Un equipo de investigadoras e investigadores trabaja en la estepa patagónica para entender cómo los grandes depredadores, como el puma, benefician indirectamente la biodiversidad de la región. El proyecto desentraña complejas relaciones ecológicas y aporta claves para la conservación de uno de los paisajes más icónicos y frágiles de la Patagonia.
Liderado por la investigadora del CONICET Melanie Browne y con Malena Galuccio, Zoe Croza, Leah Botelho y Eddie Bono como técnicas y técnicos de campo, un equipo trabaja en el noroeste santacruceño, donde el viento dicta los tiempos y los cerros a lo lejos custodian el paisaje.
Este esfuerzo, enmarcado en el proyecto “Rewilding: Integrando depredadores, ecología y personas” de National Geographic y Fundación Rewilding Argentina, busca responder preguntas esenciales sobre el funcionamiento de este ecosistema y su futuro.
Malena y sus compañeros se adentran en la estepa del Parque Patagonia para observar aves, identificar nidos y registrar datos para perseguir un objetivo ambicioso: desentrañar las dinámicas de las cascadas tróficas en la región. Pero, ¿a qué nos referimos con eso?
Una cascada trófica es un proceso ecológico que ocurre cuando los efectos de la población de un depredador tope (como el puma) se trasladan de manera indirecta a otros niveles de la cadena alimenticia, afectando a especies que no están directamente conectadas con el depredador. Por lo que, este proyecto trata de revelar cómo los depredadores tope, como el puma, afectan las especies más pequeñas, por ejemplo, aves.
El diseño del estudio establece cuatro sitios de monitoreo, divididos entre zonas de mayor y menor actividad de pumas. La idea es que, en sitios con mayor actividad de pumas, hay menos actividad de zorros, y por lo tanto, mayor supervivencia de nidos de aves pequeñas. Para evaluar esto, cada sitio, de 25 hectáreas, es revisado cada dos días.
“Un día típico implica recorrer dos sitios para buscar y monitorear nidos, medir huevos y pichones, y tomar datos de vegetación”, explica Malena. Entre las especies monitoreadas se encuentran el yal negro, chingolo, bandurrita esteparia y patagónica, calandria mora, dormilona canela y chica, y comesebo andino.
Observación y tecnología para entender el ciclo de los nidos
La paciencia es una herramienta esencial en este trabajo. Y es que, para localizar los nidos, se requiere interpretar los movimientos y el comportamiento de las aves, lo que puede significar horas de observación en el frío viento patagónico.
“Las aves son increíblemente astutas. Si sienten que están siendo observadas, cambian su comportamiento para proteger el nido”, explica. Es por eso que también la discreción juega un rol importante.
“Esto puede implicar dedicar una hora observando a una hembra que lleva alimento para sus pichones, generando la ilusión de haber encontrado su nido, solo para que finalmente lo deje caer lejos y así proteger su ubicación”.
Malena explica que se necesita prestar mucha atención a los detalles, y no perderse de ninguna revisión, porque podría representar un vacío importante en los datos. Esto implica muchas horas y días consecutivos de trabajo.
Una vez que se encuentran los nidos, son registrados en una plataforma de información geográfica (GIS) llamada Field Maps, que les permite llevar un control preciso del estado de cada uno: construcción, puesta de huevos, incubación o crianza de pichones.
Además, algunos de los más de 100 nidos activos son monitoreados con cámaras para identificar a los depredadores responsables de los eventos de depredación. “Esto nos permite capturar imágenes clave y complementar la información con datos de cámaras trampa instaladas en el área”, detalla.
Desafíos y aprendizajes en el campo
El trabajo en la estepa tiene su propia complejidad y para Malena la experiencia ha sido única. “Trabajar como técnica de campo en un proyecto integral como el de National Geographic y Rewilding Argentina ha sido una gran oportunidad de formación profesional. Me ha permitido capacitarme en la captura y manejo de diferentes especies y aprender a aplicar una variedad de técnicas de campo”.
Las condiciones climáticas, como el viento intenso o las temperaturas extremas, hacen al equipo a ajustar las jornadas a los horarios y comportamientos de las aves. “El campo te enseña a resolver problemas en el momento y a mantener la motivación incluso en los días más difíciles”, reflexiona.
Esta experiencia también ha sido una oportunidad de aprendizaje y crecimiento profesional. Malena valora el hecho de trabajar “con compañeros tan diversos”, porque “la experiencia ha sido muy valiosa; cada uno aporta perspectivas distintas y maneras de resolver problemas que terminan ampliando mis propias herramientas de trabajo”.
En la inmensidad del paisaje patagónico, donde todo podría parecer remoto, el monitoreo de aves aporta datos esenciales para la ciencia, al tiempo que refuerza el compromiso con la conservación de un territorio tan frágil como valioso.
Daniella Mancilla Provoste