Introducción

A través de las preguntas uno calibra qué le pasó a la gente cuando lo leyó. De algún modo, los escritores estamos desvinculados del público. Esta es una ocasión para acercarnos y para hablarnos. Me parece que juega mucho la timidez. A mí me pasaba; siempre me quedaba callada, nunca abría la boca. Pero ahora, con los años, veo que a la mayoría de la gente le pasa eso. Es muy difícil encontrar a alguien que tenga ganas de hablar en público. Es como que da miedo y se intimidan. ¿Qué es lo que quieren saber?

Me decían que era poeta

Empecé a escribir a los 15 años. Leía mucho pero nunca pasé por la carrera de letras. Empecé a escribir sola, por ganas de escribir. Y escribía muchísimo; cuadernos y cuadernos. Releía lo que escribía, rescataba los poemas que a mí me gustaban, los pasaba a máquina, y se los dada a una serie de amigos que les gustaba la poesía.

Siempre tuve la suerte de tener, antes y ahora, amigos de la escritura, amigos que les gusta escribir y que han seguido a lo largo de estos años escribiendo y editando. Ellos son lo que me decían que yo era poeta. Yo no tenía la menor idea. Recién hará tres años, cinco tal vez, que tuve la conciencia de que si yo era algo, era poeta. Así que todo ese tiempo fue una relación limpia, desinteresada, amorosa con el arte de escribir. No me llevaba nada. No me interesaba ser conocida ni publicar. Nada. Era el acto puro de escribir. Y así escribí años y años.

Espejos de papel

En el 70, yo estaba en Cosquín y muere un amigo que le gustaba mucho lo que escribía. Él apostaba a eso, a que yo era poeta. Ese amigo era pintor y era una especie de maestro sin aula. Tenía un montón de chicos que íbamos escucharlo. Un tipo formidable, con una mirada muy americanista; dando la espalda a los centros de poder como Buenos Aires o Europa. Él miraba hacia adentro, hacia América. Ese muchacho muere de un infarto, creo que a los 49 años. Entonces, voy a saludar a la viuda y en el trayecto de mi casa al río, me dije: ¨Yo voy a editar un libro y se lo voy a dedicar a él¨. Pero fue por esta circunstancia inesperada. Porque antes no se me ocurrió nunca editar. En aquella época era muy difícil, no había tantas editoriales independientes como ahora. Estaban las grandes, grandes, donde iban los grandes, grandes, y los otros, a la lona.

¿Cómo hago? Yo tenía amiga que había venido de un largo viaje por América a pie, y en Estados Unidos vio una escritora que con los desechos industriales de las calles de Nueva York hacía sus libros. Con papel madera, cartón corrugado las tapas y una piola que lo envolvía. (Eso después se transforma en lo que todos conocen como Eloisa Cartonera; pero esto que les estoy hablando es del 70). Entonces ella tenía muchas ganas de editar y me invita a hacerlo, con Espejos de papel, libro que ella ya conocía. (Mi amiga se llama Diana Bellessi y hoy es una poeta muy conocida que ha cobrado relevancia nacional e internacional.)

Al libro lo hicimos en un tipo de impresión de aquella época que era barata. El texto se imprimió en un lugar y las tapas, en otro. Después se juntaban las dos. Un muchacho amigo hizo unas tapas de cartón gris, grueso, con una foto. Cada uno tenía que pegar una foto de algo; yo pegué una foto de una pintura mía. Después se unían con ganchos, todo muy precario, bien artesanal. Hicimos una tirada de 150. Para pagar la impresión rifé un cuadro mío. Fue así como salió este primer libro, que en realidad lo hice en honor a mi amigo, Jorge Mattalía.

En ese libro, no sé por qué, puse cuatro ilustraciones, unos dibujos míos en blanco y negro.

Después de eso, seguí escribiendo pero siempre con esa cosa de que no me interesaba demasiado la cuestión externa.

Malfario

Tengo cosas mágicas como cómo llegué a Víctor Redondo (que terminó siendo la pareja de una muy amiga mía, también escritora y poeta). Él me edita Malfario. Yo no voy a Buenos Aires a la presentación. Se volvieron locos llamándome por teléfono y no me encontraban, pero jamás hubiera ido a Buenos Aires a sentarme con gente desconocida.

Ha sido un camino largo y duro para mí por esa cosa, esa contradicción entre los que vos querés hacer y lo que te impide tu propia fantasía mental. Era como que tenía fobia al exterior. Me costaba mucho.

El libro salió en Buenos Aires, y funcionó. Recibía saludos de mucha gente. Siempre tuve eso: la poesía mía gustaba, llegaba más allá de mí. Nunca pensé cuando escribía si el libro le iba a gustar a alguien. Yo escribía.

Escucho el poema entero

Hace dos años estuve con un amigo mío, Bernardo Schiavetta, que es poeta y escritor. Hace 40 años vive en París y va y viene a Cosquín (porque tiene a la mamá enferma). Él me dijo una cosa muy reveladora: vos sos mediúmnica. Y creo que eso es, porque yo nunca entendí lo que escribía. Impulsada por un deseo, por una sobrecarga emocional, escribía. Pero es como que a mí me dictan. Esto puede sonar muy loco: yo escucho el poema entero. Cuando se traba, me es difícil terminarlo. Sale. Y muchas veces no sé de dónde viene.

Lo más reciente que tengo es el poema a Batman, que aparece en una siesta fueguina, en enero. Estaba sola esperando, porque me iba de viaje, y me fui a un lugar horrible que es el Status (un casino electrónico), en el medio de las máquinas. Estaba en el bar de Status y me fui con un cuadernito que tengo, y me puse a escribir y salió completo el poema. Este año mostré el manuscrito en la muestra que hicimos de Batman, y está escrito así. Yo no sé de dónde venía eso. Todos esos años fueron mediúmnicos y a medida que empecé a tomar conciencia del acto de la escritura, o tal vez, de la importancia que le dan a la escritura y toda esa cosa, me empecé como a atemorizar y la conciencia cada vez mayor del acto de escribir empezó a bajar esa relación o interrumpir mi relación con ese otro espacio en el que yo escuchaba.

Ahora prácticamente no escribo. Nunca apuré la escritura: o viene o no viene. No hago ejercitación gramatical. O parece esa relación mágica, extraña, con ese otro mundo o yo no escribo. Últimamente esa cosa de tanta conciencia me ha impedido escribir en la cantidad que escribía. Ahora escribo muy poco. El libro que me está por sacar la Editora, Atardeceres marinos, reúne poesías del 2009 al 2017. Y tengo otras cosas pasadas a máquina y todo, pero que no me suenan como algo publicable. Es como que no tengo material. Se habrá agotado; no sé lo que pasó. Yo lo ligo a una toma de conciencia del acto de escribir, y ahí se acabó.

Cómo se escribe

Yo sé que a todo el mundo le interesa saber cómo se escribe; qué pasa ahí, en ese lugar secreto del escritor de donde saca las ideas.

A mí me sorprende lo que he escrito. Cuando el libro está editado ya no lo puedo leer. La letra impresa me produce un shock. Como el tabernáculo de los judíos que ponían la mano y se electrificaban, una cosa así me pasa con los libros ya editados. Ver la letra impresa es un impacto muy grande. Así me he tragado ediciones con unos errores feroces por no leer, porque no puedo leer. Creo que Clarice Lispector decía que ella tampoco leía lo que estaba impreso.

Cada uno tiene su manera y yo creo que la clave de esto escucharse a uno mismo; no escuchar al otro, cómo escribe, si tiene tal lápiz o pone la lámpara para acá… Cada uno va encontrando su manera. Es como un camino al que uno entra y se tiene que dejar llevar por ese camino.

Normalmente escribo con lapicera o con lápiz sobre el papel.

Una sola vez, un largo texto de Salmos y azahares, fue escrito en un amanecer, en un arrebato que ojalá volviera a tener. Me senté en la máquina de escribir, en la eléctrica, y volaba en el teclado. Una cosa maravillosa.

Primero escribo, después marco los poemas que me parecen que están logrados, y me voy a la máquina de escribir y los paso. Así armo los libros.

A aquellos cuadernos iniciales de las décadas del 60, del 70 e incluso del 80, no entró nadie. Yo los forraba de negro, de ese papel radiográfico. Era algo secreto. Ahí nunca entró nadie. Lo que está afuera publicado es responsabilidad mía. Nunca se los di a nadie para que me digan qué les parece. Cuando mis amigos me daban su opinión todo estaba en papel impreso a máquina. Mis originales no los leyó nadie.

Puente aéreo

Tengo un libro que publiqué, que no hice leer por ningún amigo para corregir, y el problema es que cuando vos te leés, te leés de memoria creyendo que estás leyendo. Ese libro, que me lo hizo un editor muy conocido de Buenos Aires, José Luis Mangieri, un hombre que trabajó por la poesía de una manera extraordinaria, fue Puente Aéreo.

Se lo mandé en originales impresos y todo eso hoy tiene que estar pasado a digital, y lo pasó la mujer de él. No te puedo explicar los errores que tiene ese libro. Es un libro que sueño que sea reeditado.

A pesar de los errores, se abrió paso porque me han saludado por esa publicación gente de Buenos Aires como Leopoldo Brizuela y muchos. Porque es un libro lindo… ¡Pero no se puede leer! Es terrible lo que me hicieron en esa impresión.

 

Fin de la primera parte

 

Los colores del fuego

Ciclo de charlas con escritores fueguinos

Universidad Nacional de Tierra del Fuego

Coordinan: Maxi López y Fede Rodríguez.

 

 

NINI BERNARDELLO (Cosquín, 1940). Poeta y artista visual. Obras publicadas: Espejos de papel (1981), Malfario (1984), Copia y transformaciones (1991), Puente aéreo (2001), Salmo y azahares (2005), Natal (2011), Yeso tango (edición bilingüe, 2011) y Agua florida (2013). En el 2001 compiló las obras del libro Cantando en la casa del viento, poetas de Tierra del Fuego. Participó en diversas antologías de Argentina, Chile y España, entre las que se destaca 200 años de poesía argentina (Alfaguara, 2010) realizada por el escritor y crítico literario Jorge Monteleone. Agua florida recibió Mención Especial del jurado de los Premios Nacionales producción 2011-2014, Ministerio de Cultura de la Nación, 2015. Desde 1981 reside en Río Grande, Tierra del Fuego.

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