Si bien hay posiciones dispares sobre cuál fue la primera nación en avistar el sexto continente, algunos preparativos de Rusia en torno a lo que ellos consideran su bicentenario del descubrimiento motivan a reflexionar sobre la importancia del tema.
Mientras observaba con detenimiento el interior de la Iglesia Ortodoxa Rusa “Santísima Trinidad”, construida en madera y encastrada sin un solo clavo o tornillo, sostenida por gruesas cadenas que la anclan en una elevación de la isla 25 de Mayo –una de las islas que forman el archipiélago Shetland del Sur–, afuera, una poderosa máquina vial movía cientos de metros cúbicos de tierra y roca.
El objetivo era construir un camino de acceso a otra elevación para preparar el lugar donde, en pocos días, se erigiría una estatua del explorador y cartógrafo polar ruso, Fabian Gottlieb Thaddeus von Bellingshausen (1778-1852).
Estas facilidades e instalaciones son parte de un plan de acciones y actividades de alcance mundial, para reafirmar la posición rusa sobre el descubrimiento de la Antártida.
Esta ostentosa actividad despierta, por lo menos, un par de reflexiones. Una sobre la veracidad de la contundente afirmación rusa y otra sobre los fines de la obra en cuestión.
Sucede que los países que se disputan el descubrimiento del Continente Blanco son España, el Reino Unido y Rusia.
La República Argentina también debería ser uno de los reclamantes, pero, por alguna razón, no se encuentra en esa contienda. Estados Unidos de Norte América también podría participar de la controversia, pero considero que no juzgó relevante participar de la disputa.
ESPAÑA Y LA DESAPARICIÓN DEL NAVIO SAN TELMO
Durante 1818, la insurrección generalizada en la América española motivó la conformación de una fuerza naval denominada “División del Mar del Sur”. Estaba compuesta por cuatro buques de guerra, los navíos San Telmo y Alejandro I y las fragatas María Isabel-Prueba y Mariana.
En el caso particular del San Telmo, era un navío construido en el Ferrol en 1788, con 52 m de eslora (largo del buque), 14,5 m de manga (ancho) y 7 m de puntal (altura desde el fondo hasta la cubierta principal), y un desplazamiento máximo de 2750 toneladas (el peso de la embarcación); un buque importante, ya que contaba con 74 cañones, con una tripulación, al momento de su desaparición, entre navegantes y tropa embarcada, eran 644 hombres.
Los buques zarparon de Cádiz el 11 de mayo de 1819, aunque solo llegaron tres a Río de Janeiro, la primera parada, debido a que algunos problemas de estanqueidad obligaron a uno de los buques a regresar al puerto de origen.
Luego de esperar en Montevideo el inicio de la primavera, los buques zarparon hacia el Cabo de Hornos. El Atlántico Sur los esperaba con temporales que provocaron la dispersión de la flota.
Ilustración: Archivo DEF
El 2 de octubre, la fragata María Isabel-Prueba tomó el puerto de El Callao en Perú y el 9 del mismo mes, el Mariana.
El capitán de esta fragata informó que la última vez que pudo observar al San Telmo fue el 2 de septiembre, en la posición: latitud 62º sur y longitud 70º oeste, en medio de un fuerte temporal con averías en el timón, el tajamar y la verga mayor. Estas averías lo hacían prácticamente ingobernable.
Según varios estudios y expediciones llevados a cabo por diversas instituciones y universidades de España, el San Telmo, con mucha dificultad, recaló en las islas Shetland del Sur, en la isla Livingston, en el denominado cabo Alvarado (cabo Shirreff en la toponimia británica), más precisamente, en la caleta Garibaldi, donde los sobrevivientes del naufragio debieron padecer los inconvenientes de las bajas temperaturas y la carencia de alimentos y refugio.
Nuevas teorías de un grupo de estudio de Francia ubican al buque naufragado en los bajo fondos de Bahía Venus, al noreste de la isla 25 de Mayo y esperan hallarlo con diversos sensores y poder detectar las alteraciones magnéticas que provocan los 74 cañones que portaba el navío.
Algunos registros dan fe de que el capitán británico William Smith habría encontrado los restos del naufragio y los habría hecho desaparecer para evitar el reclamo del descubrimiento por parte de España.
LA VERSIÓN DEL REINO UNIDO
El capitán William Smith, a bordo del brick Williams, partió de Buenos Aires el 16 de enero de 1819 con rumbo a Valparaíso. El mal tiempo en la Patagonia sur lo llevó, el 19 de febrero de 1819, hasta la latitud 62º 15’ sur y longitud 58º 01’ oeste, donde divisó tierra que podría ser la isla Livingston, del archipiélago Shetland del Sur.
Arribado a Valparaíso, le relató lo vivido al jefe de la Estación Británica del Pacífico, William Henry Shirreff, quien le ordenó, entonces, tratar de confirmar el avistaje.
En su viaje de regreso a Montevideo, se aproximó aún más, pero en la posición 62º 12’ sur y 67º oeste, por la época del año –mediados de junio de 1819–, el hielo le impidió aproximarse más aún y debió continuar hacia su destino.
Ilustración: Archivo DEF
Una vez de regreso a Valparaíso, en el mes de septiembre, Smith puso rumbo hacia el sur con toda la intención de confirmar el avistaje previo.
Fue así como el 17 de octubre de 1819 desembarcó en la actual isla 25 de Mayo (King George para la toponimia británica), en posición 62º 30’ sur 60º oeste, denominando al lugar descubierto Nueva Bretaña (luego llamado archipiélago de Shetland del Sur).
Al día siguiente, desembarcó en la isla Livingston, en cabo Alvarado (Shirreff), donde recogió restos de un naufragio y la evidencia de animales muertos por la mano del hombre.
Eran los restos del San Telmo. Incluso ordenó que trajeran a bordo el cepo del ancla, para hacerse con la madera –de gran dureza y calidad– su propio ataúd.
Al regresar a Valparaíso, Shirreff nombra al Williams “buque auxiliar de la Armada Británica”, con la denominación de HMS Williams y designa al teniente Edward Bransfield (nombre que hoy es el topónimo del Mar de la Flota en la nomenclatura británica) como piloto de la embarcación.
El buque volvió a zarpar en diciembre de Valparaíso y llegó a la Antártida, a la isla Livingston, a mediados de enero y el 24 de enero de 1820, en la isla 25 de Mayo, tomó posesión de todas las tierras en nombre del rey Jorge.
LA EXPEDICIÓN RUSA
A principios de julio de 1819, Rusia armó una flota de investigación y exploración con los buques Vostok y Mirny, comandados por el capitán de navío Fabian Gottlieb Bellingshausen y el teniente Mikhail Petrovich Lazarev respectivamente.
Ilustración: Archivo DEF
En diciembre de 1819, navegaron entre las islas Georgias del Sur y luego, en enero de 1820, entre las Sándwich del Sur y a fines de ese mes, cruzaron el círculo polar antártico y sobrepasaron la latitud 69º sur.
Entre el 20 y 21 de enero, descubrieron una isla que denominaron Pedro I y el 27, otra, a la que llamaron Alejandro I.
Esta expedición de dos años de duración es la que postula Rusia como la del descubrimiento de la Antártida.
ARGENTINA, OTRA NACIÓN PIONERA
La primera aproximación argentina a la Antártida, registrada y documentada, sucedió en 1815, cuando el almirante Guillermo Brown, a bordo de la fragata Hércules, junto al bergantín Santísima Trinidad, en su viaje de corso hacia el Pacífico, fue arrastrado por un temporal en el pasaje de Hoces (Drake) hasta los 65º sur, donde observó un resplandor y percibió la proximidad a la tierra, posiblemente las islas Shetland del Sur. Este acontecimiento fue registrado en su libro de bitácoras.
Se especula, que el navío argentino Espíritu Santo capturó lobos marinos en las Shetland del Sur. Ilustración: Archivo DEF
Luego, en 1817, se inscriben en documentos oficiales del puerto de Buenos Aires y se publican en La Gaceta las salidas y los arribos de la polacra San Juan Nepomuceno con pieles de lobos marinos desde la Patagonia, Tierra del Fuego y más al sur.
Vale como ejemplo que la primera carta oficial antártica de la Argentina tiene como título “Fondeaderos de Tierra del Fuego” y data de 1915. Incluía en ese título a los fondeaderos de las islas Orcadas del Sur, sin hacer distinción entre Antártida, Tierra del Fuego o Patagonia.
Con los bien guardados secretos geográficos de dónde se encontraban las manadas de lobos marinos para su captura, el 18 de febrero de 1818, Juan Pedro Aguirre presenta al Consulado de Buenos Aires una solicitud para que se permita el establecimiento de pesca de lobos marinos a la altura de las islas del Polo Sud, que se hallaban inhabitadas. Se lo autoriza el 25 de agosto de ese año para que constituya la “Sociedad Argentino Americana” y se le solicita que incorpore en las tripulaciones a miembros del Regimiento de Patricios, tanto en oficiales como en tripulación, para el fomento de “nuestra Marina”.
Se especula que, a fines de 1818, el navío Espíritu Santo capturó lobos marinos en las Shetland del Sur. Mientras recalaba en Malvinas, el Espíritu Santo se encontró con un grupo de estadounidenses encabezados por Nathaniel Palmer, segundo comandante del buque Hercilia, que había partido en julio de 1819 de Stonington, Connecticut.
Ilustración: Archivo DEF
El posteriormente famoso navegante Nat Palmer se comportó con mucha generosidad con la tripulación del buque argentino: compartió con ellos huevos de aves, cerdos salvajes y otros víveres que había recolectado.
El capitán del Espíritu Santo le comentó a Palmer sobre la existencia de una enorme cantidad de lobos marinos, sin revelarle la exacta posición.
De todos modos, el Hercilia los siguió sin que pudieran darse cuenta y, cuando los argentinos estaban en plena faena, el barco estadounidense logró capturar 10.000 ejemplares. La locación pudo haber sido en la isla Decepción o Smith, de la Antártida.
A su regreso, previo reaprovisionamiento en la isla de los Estados, el Hercilia pasó por Buenos Aires, donde la capitanía del puerto lo registró el 27 de febrero de 1820.
Está documentado que ni España con el San Telmo, ni Inglaterra con el Williams, ni Rusia con el Vostok y el Mirny, o Estados Unidos con el Hercilia fueron los primeros en llegar a la Antártida. Fueron nuestros marinos-cazadores, con el San Juan Nepomuceno y el Espíritu Santo, quienes, al menos desde 1817, surcaron y exploraron las aguas y los territorios antárticos.
Hasta ahora, el tema del descubrimiento de la Antártida no fue motivo principal de investigación en el ámbito académico, ni tampoco de acciones políticas de reivindicación de los supuestos descubridores. Entonces, ¿qué movió a Rusia a efectuar el despliegue de medios y propaganda alrededor del tema? ¿Estará cercana la posibilidad de un reclamo ruso de territorios y la denuncia del Tratado Antártico? Eso se verá, lo que es seguro es que ni Bellingshausen y Lazarev han descubierto la Antártida, ni fueron los primeros en poner pie en ella.
*El autor de este texto es Eugenio Facchin, Capitán de Navío VGM de la Armada Argentina, piloto antártico con más de 14 campañas, historiador y profesor universitario.
Fuente: Fundación Marambio