En los primeros meses del 2015, con Omar Hirsig bautizamos Caleuche a la revista de terror que veníamos craneando. Lo hicimos porque nos hermanaba con la parte oeste de Tierra del Fuego y porque evocaba miedos de nuestra infancia chilena en Río Grande.
Ninguno sospechó las terribles consecuencias que traería el nombre del maldito barco.
Todo comenzó en la Feria del Libro Independiente de Río Gallegos, en julio de 2016. Estábamos en el stand y, de repente, salida de ningún lugar, apareció una anciana muy pequeña, que tenía los ojos como si hubiera estado llorando. Señaló con un dedo arrugado la revista. Le dije que era una revista de terror en la que participaban artistas del sur. Me miró fijo y con la larga uña subrayó la palabra Caleuche. Empecé a contar que era un barco fantasma. Ella movió la cabeza, negando. Con una voz rasposa y un fuerte acento chileno, sentenció: “¡Con esto no se huevea! El Caleuche se llevó a mi padre y al pololo que más amé”. El aliento de la vieja, una mezcla de aire de tumba y pisco, se escapaba entre los pocos dientes negros y quebrados que le quedaban. Convencido que no iba a poder realizar una venta, giré para hablarle a una muchacha que me preguntaba algo y cuando volví a mirar, la anciana ya no estaba.
Al regresar a la isla, íbamos en el auto charlando sobre este episodio, imaginando una historieta donde una vieja siniestra se acercara en una feria y nos vaticinara un futuro terrible para cada uno de los colaboradores de la Revista Caleuche. Nos interrumpió una alarma en el auto: las luces se apagaban y se encendían cambiando de intensidad. El motor funcionaba; decidimos seguir avanzando. Al llegar a la barcaza, un camionero nos dijo que se debió haber cortado la correa que carga la batería; recomendó que no apaguemos el auto porque no iba a poder encenderlo. Habían pasado varias horas del mediodía y teníamos que ir de Cerro Sombrero a Río Grande. No había manera de ganarle a la noche y las luces del auto estaban muertas. Llegamos a San Sebastián y lo dejamos en la frontera. Hicimos dedo.
Habíamos quedados impresionados con la movida cultural de Río Gallegos. Contactamos con artistas para futuras colaboraciones y le pedimos a Germán Pasti (autor junto con nosotros de los libros El origen del viento y Leyendas de la Tierra del Fuego) que hiciera una historieta ambientada en Santa Cruz para incluir en el próximo número. Esa ficción tuvo que esperar dos ediciones hasta poder ser publicada porque el artista, una tarde en que patinaba en compañía de sus perros, se cayó en el hielo y se quebró un brazo.
Luego comenzaron las muertes de distintas mascotas de integrantes de la revista. El caso más curioso fue el de Ron, el gato de Omar, que se apareaba compulsivamente con todas las gatas del barrio de intevu, hasta que una noche descubrió que acababa de fecundar a su propia madre, se subió a un poste de luz y se tiró de espaldas al vacío.
Otros colaboradores fueron engañados por sus parejas y perdonaron las infidelidades; varios perdieron concursos artísticos de maneras muy estúpidas.
¿Casos de éxito? Solamente dos: Serafín, autor de la tapa del 4to. número, quien encontró el público masivo al desplegar todo su talento en el libro del Indio Solari Escenas del delito americano; y el Dr. Marcel, que terminó como Director del Patrimonio Inmaterial de la Provincia. La única manera en la que pudieron escapar del fracaso y los dramas que azotaron a los demás fue mediante un pacto con El Caleuche.
Nos llegan mensajes de lectores sobre diversos ataques espirituales. Algunos no pueden dormir porque les vienen a la mente los dibujos de la revista; otros, la toman con movimientos mecánicos y cuando comienzan a leerla sienten que les empujan hacia adentro los ojos; un pequeño grupo tiene la inquietante sensación de ser tocados en las zonas bajas experimentando estrangulaciones; un señor comenta que sus tics nerviosos aumentaron y siente aire con presión en los nueve orificios del cuerpo; una joven (que tiene un instagram con imágenes altamente sugestivas) relata cómo, después de la lectura, sus movimientos se volvieron demasiado contorsionados a la hora de hacer el amor y que emite sonidos animales que después no recuerda.
Debido a esta ola de inconvenientes paranormales, con el Capitán Hirsig hemos tomado una decisión drástica: como no podemos devolverles el dinero (porque ya lo bebimos), les pedimos que quemen todas las revistas Caleuche antes de que sea demasiado tarde.
Confiemos en el fuego purificador, amigos.
Fede Rodríguez
Fotografías del ritual: Fernando Altamirano