Se cumplieron 140 años de la expedición hidrotopográfica que logró mapear el Gran Lago patagónico.

Hacia fines del siglo XIX, la Armada Argentina se propuso mapear los grandes ríos y lagos del país, no sólo para conocer posibles vías navegables, sino también para definir asentamientos que pudieran desarrollarse a lo largo de sus cauces.

Para ello, se comisionaron varias expediciones hidrográficas a cargo de oficiales profesionales jóvenes, que estuvieran a la altura de una empresa semejante. Por esos años, gran parte del territorio interior era aún desconocido, carente de cualquier mapa, y, por lo tanto, aislados de cualquier atisbo de la civilización occidental.

Una de esas expediciones cumple hoy 140 años y permitió el desarrollo de una de las ciudades más visitadas del país por el turismo extranjero, pero también por los argentinos que, en diferentes épocas del año, pero sobre todo en invierno y verano, se llegan hasta el lugar. Hablamos de San Carlos de Bariloche.

Quien lideró aquella expedición de un puñado de hombres que el 13 de diciembre de 1833 llegó por primera vez, navegando desde el Atlántico, al lago Nahuel Huapi, fue el entonces Teniente de Marina Eduardo O’ Connor. Una aventura con tintes de proeza a la que él mismo bautizó “Modesta Victoria”.

La expedición

El punto de partida fue el muelle de Carmen de Patagones, desde donde zarparon a bordo del vapor “Río Negro”. La misión consistía en llegar hasta el gran lago andino en una encarnizada escalada a contracorriente, relevando en diarios de viaje información traducida en datos y dibujos que luego se convertirían en los primeros mapas de la zona. Además, se pretendía conocer si existía un paso navegable por agua hacia Chile. “Emprendí viaje aguas arriba con el vapor ‘Río Negro’ (…) con el firme propósito y decidida intención de llegar al Nahuel Huapi (…) y rasgar el velo de misterio que nos oculta el Gran Lago”, escribió el Teniente de Marina O’ Connor en su diario.

Por aquellos años, nuestro país llegaba institucionalmente hasta el Río Negro y la Patagonia era un desierto casi despoblado. Este tipo de expediciones significaba aventurarse a descubrir ese vasto territorio a riesgo de perderlo todo, incluso la vida.

Los ríos patagónicos como el Limay, Traful, Collón Curá e incluso el Negro, (hoy atenuados por las represas hidroeléctricas) ostentaban corrientes capaces de arrastrar todo a su paso, y es en ese contexto donde la travesía cobra su magnitud.

Al llegar a la desembocadura del río Limay, debieron continuar en una ballenera de madera debido a la escasa profundidad y la fuerza de las corrientes, que hacían imposible continuar con el vapor. De nuevo, el jefe de la expedición asentó los estériles intentos por continuar con esa embarcación: “Ni con los cabos de cuatro pulgadas de mena, dados a proa, ha sido posible salvar al vapor; pues el buque queda sin gobierno, haciendo un brazo de palanca tan poderoso (…) que no hay cabo que resista”, y culminó: “Empezaba recién, podríamos decir, la verdadera exploración, pues las dificultades que ofrece remolcar embarcaciones en ríos como estos, donde la corriente media no baja de siete nudos y las costas están cubiertas de tupidos montes, no pasarán desapercibidas para los del arte”.

Cargaron en la ballenera instrumentación y víveres para cinco meses y prosiguieron. En sus innumerables maniobras rompieron los machos del timón (especies de palancas del timón), que repararon destemplando, cortando y doblando la baqueta de un fusil. Sin embargo, cada sacudida obligaba a perder elementos de medición y hasta comida, por mas trincas que se les impusieran. Así continuaron, con remos, vela y a la sirga, por el alto Limay. Muchos entendidos consideran este logro como un verdadero hito en la náutica argentina.

En la insomne noche previa a llegar al Gran Lago, el Teniente O’Connor escribió: “Como sucede al hombre en presencia de los grandes espectáculos de la naturaleza, esperábamos con profunda ansiedad la primera visión del lago y nos felicitábamos con cierto orgullo nacional, al pensar que eran argentinos los primeros que, por el Limay, penetraban en su interior”.

La Comisión Exploradora liderada por O’ Connor, tardó 121 días en llegar a la boca del lago Nahuel Huapi. Fueron días de hambre, viviendo empapados y con el frío de la noche patagónica calando los huesos. Pasado el mediodía del 13 de diciembre de 1883, la Comisión Exploradora alcanzó la naciente del Limay, ante la imponente vista del Nahuel Huapi. “A 2 horas 40 minutos PM, entraba triunfante en el lago Nahuel Huapi, con el aparejo largo y el pabellón nacional a tope, la lancha que en ese momento se llamó ‘Modesta Victoria’”, y agregó: “Presentose a nuestra vista un grandioso panorama en forma de inmenso anfiteatro que se desarrolla en un horizonte de miles de metros. Al frente, desplegase una dilatada superficie líquida (…) de contornos parabólicos, perdiéndose en lontananza y teniendo por base una extensa cadena de montañas de cimas altísimas cubiertas de nieve”.

En sus más de 50 días en el lago, los exploradores relevaron flora y fauna, clima, corrientes, profundidades y 27 islas y 3 islotes, nombrando brazos, ríos, canales, penínsulas y sierras. Eduardo O’ Connor, el gran líder, tenía apenas 25 años cuando comandó la expedición.

Han transcurrido 140 años desde aquel día en que alcanzaron el Nahuel Huapi y la visión que el joven Teniente tuvo en aquel momento, se hizo realidad: “En un porvenir no lejano, cuando la civilización haya penetrado ávida de trabajo hasta sus márgenes, hoy desiertas y solitarias; cuando se reflejen sobre sus límpidas ondas los futuros emporios de población, sólo entonces será un hecho práctico y frecuente la navegación de sus aguas, excelente vía para el transporte y el comercio”.

Hoy, San Carlos de Bariloche, la principal ciudad que crece en sus márgenes, cuenta con unos 150.000 habitantes y recibe a cientos de miles de turistas al año. En la actualidad, sobre las aguas del Gran Lago navega la “Modesta Victoria”, una embarcación de la Administración de Parques Nacionales que hace décadas surca sus aguas y que fue bautizada en honor y homenaje a la ballenera de la expedición de O’Connor. También, la avenida principal de la costanera de Bariloche lleva el nombre del expedicionario naval: Vicealmirante Eduardo O’Connor.

El Vicealmirante Eduardo O’Connor

Hombre clave de la Armada Argentina entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, Eduardo O’ Connor se destacó, entre otras cosas, por sus aportes al conocimiento hidrográfico, marítimo y cartográfico de la Patagonia y de Tierra del Fuego, elementos que fueron de suma importancia para la futura soberanía de nuestra Nación en aquellas desconocidas y alejadas latitudes.

Nacido en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 18 de octubre de 1858, ingresó como cadete a la Escuela Naval Militar en 1874 y tres años más tarde fue dado de alta como Guardiamarina. Debido a su destacado desempeño, la Armada lo envió a Francia para continuar el desarrollo de su formación profesional.

Luego de su paso por la Armada francesa fue destinado a la cañonera “Paraná”, donde ascendió a Teniente, y en breve pasó a prestar servicios a la cañonera “Uruguay”; al cabo de un tiempo, fue asignado a la Escuadrilla del Río Negro la cual estaba al mando del Teniente Coronel de Marina Erasmo Obligado. La misma ostentaba fines exploratorios y de soberanía.

El éxito de la Modesta Victoria, en su relevamiento hidrotopográfico, le permitió ascender al grado inmediato superior por decreto del entonces Presidente Julio Argentino Roca. En 1884, O’ Connor fue dado de pase a la bombardera “República”, donde permaneció por cuatro años, hasta que en 1888, ya ascendido a Teniente de Navío, ejerció como Subprefecto de Tierra del Fuego.

A raíz de sus conocimientos cartográficos y geográficos, en 1890 fue integrante de la Comisión de Límites con Chile; posteriormente desde el aviso “Golondrina” realizó trabajos hidrográficos de enorme valor en toda la región austral de nuestro país, casi desconocida por aquellos tiempos. Estudió la costa atlántica, la entrada al río Grande y el recorrido del mismo hasta la frontera con Chile. También analizó la orografía y la flora de la zona y pudo recorrer dos veces todo el litoral de la isla de Tierra del Fuego.

Entre 1893 y 1895 fue enviado nuevamente a Francia, pero en esta oportunidad como asesor técnico en la delegación argentina de aquel país. En 1896 ocupó el cargo de delegado del Estado Mayor General de Marina en la provincia de Buenos Aires y al año siguiente desempeñó el comando en el crucero “9 de Julio”; posteriormente haría lo mismo en el crucero “Buenos Aires”.

En septiembre de 1899 fue ascendido a Capitán de Navío siendo titular de la Dirección General Administrativa hasta 1901, fecha en que se hizo cargo del Despacho del Estado Mayor General de la Armada. Asimismo, en este año, ejerció el mando en el acorazado “Garibaldi”.

En los años siguientes ocupó cargos mayoritariamente administrativos y de importancia en la estructura naval de nuestra Nación. Fue vocal de la Comisión Administrativa de la Intendencia de la Armada, Jefe de la División Instrucción, Director General de Administración y Jefe del Arsenal de Puerto Militar.

Al poco tiempo de asumir la presidencia Hipólito Yrigoyen, el entonces Contraalmirante Eduardo O’ Connor pasó a desempeñarse como Comandante en Jefe de la Escuadra de Mar y en septiembre de 1918 fue promovido a Vicealmirante. A partir de febrero de 1921 formó parte del Consejo Supremo de Guerra y Marina, puesto que ejerció hasta su fallecimiento el 5 de abril de ese año.

El Vicealmirante Eduardo O´ Connor, al momento de su muerte, además de poseer en su haber una destacada carrera naval, había sido condecorado tanto por el Congreso Argentino como por el de la República de Chile con motivo de los centenarios de ambos países. También recibió la mención de Expedicionario al Desierto.

Sus restos fueron inhumados en el cementerio de la Recoleta y la ceremonia estuvo liderada por el Presidente de la Nación y amigo personal, Hipólito Yrigoyen, quien decretó duelo nacional.

Fuente: Gaceta Marinera

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