Artículo 1º: Créase en la Cabecera del Lago Fagnano, parte norte del lote fiscal 88, sobre la antigua traza de la Ruta Nacional Nº3, departamento de Río Grande, un pueblo cuyo nombre será “Tolhuin”.
En la década del ’60, Tolhuin era el último vestigio de los pueblos originarios de la zona. Una porción de tierra que les pertenecía por herencia y por derecho, un espacio sagrado en el que tantas veces los niños se convirtieron en hombres al atravesar el Hain, el rito de iniciación.
El 9 de octubre de 1966, Lola Kiepja dejaba de ser historia terrenal. La última ona*, tal como la conocimos todos, al ser considerada la última persona con conocimiento directo de las tradiciones, cantos y artes de una cultura extinta, se marchó para seguir cantando entre Krren y Krah.
Exactamente 6 años después, mediante la ley territorial Nº31, nació oficialmente el pueblo, conviertiéndose así en la localidad más joven de la provincia e incluso una de las ciudades más jóvenes de todo el país.
En 1972 funcionaban en la zona pequeños aserraderos que otorgaban al lugar una población aproximada de 150 familias; a partir de ello fue que las autoridades dispusieron que se instalaran servicios de asistencia sanitaria y educación.
El entonces gobernador del Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Gregorio Lloret, encontró la urgente necesidad de respuesta a nivel nacional y fue así que entonces, a instancias del presidente Agustín Lanusse, el nuevo pueblo tenía fecha de nacimiento.
Para el año 1991, Tolhuin, ya declarada oficialmente Comuna, tenía 672 habitantes, tal como indicaba el censo nacional que se había sido llevado adelante por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC).
Algo que caracterizó desde entonces al poblado del corazón de la isla fue su crecimiento demográfico de manera exponencial. Apenas 10 años después, su población ya alcanzaba los 1382 habitantes y en el último censo -en el año 2010- el resultado no fue menor. Según el INDEC, la población de Tolhuin había crecido un 111.70%, llegando a los casi 3000 habitantes.
“Cuando uno habla de cómo se vivía, parece que estuviera relatando una historia del 1700, pero lo pensás un ratito y hasta resulta gracioso, porque fue ‘ayer’: acarrear agua, no tener gas, estar penando por algún remedio, el estado de la ruta para llegar a Grande y a Ushuaia…”, dice Viviana, mientras repasa algunas fotos de lo que fue su casa apenas llegada al centro de la isla.
“La idea original era vivir en Río Grande, vinimos como muchos a trabajar en las fábricas, pero tuvimos mala suerte y no se nos daba, entonces surgió la posibilidad de un trabajo para mi marido y nos vinimos. Si te tengo que ser sincera, cuando llegué me quería morir, ¡yo venía de Córdoba capital! Y esto era la nada misma. No creí que iba a durar más de 15 o 20 días y ya llevamos casi 20 años”.
La ciudad -declarada como tal en 2012- se fue poblando, un poco de aventureros, otro poco de solitarios, otro tanto de buscadores de paz individual. Los desarrollos turísticos se multiplicaron y la madera siguió siendo, durante muchos años, la piedra fundamental.
Hoy, cada fin de semana, la población se multiplica. Llegan los que “solo pasan a comprar el pan en lo de Emilio”, los que visitan la talabartería del Tucu, los que van en busca de las mejores frutillas o los que eligen Tolhuin como vía de escape de la vida cotidiana.
Su paisaje único, formado por lagos glaciares, picos de nieves eternas, bosques frondosos y playa pedregosa, ofrece un escenario inigualable para los que visitan por primera vez y para aquellos que se enamoran con cada visita.
“Sabemos que los fines de semana la tranquilidad se pierde, pero también sabemos que gracias a los fines de semana vivimos muchos de nosotros. Somos muchos los emprendedores de Tolhuin, algunos pequeños, otros a gran escala, pero todos dependemos de la gente que nos visita”, sostiene Viviana.
Entre la cordillera y la meseta el Lago Fagnano, se erige como el espejo de agua más grande de la isla y brinda un marco irrepetible. La playa pedregosa y las aguas verdes le dan el carácter de rey indiscutible del lugar.
Algunos visitantes simplemente pasan horas en sus costas, a fuerza de mate y facturas de “La Unión”. Y ese es el único objetivo: disfrutar de lo que está ahí, un enorme cuadro a cielo abierto que arrulla hasta al más inquieto.
“Es el único lugar del país que conozco donde la gente puede hacer 100 kilómetros solo para comprar el pan”, reflexiona Viviana, “porque Emilio puede inventar lo que se le ocurra y cada vez poner más servicios de lo que sea, pero el pan de Tolhuin va a ser siempre el pan de Tolhuin”.
Las cabañas se multiplican y el espacio para alojar viajeros tiene cada vez más y mejores ofertas. La naturaleza se ocupa del resto.
Una extraña mezcla de bosque virgen y espacios indiscriminadamente talados, forman una realidad incoherente.
Entre el pan de indio, la lechuga casera, los dulces artesanales y las frutillas enormes, el centro de Tierra del Fuego se dota de identidad propia. No importa cuánta gente llegue cada año, ni de dónde vengan, el Hain, el Kami, las leyendas y los mitos, tarde o temprano pasarán a formar parte de un ADN inventado para los que se van quedando.
Tol-wen, donde residieron los últimos exponentes del idioma que le dio nombre a la ciudad. Esteban Ishton, Luis Garibaldi Honte, Santiago Rupatini, Enriqueta Gastelumendi, Lola Kiepja, han abierto el camino para que las nuevas generaciones se apropien de la tierra, pero no en el sentido económico -como normalmente ocurre-, sino desde el sentimiento, la actitud, el deseo y la decisión.
Porque en Tolhuin es importante que la tierra te pertenezca, pero más importante aún es pertenecer a la tierra.
*Algunos historiadores coinciden en que la última representante del pueblo Shelk`nam en realidad fue Ángela Loij, fallecida en 1974.
María Fernanda Rossi