La becaria doctoral del CONICET Marisol Ocampo trabaja sobre el cruce entre memoria y expresiones artísticas, a través del estudio de canciones que hacen referencia a la última dictadura.

Marisol Ocampo analiza un corpus de canciones cuyas letras ofrecen distintas representaciones de la última dictadura y que fueron compuestas por artistas santacruceños.

Una vez finalizada la dictadura cívico-militar que tuvo lugar en la Argentina entre 1976 y 1983, emergieron diversos y variados procesos de construcción de memorias sociales sobre lo acontecido. De este modo, el deber de recordar para resistir al olvido cobró distintos matices. Las expresiones artísticas como la música, la literatura, el cine y el teatro, lejos de permanecer ajenos a estos procesos de rememoración colectiva, participaron en ellos de manera activa, aportando reinterpretaciones y elaboraciones de lo sucedido.

Por otra parte, aunque muchas veces se suele pensar los procesos de la elaboración de una memoria colectiva en términos nacionales, las formas elaborar lo acontecido en la Argentina durante los años del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” cobraron formas propias y particulares en las diferentes regiones, provincias y ciudades del país, sin por ello dejar estar en diálogo con lo que ocurría en el resto.

En este sentido, y con la vocación de contribuir a la elaboración de un mapa federal de los procesos de construcción de memoria que tome en cuenta a las prácticas culturales como un aspecto fundamental de estas construcciones, Marisol Ocampo, becaria del CONICET en el Centro de Investigaciones y Transferencia de Santa Cruz (CIT Santa Cruz, CONICET-UNPA-UTN), estudia, en el marco su tesis de doctorado, un corpus de canciones cuyas letras ofrecen distintas representaciones de la última dictadura y que fueron compuestas por artistas santacruceños en el período democrático. La tesis es dirigida por Nazareno Bravo, investigadora del CONICET en el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales CONICET, INCIHUSA).

En su trabajo, Ocampo trata de pensar el modo en que, en Santa Cruz, la música intervino e interviene en el debate sobre memorias, al tiempo que participa de la elaboración del pasado reciente a través de estrategias artísticas de representación.

“Creo que para comprender integralmente el impacto de la dictadura en nuestro país es necesario registrar y sistematizar las formas específicas en las que se elaboró lo acontecido. Por otro lado, entiendo que la música, en tanto práctica social, ofrece elementos para narrar(nos) sensaciones, estados de ánimo, lecturas de la realidad y del pasado que confluyen en una identidad que resulta coherente en la narración, aunque en los hechos sea mucho más contradictoria y compleja”, afirma la becaria que reside en Río Gallegos.

Memoria y dictadura en Santa Cruz

De acuerdo con Ocampo, aunque alrededor de la provincia de Santa Cruz ha circulado el imaginario social de que durante los años de la dictadura allí “no pasó nada”, la dictadura sin duda dejó su marca, a pesar de que para muchos santacruceños no haya sido “tan represiva”.

“En este sentido, hay que tener en cuenta que recién después de 30 años de terminada la dictadura se empezaron a conocer los casos de los santacruceños desaparecidos, o de quienes habían sufrido exoneraciones laborales por razones políticas o por su nacionalidad de origen, como fue el caso de muchos chilenos”, comenta Ocampo, que además se desempeña como docente en la cátedra Arte y Medios, del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA).

En lo que refiere más específicamente a los procesos de construcción de memoria en Santa Cruz, de acuerdo con Ocampo, se destacan la militancia de activistas y de los organismos de derechos humanos, que, si bien en su agenda incluían en sus comienzos la cuestión de la dictadura, también su campo de intervención se expandía a asuntos tales como la situación de los privados de libertad, la denuncia de la violencia institucional y el derecho a la educación, entre otros. En ese sentido, hubo una militancia que convocó a distintos artistas a formar parte de ese activismo.

“Otro hito importante fue la creación de la Secretaría de Estado de Derechos Humanos en 2006, ya que en el marco de una política federal de promoción y defensa de los derechos humanos se concretó el objetivo de convertir los compromisos internacionales de defensa de los derechos humanos en políticas de Estado. A través de sus diversas gestiones se fueron institucionalizando diversas políticas, programas e iniciativas a lo largo y ancho de la provincia”, señala Ocampo.

Texto, contexto y configuraciones de memoria

Las canciones que recupera Ocampo para su investigación pertenecen a géneros como el heavy metal, el rock, el folclore y el punk y vieron la luz entre 1987 y 2015. “En ese conjunto de años, nuestro país atravesó distintos momentos en cuanto a los procesos de memoria. Por esto intento pensar las posibles vinculaciones entre los contenidos de esos temas, los contextos de producción y qué configuraciones de memoria predominaban en cada época. En este sentido, identifico un primer período general, 1987-2003, que denomino el de impunidad, y luego el de 2003-2015, que es el de oficialización de la memoria”, señala la becaria.

“Fue así que llegué a algunos hallazgos interesantes para el trabajo: uno por ejemplo es que la banda de punk Antihéroes compuso varias canciones en los años noventa, pero por el contexto socioeconómico que vivíamos, recién pudieron grabarlas en la década siguiente. Esto podría ayudarnos a pensar entonces por qué no hallamos tantas producciones musicales en los noventa en Santa Cruz. No siempre estaban dadas las condiciones materiales para que esas obras vieran la luz de inmediato en el objeto disco. Algo similar sucedió con Héctor Ossés -militante peronista y músico- cuando estuvo preso en Rawson, donde compuso canciones durante los años que estuvo privado de libertad -entre el 76 y el 79-, pero recién pudo plasmarlas en un trabajo discográfico a fines de los ochenta”, agrega la becaria.

Ocampo distingue, en las formas de referir a la dictadura de las letras analizadas, ciertos abordajes discursivos, por ejemplo, en el modo de representar a los responsables de la dictadura, a quienes se los presenta como “agentes del terror”, “fabricantes de muerte”, “guardianes del terror” y “asesinos”.

“En otro orden, voy identificando también que hay un consenso alrededor del número ’30.000’. En varias letras, los detenidos-desaparecidos son presentados por los músicos como `30.000 razones para continuar`, `30.000 luces siempre encendidas` y `30.000 hermanos`”, destaca Ocampo.

Otro modo de abordar los años dictatoriales, que Ocampo reconoce como representativo de algunas de las canciones analizadas, sobre todo en las aparecidas últimos años, es el de trazar ciertas vinculaciones entre el pasado y el presente, que puede leerse en ciertas canciones que buscan dar cuenta de la persistencia de algunos rasgos de la dictadura en la actualidad.

Más que sólo letras

Además de analizar las letras de las canciones, Ocampo también busca pensar qué sucede con las mismas al momento de ser interpretadas, tocadas en vivo y de qué modos son recibidas y resignificadas por los espectadores de las bandas y por el público en general.

“Creo que no podemos comprender los objetos estéticos sólo en su forma, por lo que se hace necesaria una construcción a posteriori de los mismos y para eso, hago etnografía de los recitales y entrevistas con los seguidores. En esa línea construyo algunas preguntas a partir de distintos aportes teóricos, tales como: ¿Qué habilita en los receptores cada una de las canciones?, ¿los lleva a una reflexión del pasado, del presente?, ¿cómo sirve la música como organizadora para la acción o el pensamiento? Ya que la música es una práctica social y se despliega en una performance, la música sucede y es constitutiva de la vida social. En este sentido, creo que reflexionar en torno a esa significación social de las canciones aportará a intentar responder de qué modos la música interviene en la construcción de la memoria colectiva”, concluye Ocampo.

Fuente: CONICET

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