañas negativas con campañas sucias. Pero en realidad son dos estrategias completamente diferentes.
Por un lado aparece la campaña negativa cuya característica principal es la de resaltar los errores y defectos del adversario. Los estudia, los subraya ante el público, los pone en primer plano, los destaca y pone sobre ellos una inmensa lupa y un potente foco de luz. Este tipo de de campaña busca que el público advierta el grave error que significaría votar por ese adversario y las consecuencias negativas que acarrearía.
En síntesis, de eso se trata la denominada campaña negativa que podrá estar bien o mal hecha y sus efectos serán mayores o menores. Pero esa es su estructura. Es la contracara de la campaña positiva.
Este tipo de estrategia es la que se enfoca principalmente en resaltar las virtudes del propio candidato y su partido. La campaña propositiva es aquella que suele ofrecer soluciones, que afirma, que propone.
Finalmente llegamos a la campaña sucia.
El formato de este tipo de acción es de “ataque directo” cuyo principal blanco es, lógicamente, el adversario. Pero lo hace no resaltando sus errores y defectos sino creándolos.
Básicamente la campaña sucia distorsiona la realidad, inventa, atribuye cosas que no son reales. Y lo más preocupante del caso es que lo hace a sabiendas, con el único objetivo de dañar al otro sin importar cuál sea el medio utilizado. Para ello atraviesa las fronteras de la ética, de la dignidad, e, incluso, del decoro.
En síntesis, la famosa campaña sucia no busca ilustrar al público ni prevenirlo, símplemente busca engañarlo.*
Algunos autores sitúan el origen de las “campañas sucias” en el gran país del norte. El 9 de febrero de 1825, en los Estados Unidos, las elecciones entre John Quincy Adams y Andrew Jackson se resolvieron en la Cámara de Representantes. Es una de las pocas elecciones en las cuales el candidato que recibió más votos no llegó a ser presidente, tal como pasó con Hilary Clinton vs Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de aquel país.
En épocas de internet y redes sociales montar una campaña sucia es de lo más sencillo. Cuando arranca la carrera electoral proliferan como por arte de magia los perfiles de Twiter y Facebook con contenido netamente político. Muchas veces ocurre que esas cuentas -normalmente anónimas o con identidades falsas- actúan como ametralladoras de denuncias de lo más variadas.
En el ámbito de la informática, un troll es un usuario que se dedica a publicar contenidos ofensivos o falaces en Internet, con la intención de generar un clima negativo en una comunidad virtual o de distorsionar la realidad. El concepto se utiliza también para nombrar a las identidades falsas que se emplean en la red para difundir información errónea de manera anónima. **
Un partido político, por ejemplo, puede crear cientos de trolls para publicar falsas denuncias sobre otra agrupación, intentando que el mensaje falaz se multiplique en Internet para desprestigiar al grupo opositor.
Si bien gran parte de los usuarios habituales de las redes sociales, más aun si son nativos digitales, deducen que si, desde un perfil falso o anónimo surgen “denuncias” de manera ininterrumpida y, casualmente, durante las campañas electorales, estas suele ser impulsadas por el partido adversario del candidato denunciado.
Pero tambien es cierto que muchos de los habitantes de las redes son personas que han sido adoptadas por la era digital y no tienen noción de “chequeo”. Tal como ourrió con la radio y luego con la televisión “si está en internet, entonces debe ser verdad”. Eso ayuda a que ese tipo de posteos se compartan innumerable cantidad de veces.
Para el periodista costarricense Mario Bermúdez Vivas es un asunto de madurez política. Democracias maduras, requieren electores pensantes, críticos. Que no se limiten a pedir campañas limpias, sino que sean protagonistas del proceso, pidiendo datos, cuestionando, buscando información y analizándola. Por supuesto que es más sencillo limitarse a esperar que otros hagan el trabajo. Pero es el costo de la democracia, parodiando la frase de Thomas Jefferson, quien apuntó que el precio de la libertad es la eterna vigilancia. La responsabilidad no puede endosársele a otros, a menos que socavar la institucionalidad sea indiferente para el votante. Por ello, en este caso podemos decir que el pueblo tiene la campaña que se merece. La que decide validar.
Las campañas sucias no son más que herramientas a las que se apela cuando la propuesta del candidato propio no es suficiente, la estrategia de intentar mellar la credibilidad del adversario y, por qué no, atentar contra la confianza en él mismo, entre sus propios seguidores y entre los electores, se muestran como recurso indispensable para evitar la pérdida.
Fundamentalmente las campañas sucias hacen foco en emocionalidad de los electores, ya lo apunta el viejo dicho “divide y reinarás”.
Toda campaña sucia busca el desprestigio del adversario, para ello dispara sobre sus atributos y busca volverlo vulnerable para que finalmente sea un candidato “indeseable” para los votantes y para el conjunto de la sociedad.
En el imaginario popular muchas de esas acciones quedan marcadas a fuego y son eventualmente traídas a colación a modo de chiste, burla y como caso anecdótico al recordar campañas pasadas.
También es cierto que la estrategia de la “campaña sucia” puede provocar un paradójico efecto boomerang y que el candidato al que se quiere denostar empiece a ser recurrentemente nombrado y que su nivel de conocimiento entre el electorado suba considerablemente al ocupar minutos de radio, televisión y páginas en diarios y sitios digitales.
Lo curioso es que estamos tan acostumbrados al que el pescado venga podrido que a veces nos cuesta distinguir el olor.
*Daniel Eskibel, el fundador de Maquiavelo & Freud, referencia mundial en español en psicología política. Psicólogo y estratega político, miembro de la Asociación Latinoamericana de Consultores Políticos y de la American Association of Political Constultants, así como coordinador internacional del Máster en Consultoría Política de la Universidad Camilo José Cela de Madrid.
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foto: Theodoros
María Fernanda Rossi