Hacía mucho que tenía ganas de hablar de esto, la única persona que lo sabe es mi actual marido y porque yo misma se lo conté cuando la relación se puso seria. Tuve la enorme suerte de encontrarme con un tipo que no se atrevió a juzgarme y aun muchos años después me apoya.
Esta es la historia de una mujer que vive en Tierra del Fuego, de la que no sabremos el nombre y sobre la que omitiremos una gran cantidad de detalles para cumplir con su pedido y respetar su decisión. La de hace años y la de ahora.
Salía con un hombre que era más de 30 años mayor que yo, en ese entonces estaba desesperada por salir de mi casa e inconscientemente fue la única manera que encontré. Nunca fue malo conmigo ni tengo una historia de abusos, pero ahora lo miro a la distancia y… es un poco raro. Yo apenas tenía 17 y estaba terminando el colegio secundario. No lo sabía nadie, ni mis mejores amigas, para ellas ese hombre era un tío que me recibía en su casa cuando en la mía las cosas se ponían ásperas.
Cuando terminé quinto año, él fue a mi acto y a mi fiesta de egresados, ninguna autoridad escolar sospechó que ese señor era mi pareja. A la semana ya estaba viviendo formalmente con él. Recuerdo que mi papá se enojó mucho, pero no le duró ni dos días; como todo lo demás, nada le importaba demasiado.
Intenté estudiar pero era tan bueno conmigo que yo creía que estaba en la obligación de vivir exclusivamente para él. Jamás me faltó nada y nunca me hizo un problema cuando esporádicamente yo quise vivir mi vida de joven. Mis días pasaban entre la cocina, el televisor y la cama.
Él ya había tenido una familia pero hacía muchos años que estaba separado. Sus hijos me aceptaron enseguida a pesar de que yo casi tenía su edad. Tuvimos hijos juntos, casi de la edad de alguno de sus nietos. Y de repente la diferencia se empezó a notar. Tuve que empezar a cuidar a los nenes y también a él, que se empezó a deteriorar por el simple paso del tiempo.
Los días que se sentía bien eran la gloria. Lo pasábamos hermoso, podíamos disfrutarnos mucho y aprovechar a compartir tiempo con los nenes. Así, en uno de esos días buenos volví a quedar embarazada. Por primera vez no fue una noticia feliz: el impacto realmente fue duro, durísimo. Los nenes eran chiquitos, mi marido estaba muy enfermo, mi propia salud se estaba deteriorando, no había manera de ocuparme de alguien más, era el peor momento para seguir adelante con ese embarazo.
La semana anterior a descubrir el embarazo me había hecho unos exámenes porque me había descubierto un bulto que me molestaba en una de las mamas. El resultado vino al otro día del Evatest. Era un tumor. Punción, muestra, biopsia: cáncer. Así, como una ametralladora, sin respiro. Todo pasó en un lapso de días.
Interrumpir voluntariamente el embarazo debería haber sido una opción porque me tenía que hacer un tratamiento urgente con rayos y quimioterapia, pero encontré resistencia en aquél momento. Estamos hablando de hace casi 30 años. Los propios médicos me dieron la espalda.
Las semanas siguientes fueron aterradoras. No es una manera de decir, tenía pánico, no sabía a quién recurrir, con quién ir. Pensaba en mis hijos, en todo lo que podía salir mal, en él enfermo sin poder acompañarme. La pasé horrible.
Y viste cómo son estas cosas, una amiga de una amiga de una amiga que tiene un dato, que sabe cómo, que conoce a quién y así llegué a este lugar. Me pasaron muchas cosas en la vida, pero muchas en serio, y me atrevo a decir que esa experiencia fue la peor. Si me pasaba algo, todo lo que amaba se iba a destruir de un plumazo; pero si no seguía adelante yo misma iba a pagar consecuencias irreversibles.
Sin dinero, sin ayuda, sin información me metí en un sucucho donde me hicieron un procedimiento que no entendí y nunca supe bien qué fue. Estuve casi tres semanas con mucha hemorragia y con desmayos, pero sabía que no podía ir al hospital. Es el día de hoy que no sé cómo zafé.
Cuando se paran en un pedestal y dicen cosas como “hubieran cerrado las piernas” o “hacen la fácil” o, peor, te acusan de acabar con una vida, no entienden por lo que una tiene que pasar. Durante años me sentí señalada aun por gente que no tenía la menor idea de la decisión que yo había tomado. Se vive con una carga muy dura, no es un paseo por Disney, cuando se llega a esa instancia es porque se lo pensó y se lo meditó mucho. Yo había tenido hijos, sabía todo lo que significaba, no había manera de que me enseñaran nada.
Me sometí a quimioterapia, me operaron y me curé. Crié a mis hijos, enviudé, conocí a una nueva pareja, tengo nietos. Viví la vida.
Lo único que maté fue mi propia sentencia de muerte.
María Fernanda Rossi