Entre las ondulaciones del coirón y el murmullo del viento patagónico, hay un sitio donde el invierno no significa encierro. A 80 kilómetros de Camarones, por Ruta 1, el Camping Arroyo Marea se sostiene como una invitación serena al abrigo de la naturaleza más salvaje y prístina.
Hay decisiones que no se toman de golpe. Se gestan, como la marea que crece despacio pero con firmeza. Así llegó Andrés al Camping Arroyo Marea. Psicólogo social, nacido en Azul (Buenos Aires), pasó por aulas, rutas, talleres y ríos antes de instalarse como anfitrión del camping. “A mis 53 años esta es una posibilidad de cambio, un anhelo de muchos años”, dice. Habitar el paisaje, cuidar la fauna, recibir visitantes y transmitir una idea potente: “Somos naturaleza. No podemos pensarnos sin el mar ni sin ecosistemas sanos”.

Arroyo marea – Pat. Azul – Maike Friedrich
Hace dos años, un flyer publicado en Facebook lo puso en la ruta del cambio. Andrés no dudó y, junto con su compañera, agarraron la señal. El resto, como suele decirse, es historia. Hoy su rutina en Arroyo Marea es todo menos rutinaria. “Limpieza, mantenimiento del refugio, pintura, cuidado de sendas, fogones, baños… y salir a la playa a levantar lo que deja el viento o el mar”. También recibe a quienes llegan: pescadores, caminantes, familias que escapan del cemento buscando aire.
Naturaleza sin multitudes
El camping tiene dos sectores bien diferenciados. Uno, más agreste, está protegido por molles y duraznillos, al abrigo del viento, con espacio para seis carpas junto a un refugio techado con cocina, horno, agua caliente y wifi. El otro, a 800 metros, es más amplio y permite hasta nueve carpas. Ambos cuentan con baños secos, y algo fundamental: la experiencia de estar solos frente a la inmensidad.

Andrés Magariño
En invierno, la temperatura propone una aventura diferente. Pescadores, familias y caminantes se animan a disfrutar de este sitio único. “Van desde las 10, 11 de la mañana hasta las 4 de la tarde, se comen un asado, caminan, recorren el lugar y regresan”, cuenta Andrés. Son visitantes de Comodoro, Madryn, Trelew o Camarones, que buscan una escapada distinta, sin multitudes ni horarios.
El día a día en el camping no es rutina sino adaptación. Andrés limpia, pinta, repara, mantiene las sendas, reacomoda carteles o recoge basura en la playa. Pero también observa, escucha, se deja sorprender. “Ahora en invierno hay muchos guanacos, choiques, maras, zorros, halconcitos, águilas moras. Y en la ría, flamencos rosados”, enumera. También habla de una rareza local: los caranchos blancos, una mutación todavía sin explicación clara que tiñe de nieve a estas aves rapaces tradicionalmente oscuras.

Centro de información Arroyo Marea
El arte de habitar un refugio
Estar en Arroyo Marea es aprender a leer el ritmo natural. “Saber cuándo van a andar determinadas aves, por dónde hay que pasar para no molestarlas. Poder ver a la mañana una especie, y al atardecer los cuises, o los caranchos cazando… todo eso es muy bello”, dice. La vida silvestre no está para ser invadida, sino para ser observada con respeto, en silencio.
El camping ofrece caminatas autorizadas hacia la playa, paseos costeando la ría y la posibilidad de visitar, en temporada alta, un Centro de Interpretación a cinco kilómetros, con maquetas del parque, información sobre flora, fauna y pesca de arrastre, y un rincón para tomar café o jugos naturales. La consigna es clara: todo es gratuito, pero hay reglas. No se puede ingresar con mascotas, ni dejar basura, ni extraer o alimentar animales. El ingreso se registra obligatoriamente en el refugio y es fundamental llevar abrigo, agua potable y revisar el pronóstico: si llueve, el ripio se vuelve un terreno complejo de atravesar.

Hay instantes que justifican el viaje. Andrés los enumera sin apuro, como quien los guarda con cuidado en la memoria: “Los atardeceres en la Patagonia, la salida de la luna llena sobre el mar, los movimientos de la fauna según el horario, la belleza de lo simple y salvaje”. Y también están las sorpresas humanas: visitantes que pasaban una noche para descansar y se quedan una semana; ciclistas solitarios que bajan al camping como si llegaran a casa; turistas que descubren el lugar por azar y se enamoran.

“Somos naturaleza”, repite Andrés. Y en su frase hay una clave para entender por qué lugares como Arroyo Marea importan. Visitar este sitio es una oportunidad de mirar el mundo de otra manera, con más pausa, más gratitud y conciencia. Es también una chance para los que, incluso en invierno, se animan a salir del asfalto, a desafiar el frío con fuego, a encontrar silencio donde otros solo ven distancia.