Pintita era una foca que además de nombre tenía apellido: Weddell.

Vivía en la Antártida Argentina, junto a sus padres y un millón de tíos y primos.

Lo llamaban de esa manera porque tenía dos manchitas sobre los ojos.

Cuando fuese mayor, tendría manchas grises y negras por todo el cuerpo.

Había nacido hacía seis meses, en septiembre, y estaba aprendiendo a zambullirse para comer calamares y bacalaos.

Lo que más le gustaba era deslizarse, como por un tobogán, desde un casquete alto hasta las aguas heladas.

Se divertía de lo lindo nadando detrás de unos pececitos muy pequeños y transparentes como perlas.

Pero tenía cuidado de no alejarse de la orilla, su mamá le había contado que si se internaba en el océano, podía ser atrapado por otros peces grandes llamados orcas. Ella, era aventurera y curiosa y… un poco distraída.

Una tarde, bien de invierno, que a Pintita no le importaba ya que tenía una capa de grasa que lo aislaba del frío, se fue tras un pececito de hielo jugando a las escondidas.

Cuando creía verlo delante de su nariz, desaparecía de golpe y aparecía un poco más adelante.

Y Pintita no se dio cuenta de que su casa iba quedando cada vez más lejos.

De pronto, una sombra negra como un trasatlántico oscureció el océano.

Pintita no sabía donde ir, se encontró delante de una pared blanca imposible de trepar.

¡Una orca! se dijo muerto de miedo.

Se tapó los ojos con las aletas, no quería mirar cuando esa boca enorme se abriera y lo tragara.

Esperando lo peor y acordándose de la advertencia de su mamá, sintió que algo le golpeaba la nariz.

Abrió un solo ojo, no fuera un diente de su enemigo.

Pero no, era el pececito transparente que le indicaba que lo siguiera, que él conocía una salida.

Pintita no se hizo rogar y salió lo más rápido que pudo detrás de su compañero.

Los dos entraron en un torbellino parecido a una montaña rusa.

Los arrastraba tan fuerte que no se podía pensar en nada, solo dejarse llevar.

Después de un tiempo que pareció interminable, Pintita divisó el hielo teñido de amarillo por las algas de las nieves.

Y supo que estaba llegando a casa.

Su mamá lo esperaba en la orilla, junto al millón de tíos y primos.

La retaron por desobediente pero a él mucho no le importó, había dado una vuelta calesita alrededor de toda la Antártida.

Fuente: Fundación Marambio

Autora: María Guillermina Sánchez Magariños

Deja tu comentario