El camino comenzó muchos años antes. Las negociaciones, la decisiones, los proyectos se fueron abriendo camino con el calor y la energía de un río de lava. Algo pasaba, todos lo sabían. Todos lo esperaban.

Comenzaron a aparecer los acuerdos y las definiciones empezaban a llegar. Aquel territorio que tantos veían como una zona desolada e inhóspita, brotaba como lo hizo otrora el petróleo en las mismas tierras. Y casi con la misma fuerza.  

El destino era incierto, pero el paso estaba dado y nuestros representantes estaban decididos a llevar a Tierra del Fuego al status que le correspondía: ser una provincia independiente.

El 26 de abril de 1990 se escribió el primer capítulo de la aventura, al sancionarse en el Congreso de la Nación la Ley N° 23775.

El entonces presidente Carlos Menem dictó el Decreto Nº 1491/90 a través del cual se convocaría a elecciones para la Convención Constituyente que debía confeccionar la Constitución provincial. Los representantes electos se reunieron por primera vez el 7 de enero de 1991 y entre los 19 hombres y mujeres elaboraron la Carta Magna fueguina, que terminó de ser redactada el 17 de mayo del mismo año.

Elena Rubio de Mingorance, Miguel Angel Castro, José Arturo Estabillo, Hernán López Fontana, Demetrio Martinelli, Néstor Nogar, Carlos Pastoriza, Carlos Pérez, Ruggero Preto, Rosa Delia Weiss Jurado, Diana Wilson, Luis Andrade, Mario Ferreyra, Alejandro Funes, Marcos Mora, Carlos Revah (quien renunció y fue reemplazado por Ricardo Furlan), Pablo Blanco, Jorge Rabassa y Luis Edelso Augsburger. 

Supongo que cada provincia debe tener un momento fundacional particular, esas anécdotas que se cuentan de generación en generación y se vuelven folklore propio, ese que todos recuerdan por haber estudiado, porque se lo contó un abuelo, porque lo vio en un museo. Lo más maravilloso de existir cuando la historia se escribe es que puede ser uno mismo el que empiece a contarle a los hijos y a los nietos cuál fue ese momento.  

Mi mamá me tocó el hombro y, mientras miraba el televisor de 25 pulgadas en el comedor, me dijo “prestá atención, estás viendo en vivo un momento histórico”. Apenas iba a séptimo grado, pero semejante advertencia no podía pasar desapercibida. Algo pasaba, todos lo sabían. Todos lo esperaban.

El acto era largo y a cualquier preadolescente de 12 años le podría haber parecido aburrido, pero había algo ahí que resultaba hipnótico. No entendía por qué, pero todo parecía ser muy emocionante. El centro polideportivo de la ciudad de Ushuaia se había convertido en un escenario abrumador. Cientos de personas se agolpaban para ver nacer una provincia.

Fue Doña Elena, como presidenta de la Convención constituyente, la primera en jurar; luego, de manera muy prolija y por orden alfabético, tomaron su turno el resto de los convencionales. Y ahí sucedió la magia.

Probablemente ustedes ya hayan leído y escuchado esta historia decenas de veces en estos 27 años, pero no hay manera de evitar volver sobre ese relato. La fuerza de la voz entre la multitud fue tan potente que dejó una marca indeleble en todos los que allí estaban.

Pero era (es) una de esas marcas que uno recuerda con orgullo. Como la cicatriz de la cesárea o las estrías que quedan después de haber dado a luz. Una sola voz entre la multitud alcanzó para que el mundo se detuviera justo frente a la flamante Constitución Provincial.

¡El pueblo quiere jurarla!” fue el grito de guerra que marcó el inicio de nuestros tiempos. Y Doña Elena no esperó. No había nada más importante que hacer a partir de ese segundo. El pueblo estaba ahí, expectante, sediento de ser protagonista de su propia historia, ansioso de escribir el capítulo más necesario.

En un silencio solo interrumpido por algunos flashes y un poco de murmullo nervioso, avanzó la pregunta: “Pueblo de Tierra del Fuego, ¿juráis por Dios y por la Patria y sobre estos Santos evangelios cumplir y hacer cumplir, en lo que de vos dependa, la Constitución de la Provincia de Tierra del Fuego Antártida e Islas Del Atlántico Sur?”.

He escuchado a lo largo de mi vida gritos de gol, coros enardecidos en recitales de Rock and Roll, tormentas estruendosas… pero nunca había oído antes y tampoco volví a oír jamás, un rugido semejante. “, juro” fueron todas las voces que se hicieron una sola. 

Fue desahogo, alivio, esperanza. Pero por sobre todo fue certeza. En ese alarido armónico estaba el inicio de la ruta que nos llevaría a un nuevo comienzo. Éramos provincia.

Dicen que en el sur se abren las puertas y una nueva vida que comienza. Hembra madre, yo te nombro. Señora de la estepa.

Es una luz de fuego aparecida, es el último confín de América. Es hermana de la luna, nació pariendo manantiales. Y quiere, como quiso siempre, que el hombre la habite y la ame.

Tierra golpeada por propios y extraños, bastardeada y ninguneada por quienes nunca la quisieron. Son 27 que se cuentan como miles. Se abre y nos da todo lo que tiene, a pesar de saber que tardaremos mucho en agradecerle.

Somos lo que le devolvemos a nuestra tierra.

Sus cielos anaranjados se hicieron bandera, llevémosla bien alto para no temerle a los de afuera. Ni a los de adentro. Provincia grande que quieren lastimar, pueblo más grande que se levanta como guardián del suelo, de los hielos, de las aguas y de los sueños.

 

María Fernanda Rossi

Deja tu comentario