Vivimos en un planeta que nos provee de todos los recursos que necesitamos para nuestra existencia. Estos recursos son limitados. Algunos requieren cierto tiempo para recuperarse y otros directamente son finitos. El avance de nuestra forma de vida hace que cada día consumamos más recursos, empujando al planeta al límite de lo que puede proveernos.

Todos hemos oído hablar de los recursos renovables y no renovables. Nos lo enseñaron en los primeros años de la escuela. Las plantas y animales que consumimos se reproducen y pueden recuperarse. Los minerales, lo metales y ciertos gases no tienen esa capacidad y su cantidad disponible es limitada. Algo que parece tan sencillo, y que los niños y niñas comprenden fácilmente, se está convirtiendo en un gran problema para el planeta. Porque al parecer tanto los productores como los consumidores olvidamos este concepto tan simple.

Desde que la humanidad apareció en el Planeta Tierra echó mano de lo que encontró a su alrededor y lo utilizó para su conveniencia. En el principio las cosas funcionaban bastante bien. El humano tenía hambre y cazaba. El humano tenia frío y encendía un fuego. Los recursos alcanzaban para satisfacer las necesidades de aquellos primitivos parientes lejanos que vivían en armonía con su entorno. Pero los humanos tenemos un gran problema llamado inteligencia. Esta inteligencia nos empujó a perfeccionar nuestras técnicas para alimentarnos y protegernos del frio. Comenzamos a domesticar a los animales, reproduciéndolos para abastecernos de alimentos. Construimos casas para refugiarnos del clima. Al estar mejor alimentados y abrigados pudimos vivir más… y reproducirnos más. Nuestra inteligencia continuó avanzando y perfeccionamos aún más nuestras habilidades para modificar el entorno a nuestra conveniencia y aprovechar los recursos disponibles. En algún punto, dejamos atrás las necesidades básicas y comenzamos a crear nuevas necesidades, mientras continuábamos expandiéndonos y multiplicándonos. Cada vez necesitábamos más recursos y más rápido. Así llegamos a los tiempos que corren. Somos muchos, muchísimos, y necesitamos cada día más cosas.

De pronto, casi sin darnos cuenta, llegamos a un punto donde las cosas ya no funcionan tan bien. Un manzano produce cierta cantidad de frutos al año. Si queremos alimentar a una familia con un manzano no habrá inconvenientes, siempre que la cantidad de manzanas sea superior a la cantidad de bocas y al hambre de los comensales. Pero si queremos alimentar a una ciudad con este árbol nos encontraríamos con un inconveniente. El árbol puede producir la misma cantidad de manzanas todos los años. Simplemente no alcanzan para la población de una ciudad.

Y eso es justamente lo que sucede con nuestro planeta. La Tierra puede renovar sus recursos a un ritmo anual que siempre será el mismo. Si consumimos todos los recursos demasiado de prisa, nos agotaremos su disponibilidad anual y comenzarán los problemas. Y eso es justamente lo que ha venido ocurriendo desde la década del 70′.

Por aquellos años el “presupuesto” anual de recursos se agotaba muy cerca del fin del ciclo, por el mes de diciembre. Eran buenos años de abundancia. Este año el “Día de la Sobrecapacidad de la Tierra”, como se conoce a este “límite”, llegó el 2 de agosto. En poco más de medio año hemos consumido todo lo que la Tierra produce, llevándonos a vivir el resto del año con números rojos en nuestros libros. En menos de medio siglo hemos casi duplicado el consumo y la explotación de los recursos que nuestro planeta es capaz de producir. Evidentemente, algo estamos haciendo muy mal.

Las consecuencias de que nuestra forma de consumir y producir continúe con esta tendencia serán catastróficas. Hoy necesitamos 1,7 planetas para poder sostener nuestra forma de vida, y las cosas no prometen mejorar si seguimos por este camino. ¿Qué podemos hacer? En principio, mucho, pero es necesario asumir un compromiso muy grande. Debemos replantearnos nuestras necesidades, nuestro estilo de vida, lo que consumimos, cómo lo consumimos, cómo se produce aquello que compramos, cómo utilizamos los recursos energéticos, etc.

Un primer paso es reducir nuestro consumo de carnes. El consumo de carne tiene un mayor impacto que el consumo de vegetales y frutas. Genera el 18% de CO2 y otros gases de efecto invernadero. De hecho, el gobierno de China se compromete a reducir el consumo de carne en un 50% para el 2030. Esto reduciría la huella ecológica en más de 126 millones de hectáreas globales.

Otro factor importante relacionado con la alimentación es el desperdicio. Hay que evitar tirar comida. Alrededor de un tercio de los alimentos producidos en el mundo para consumo humano se tira a la basura. 1.300 millones de toneladas de alimentos desperdician anualmente. Éste hecho no sólo provoca grandes pérdidas económicas, sino también un grave daño social y ambiental.

Reducir el uso de nuestros vehículos particulares y reemplazarlo por el transporte público o por medios como la bicicleta tiene un fuerte impacto en la reducción de consumo energético y en la emisión de gases contaminantes.

Estos son sólo algunos ejemplos de que en lo cotidiano es mucho lo que podemos hacer para revertir la tendencia. Lamentablemente eso no es suficiente. También son necesarias nuevas políticas de estado para cambiar la forma de producción y consumo. La producción de energía debe estar en el foco de todas las decisiones a futuro. Es necesario volcarse por fuentes renovables no contaminantes. El consumo energético representa el 60% de la huella ecológica de la humanidad.

Hay mucho por hacer. Desde nuestras casas y desde los gobiernos del mundo. Pequeñas y grandes decisiones deben tomarse de inmediato si queremos un futuro en el cual la Tierra continúe sosteniendo nuestras vidas de forma armoniosa y sustentable.

 

Abel Sberna

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