El sistema judicial argentino ha sido largamente criticado a través de casi toda la historia nacional. Se habla de las investigaciones, de los desarrollos de los juicios, de la lentitud del sistema, de los fallos, pero hay algo sobre lo que conocemos poco: los trabajadores del poder judicial.

Somos personas”, es lo primero que dice el fiscal federal Marcelo Rapoport. “Es muy difícil separar, ante todo somos personas y nos toca ver problemas de personas, no podés cerrar la puerta de la oficina y olvidarte”.

En muchas oportunidades es el entorno más cercano el que oficia como cable a tierra “ustedes no lo ven ni lo perciben, pero nuestras familias sí; te cambia el estado emocional y hasta el humor. Es muy difícil de manejar, una cosa es buscar una notebook, un televisor, droga, pero otra cosa es buscar personas. Es muy duro, te parte el alma”, describe Rapoport sobre los casos de trata de personas que le ha tocado llevar adelante.

Muchas veces lloro solo, otras veo televisión para distraerme o charlo con la familia o algún amigo” cuenta sobre sus escapes para poder sobrellevar las historias que le toca atender.

Cada una de las provincias de Argentina, en base a la autonomía otorgada por la Constitución Nacional en su artículo 5, establece la administración y organización de la justicia ordinaria dentro de su territorio. Además, cada una de las provincias posee una organización judicial propia para ejercer la justicia ordinaria.

Es por ello que en Argentina hay una organización judicial distinta en cada una de las provincias de acuerdo a sus constituciones locales.

Juan Manuel Vicente estudió y viene de una familia de Córdoba, actualmente es el secretario del Ministerio Público Fiscal en Río Grande: “mis primeros años en el Poder judicial fueron en una oficina anexa a una comisaría del barrio Alto Alberdi de Córdoba. Y cuando digo oficina en realidad me refiero a una casa del barrio, dividida en dos: dos habitaciones para la Comisaría Segunda y otras dos para para el Ministerio Público Fiscal. Como no teníamos calabozo los detenidos eran ‘alojados’ temporalmente en la cocina, donde yo tenía que ir a identificarlos y notificarlos”.

Hoy con 34 años de edad y muchos en su carrera profesional, recuerda aquellos primeros días “esa oficina estaba olvidada, no llegaban los fiscales ni sus secretarios, así que más te valía aprender rápido tu trabajo”.

Gracias a su perfil proactivo y buen trato con sus compañeros, Juan Manuel fue seleccionado por una oficina del Ministerio Público Fiscal que hacía tareas investigativas: “eso significaba cumplir la curiosa función de ‘detective’”.

Luego de eso la suerte quiso que le tocara un compañero de grupo “que rompía todos los moldes, me permitió colaborar con él en crear una oficina dedicada al análisis criminal y a la reconstrucción virtual de delitos complejos”, oficina que al día de hoy sigue existiendo y es pionera en la aplicación de herramientas tecnológicas para resolución de causas complejas.

Decidí que era momento de volver a Río Grande, mi ciudad, para tratar de aportar algo de mi experiencia a la justicia local”, cuenta Vicente.

Luego de ejercer como abogado de matrícula, y tener un paso por la justicia federal, siguió concursando hasta tener la posibilidad de empezar a trabajar en la Fiscalía del Poder Judicial de la provincia, como prosecretario.

El Ministerio Público es de un órgano independiente, con autonomía funcional y autarquía financiera, que tiene por función, de acuerdo al artículo 120 de la Constitución Nacional, promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los intereses generales de la sociedad, en coordinación con las demás autoridades de la Nación. Es un órgano bicéfalo constituido por el Ministerio Público Fiscal y por el Ministerio Público de la Defensa. El primero nuclea y coordina la acción de los Fiscales y el segundo la de los Defensores Públicos Oficiales.

El Ministerio Público Fiscal tiene como función actuar ante los jueces durante todo el procedimiento judicial, planteando acciones pertinentes y los recursos. En materia penal, les corresponde instar la acción penal pública.

Al poco tiempo mi esfuerzo se tuvo que redoblar al hacerme cargo de la secretaría. Comúnmente no se sabe el sacrificio que significa ser parte del poder judicial, por lo menos en la rama penal y en las instancias de instrucción. Estar de turno significa que siempre tenés que estar atento al teléfono, no podés tomar alcohol ni trasnochar, porque una llamada puede llegar en cualquier momento y cuando atendés no sabés qué te espera del otro lado”.

Esa responsabilidad significa ir muchas veces al trabajo sin dormir, ir sábados y domingos, feriados, perderse muchos momentos importantes de tu vida personal y de la de los que te rodean: “cuando estás a cargo de un turno penal no hay cumpleaños, día del amigo, Navidad que te sirvan de excusa para cometer un error”.

Le pregunto a Juan Manuel cómo hace para que los casos no lo afecten en su vida personal: “no estoy seguro de que exista una receta, en general el tiempo te va forjando el carácter y entendés que a una víctima le es más útil una escucha activa, comprensiva, pero concentrada en la trascendencia de la declaración para lograr el avance de la investigación”.

Después de contar que hace psicoanálisis desde que comenzó en este trabajo, allá por el 2007, afirma que “sea como fuere, una actividad de atención a la víctima es sumamente desgastante y que requiere de algún tipo de supervisión que permita al agente tramitar eso que debe enfrentar reiteradamente, sin perder la atención y la agudeza para detectar los detalles trascendentes desde un punto de vista investigativo”.

Sol Rodríguez Garnica es periodista, especialista en contar lo que sucede puertas adentro en los tribunales más importantes del país. Una mujer joven y desenvuelta, fanática confesa de River, fresca, pero estudiosa de sus responsabilidades a la hora de trasmitir lo que ocurre en el fuero judicial.

Todos los periodistas que hacemos judiciales hemos elaborado como un vínculo con todo lo que es la burocracia judicial, para bien y para mal. Meternos ahí adentro a veces nos contagia de algunas situaciones que naturalizamos, pero también le damos un aire a las personas con las que tratamos”, dice Sol.

Creo que cumplimos un rol interesante, más que nada para estar en la mitad entre los dos mundos. Por un lado contar de una manera clara, para que todo aquel que vea o lea lo pueda entender, pero sin dejar de lado la rigurosidad que necesitás sí o sí para hacer este trabajo, que a veces es súper técnico”.

Para la periodista “es siempre más difícil cubrir un juicio mediático que otro que quizás estoy sola o hay dos o tres periodistas nada más”.

El año pasado le tocó cubrir el juicio por la muerte de un nene de 3 años: “esa vez me costó separar lo personal de lo laboral. Fue tremendo ese juicio porque tardó 15 años en llegar pero los padres y la abuela se acordaban de todos los detalles, de todo. Creo que es la primera vez, incluso, que vi una jueza llorar, era muy fuerte lo que se vivía en esa sala de audiencias, no lo pude evitar y me puse a llorar también. Era el dolor encarnado en esas personas”.

Pero no todo es dolor en las coberturas de Sol Rodríguez Garnica, a quien pueden encontrar en Twitter como @SolRGarnica. A través de esa plataforma cuenta lo que ella misma ha titulado como “historias de amor judicial”, una sección muy famosa dentro de aquella red social.

La primera historia la conocimos en 2014, Sol estaba cubriendo el juicio por la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001: “había una chica que presenciaba las audiencias y no sabía quién era. Una de las veces que me la cruzo, que ya había un poco más de confianza, me cuenta que había visto al que había sido su novio en 2001 y que la había abandonado sin darle ningún tipo de explicación. Ese novio era uno de los imputados. Después ella siguió yendo a las audiencias, se reencontraron y fue como una historia de amor que se tomó unos 13 años”.

La periodista relató en la red social ese encuentro: “después me contactó un juez que me leía en tuiter y me dice que le había gustado la historia que había contado y que él también tenía una historia para compartir y, a partir de eso, se fue haciendo como una especie de ‘de boca en boca’ y me empezaron a llegar historias, que están en todos lados, quizás lo llamativo es que se den en un ámbito que siempre es tan propicio al secretismo, a ser oscuro, a ser gris, a ser serio, acartonado y en realidad está lleno de recovecos en los cuales se dan estas pequeñas mini novelas que a mí me divierte mucho contar”.

 

María Fernanda Rossi

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