Probablemente esta sea una de las cientos, miles de columnas que se escriban y lean hoy sobre el tema del momento, porque cuando sucede algo que nos sacude en la fibra más íntima, estamos los que pensamos mejor con los dedos y hacemos todo lo posible por exteriorizar un sentimiento que vemos repetido con apenas mirar alrededor nuestro.
Y eso pasó ayer, cuando las tres de la tarde habían hecho su ingreso al 27 de agosto y mientras recordábamos los 14 años de un suceso histórico para el basquet argentino, ya no se lo guardó más y lo dijo. Primero lo comunicó en español, su lengua materna, luego lo replicó en inglés, el idioma que lo cobija desde que ingresó al sueño de los valientes.
Con una gran mezcla de emociones les cuento que decidí retirarme del básquet. ENORME GRATITUD para mi familia, amigos, compañeros, DTs, staff, aficionados y todos los que fueron parte de mi vida en estos 23 años. Fue un viaje fabuloso que superó cualquier tipo de sueño. GRACIAS! pic.twitter.com/FtFqpTwFRq
— Manu Ginobili (@manuginobili) 27 de agosto de 2018
La fecha no puede ser casual, la mística, el recuerdo que ahora será agridulce asoma como la pelota cuando traspasa la red. Cae con suavidad, como su famoso “Manu tres”, apenas roza el aro y se mete para siempre en los corazones de millones de fanáticos -y no tanto- del deporte que le dio más identidad que su propio DNI.
Es nuestro, pero fue de todos. Los saludos se replican con intensidad en los idiomas más diversos, algunos lo despiden con cariño, otros empiezan a sentir nostalgia y buscan en los archivos su último tanto con las espuelas puestas.
“Con una gran mezcla de emociones les cuento que decidí retirarme del básquet. ENORME GRATITUD para mi familia, amigos, compañeros, DTs, staff, aficionados y todos los que fueron parte de mi vida en estos 23 años. Fue un viaje fabuloso que superó cualquier tipo de sueño. GRACIAS!” Se leyó en la red social de Twitter y ni la propia internet fue capaz de soportar tanto peso. Primero las palabras aparecieron como tímidas burbujas, hasta que la presión de tanto cariño se hizo imposible de detener y explotó como un géiser que lo abarcó todo.
Las anécdotas se multiplican como los puntos del 20 dentro de la cancha. Un periodista relata la suya, un amigo recuerda los primeros entrenamientos, cientos de personas reviven Atenas 2004, algunos lloran, otros ríen, todos agradecen. El punto final fue decisión propia y eso hizo que el cierre tuviera un sabor distinto. Era posible, pero aún así, la necesidad egotista de verlo para siempre adentro de una cancha nos mantenía viva la esperanza. Un año más, Manu, un año más. Si fuiste “el pibe de 40” podés ser “el pibe de 41”. Pero sin dar la espalda, tomó una decisión concienzuda y efectiva: la de convertirse en leyenda.
Le contaremos a nuestros hijos y a nuestros nietos. Hablaremos hasta el infinito sobre sus proezas. Anunciaremos, mientras nos golpeamos el pecho, que fuimos contemporáneos, que ahí lo vimos, que cuando se colgó la dorada en el cuello nosotros estábamos siendo testigos.
Y seremos testigos eternos de una grandeza que no se describe. Con la 5, con la 20. Con pelo, sin pelo. De 20, de 40, siempre el deportista que complicó a más de un relator americano cuando debió pronunciar su apellido. El que se identifica con la celeste y blanca, el que vuelve a su ciudad y enseña, comparte o mira camuflado desde una grada a los más chiquitos.
Ojalá supiéramos qué siente el señor de la sonrisa gigante, el que supo cómo amargarle el juego a LeBron, el que se puso los anillos y se codeó con las estrellas. Nuestro MVP, aunque la NBA no se lo reconociera. El que se quedó cuando estuvo mejor y entregó la bola naranja con precisión cuando fue necesario.
De pecho, de pique, lustrando el parqué con su propia camiseta en tantos juegos que son imposibles de contar. En los 5 iniciales, de sexto hombre. En la zona pintada o en el banco. Se convirtió en una pieza fundamental de un engranaje que se mueve con rudeza, pero con gracia, por los aires.
Su concepto de equipo marcó a fuego a los de adentro, pero también a los de afuera de la cancha “prefiero perder con ustedes que ganar con cualquier otro equipo”, sonó en el vestuario cuando la medalla de bronce se lucía en otros cuerpos y la Argentina había quedado sin podio en los Juegos de 2012. Y por esas cosas trasciende Emanuel, lo destacó el propio Popovich cuando afirmó que su jugador “piensa más en el equipo que en él mismo”.
Fue el primer argentino en ser campeón de la mejor liga de basket del Universo y sus adyacencias. Y fue de los que nos emocionan cuando anuncian que el chirrido de sus zapatillas ya no estará en prime time.
Uno puede no saber ni entender nada del disciplina, pero Manu ha superado esa barrera del idioma deportivo. Conmueve con lo que hace, con lo que dice y con lo que calla. El silencio de repente se apodera de las gradas. La ovación de la despedida ya pasó y nosotros ni siquiera nos dimos cuenta y queremos volver en el tiempo, para aplaudirlo más fuerte, para gritar su nombre con más intensidad, para decirle gracias hasta quedarnos sin voz.
El amor anaranjado quedará suspendido como en una foto caprichosa que quiere adivinar el resultado. Puede que ya no haya jugadas clásicas y apodos inventados por los canales de mayor audiencia deportiva del mundo, pero la pelota sigue flotando y aguardaremos con paciencia a que vuelva a rozar la red y nos regale esa última caricia, aunque sepamos que ya no va a llegar.
María Fernanda Rossi

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