Por Fede Rodríguez
La particularidad de este libro es que un descendiente yagán, después de largos años de juntar información, cuenta la historia de su pueblo, y lo hace desde su historia familiar. La primera parte de la novela, denominada Vida ancestral, transcurre en un período de 50 años, que va desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del XX. El protagonista de esta narración es Asenewensis (bisabuelo del autor) quien vivió en carne propia la progresiva invasión del Onashaga (Canal de Beagle) por parte del hombre blanco.
Asistimos al lamento de los ancianos al ver cómo va cambiando el paisaje cuando la gente rara y misteriosa se instala en las orillas de lo que fuera, durante miles de años, aquel sagrado camino de las canoas. Las enfermedades desconocidas, el agua que nubla el juicio, los hombres que se burlan y quieren obligarlos a abandonar sus creencias, el rapto de las mujeres y los niños, las matanzas. Aunque es imposible no entristecerse junto a estos yaganes por todas las injusticias que sufrieron, Vargas no apela al golpe bajo ni acusa ni busca a quién culpar. Asenewensis y sus hermanos nos impactan, no por lástima, sino por la valentía, la integridad, la forma de vida comunitaria que llevaban y el amor que sentían por los suyos.
Antes de leer este libro, ingenuamente pensaba que entendía el concepto de nómades del mar. La dedicación y el trabajo experto que requiere confeccionar una canoa; el cuidado y las reparaciones; la fragilidad del artefacto al intentar atravesar el mar tormentoso y las filosas piedras de las costas; la cercanía de la muerte cuando el agua salada apaga el fuego que mantiene la vida de la familia; el agua que se congela en pequeñas olas mientras la embarcación las atraviesa; hombres, mujeres y niños para los cuales navegar era su forma de vida en el último archipiélago del mundo. Todo esto se respira en las páginas de MI SANGRE YAGÁN.
Espero que otros lectores se sientan tan privilegiados como yo, al realizar este viaje en el tiempo en compañía de gente tan agradable. Al finalizar cada capítulo, sentí que me merecía sentarme cerca del fuego – después de un día extenuante de cacería, después de instalar el campamento, después de disfrutar de la alegría de los niños – para saciar el hambre y escuchar las historias de los ancianos, mientras anticipaba el feliz descanso.
Tuve la suerte de leer este libro antes de su publicación y de conocer al autor. Nos citamos en un bar de Ushuaia. Cuando entró me sorprendió su porte y sus rasgos: no había imaginado que podía ser físicamente tan parecido a sus ancestros. También me equivoqué en la edad. Como una disculpa le dije: ¨Pensé que eras una persona mayor¨. Él sonrió y me contestó: ¨Gracias¨. Me dio vergüenza. Parecía como si no hubiera entendido el mensaje que transmite todo el tiempo en MI SANGRE YAGÁN: ser mayor es ser sabio, es ser requerido para aconsejar, es ser una persona respetada y querida.
Lean el libro y, si tienen la oportunidad, asistan a alguna charla de Vargas; la dicha será completa.
Víctor Vargas nos deja esperando con ansiedad el segundo volumen de MI SANGRE YAGÁN, donde continuará la historia de los yaganes hasta nuestros días. Un pueblo que cada día está más vivo.
(Ilustración Omar Hirsig)
Fragmento de la novela:
¨Una tarde, a principios del otoño, Catalina juntaba para sus hijos, los últimos frutos de umas, el rico calafate que la madre tierra les brindaba en esa la temporada. Llevó dos cestas de juncos y con entusiasmo se entregó a la tarea, sin tener noción del tiempo. De pronto, divisó en la maraña de matas negras a un hombre sentado, contemplando el horizonte sin inmutarse por nada. Lo reconoció y se preguntó en qué estaría pensando su padre.
-¿Cómo estás, padre?
-¡Estoy bien! Contemplaba nuestra tierra… es tan hermosa que no puedo dejar de admirarla. Siéntate, hija mía. Te contaré lo que soñé anoche y no puedo despejar de mi mente. En mi sueño, los hanus y los lakumas, los gigantes del bosque y los espíritus del agua se juntaban, muy enojados, para vengarse de los blancos por haber talado muchos worús, los árboles de los bosques de Lapatahia. En el cielo, el anochecer dejaba ver a Anuxa, la luna, como si estuviese ardiendo en llamas…¨
Información sobre MI SANGRE YAGÁN:
Autor: Víctor Vargas Filgueira
Sello: Editora Cultural Tierra del Fuego
Fecha de publicación: Abril de 2017
Contacto con el autor: https://www.facebook.com/victor.vargasfilgueira
ORACIONES YÁMANAS DE DUELO
Anhelo fervientemente encontrarme con Anciano-en-el-Cielo.
Así es, yo sola debo arreglármelas
en el verano, ay de mí, Padre mío.
Ah, deambular confundido, Padre mío, tiempo
¿por qué tu molestar, Padre mío?
¿por qué cerrar los ojos, Padre mío, ante la nevada?
Yo soy la mujer del lago
Él me quitó oh dolor.
Cuánto terror a causa de mi Padre
ay de mí,
mi único niño arriba en peligro,
ay de mí, cuánto miedo tengo,
ay de mí.
Sola me siento yo
cómo puedo sentirme feliz
en mi choza, silenciosa la choza y
la choza de niños, ay de mí.
(Lamento de una madre estremecida por el vacío de su choza después de la muerte de sus hijos. A veces las mujeres de luto destrozan su propia choza para que el dolor no se renueve.)
Plegarias tomadas de los libros LOS INDIOS DE LA TIERRA DEL FUEGO de Martín GUSINDE, y recopiladas por Niní Bernardello en la antología poética CANTANDO EN LA CASA DEL VIENTO – POETAS DE TIERRA DEL FUEGO (Editorial Universitaria de la Patagonia, 2001).
(ilustración de Germán Pasti – EL ORIGEN DEL VIENTO)