La científica Verónica Lutri fue seleccionada por el organismo internacional y divulgará evidencia vinculada a la presencia de glifosato y atrazina en aguas subterráneas de Córdoba.
Verónica Lutri, becaria posdoctoral del Conicet, fue seleccionada por el Centro Internacional de Evaluación de Recursos de Aguas Subterráneas (Igrac, por sus siglas en inglés) de la Unesco y divulgará sus trabajos vinculados al impacto de los herbicidas en las aguas subterráneas y superficiales. Es la única representante argentina y participará de la experiencia junto a 16 especialistas de diferentes naciones como Francia, India, Nepal y Congo.
“De aquí a algunos años la idea de la Unesco es contar con un corresponsal por cada país. Es una plataforma de divulgación muy grande que me servirá como científica para poder comunicar mis investigaciones a un público mucho más amplio. Los investigadores, en general, solemos hablarnos entre nosotros y no le contamos a la sociedad lo que hacemos. Escribimos artículos con lenguaje técnico que resultan inalcanzables para la gente”, dice Lutri, en diálogo con Página 12.
Puntualmente, la doctora en Ciencias Geológicas y profesora en la Universidad Nacional de Río Cuarto investiga los efectos del glifosato y la atrazina en los cultivos de soja y maíz de Córdoba, esto es, el modo en que los acuíferos se ven contaminados y cómo este fenómeno podría afectar a los usuarios.
A partir de ahora, la científica se incorporará a un programa de voluntarios denominado “Red de Corresponsales de Aguas Subterráneas” que, al interior del organismo, tiene el propósito de visibilizar internacionalmente los problemas locales. Asistirá a seminarios y será capacitada para narrar historias vinculadas a la problemática. Representará, de alguna manera, una voz crítica para interpelar el modelo de producción que se desarrolla en Argentina y precisar sus consecuencias en la escena mundial.
¿Apta para el consumo?
“Como fuente de recursos, el agua subterránea se usa para todo y abastece a la enorme mayoría de las grandes poblaciones de la llanura pampeana. Es necesaria tanto para el riego, la ganadería y las industrias, como para el consumo”, explica Lutri.
Si la referencia es para el consumo, las normativas internacionales establecen límites para la presencia de ciertos elementos. Cuando los umbrales de herbicidas estipulados son superados, se consideran tóxicos para el humano. “Las concentraciones que nosotros encontramos en Córdoba van variando estacionalmente por las precipitaciones. Hemos realizado publicaciones en que mostramos las épocas en las que hay mayor concentración de tóxicos en los acuíferos y es necesario tenerlo en cuenta”, agrega la científica.
Mientras que la norma de EEUU es más flexible (habilita hasta 700 microgramos por litro), la de la Unión Europea es más estricta (0.1 microgramo por litro). Como en Argentina no está regulado de manera específica, se apela a una u otra según el caso. “En el país necesitamos una norma propia, pero para eso se requieren datos fehacientes. De esta inquietud, la importancia de nuestro trabajo”, comenta. En el último tiempo, Lutri se ha especializado en varios aspectos transversales a la hidrodinámica y la hidrogeoquímica. Sus trabajos se concentran en evaluar cómo el agua de calidad (apta para el consumo) suele ser afectada por las actividades agrícolas y una amplia distribución de herbicidas perjudiciales.
Junto a hidrogeólogos y periodistas, la becaria del Conicet formará parte de un selecto grupo a partir del cual divulgará sus contribuciones en torno al problema del agua. Un conflicto que, como se ha advertido en el último tiempo, ya no solo se circunscribe a las naciones más pobres del mundo. La falta de acceso al recurso (como en Uruguay), o bien, la contaminación a partir de las actividades agrícolas (que, según se calcula, son las que consumen el 70 por ciento del agua potable a nivel mundial) serán ejes a partir de los cuales los especialistas seleccionados trabajarán.
Corresponsal de ciencia
El modelo productivo afecta la salud humana y los ecosistemas. En el afán de incrementar las ganancias, la producción agrícola emplea altas dosis de herbicidas que vuelven resistentes a los cultivos, pero que al mismo tiempo perjudican a las poblaciones. Esto, desafortunadamente, no constituye ninguna novedad. A partir de aquí, la evidencia científica puede ser clave para impulsar una política pública que mitigue la nocividad que las prácticas actuales tienen sobre el planeta. Una matriz distinta que considere formas más humanas, sustentables y menos extractivas de los recursos. Una obligación, en definitiva, que ya no apunta a proteger a las próximas generaciones, sino a las actuales.
Investigaciones como la de Lutri, como se advierte, están atravesadas por una perspectiva política. Una adecuada difusión de los conocimientos científicos, en este sentido, es fundamental si el objetivo es comenzar a revertir un conflicto que afecta a las comunidades. Si las sociedades no comprenden en detalle los problemas que los afectan, muy difícilmente puedan defender sus derechos silenciados. “Estamos inmersos en un sistema que nos ejerce una presión constante para producir y siempre aumentar los beneficios. Es necesario redirigir los esfuerzos y que se responsabilice la gente que se tiene que responsabilizar”, subraya.
El Igrac, el Centro que seleccionó a la científica argentina, promueve el intercambio internacional de información y conocimientos en torno al agua subterránea y su gestión sostenible en el planeta. Existe desde 2003 con el objetivo de evaluar y controlar lo que sucede con un activo estratégico. A dos décadas de su constitución, visibilizar el conflicto en los países más desfavorecidos es un punto de partida necesario.
Fuente: Página/12