Hace un par de meses, un equipo de biólogos descubrió evidencia suficiente que sustenta la presencia de un gen migratorio en las aves. Éste les permite no sólo llegar a sus destinos veraniegos, sino que les da la pauta exacta para no perderse en el camino. Hoy, nueva información sugiere que podrían usar una brújula cuántica natural para navegar el planeta, mucho más desarrollada que cualquier aparato creado por los seres humanos.
Así como sucede con los tiburones en los océanos, parece ser que diversas especies de aves tienen un sistema de geolocalización natural integrado al cerebro. Un equipo de científicos de la Universidad de Lund en Suecia asegura, sin embargo, que se trata de un sistema aún más especializado, que comparan con una “brújula cuántica” que les ayuda a leer el campo magnético de la Tierra.
Este dispositivo natural les permite distinguir el norte del sur a lo largo de sus rutas migratorias anuales. Opera bajo el principio de un sensor magnético en los ojos, propulsado con una proteína específica. Los investigadores la denominaron como cuántica ya que está relacionada con los procesos físicos del comportamiento de átomos y electrones. Con todo lo anterior, este proceso es mucho más fino que el de cualquier GPS.
En un laboratorio, se probaron las retinas de pelirrojos europeos (Erithacus rubecula) y su reacción con campos magnéticos controlados. Según los reportes del artículo publicado en Nature, con base en la proteína CRY4 es que las aves pueden ubicarse en el espacio. Los investigadores creen que el mecanismo se despierta cuando los electrones solitarios empiezan a funcionar como imanes minúsculos, con base en el fenómeno ‘spin’.
De acuerdo con la investigación, la precisión con la que logren ubicarse dependerá de la cantidad de esta proteína en los ojos de las aves. A pesar de que este fenómeno ya se observó en un entorno controlado, los científicos todavía no logran comprender el proceso a cabalidad. Según los biólogos, el CRY4 será determinante para entender la operación de esta brújula cuántica.
Lo que sí pudo observarse fue cómo interactuaba la proteína con la luz azul al ser aisladas. Para el CRY4, la cantidad de luz absorbida se modificó al exponerse a un campo magnético. Esto indica que la introducción de este factor impacta directamente en la producción interna de la proteína en los ojos de las aves. Es entonces donde se da lo que denominaron “un juego de imanes cuánticos“.
Otra de las preguntas que surgieron a partir del estudio es si esta capacidad cambia de especie en especie, o si es una cualidad exclusiva de los petirrojos analizados. Por el momento, sigue siendo difícil imitar las condiciones internas de los ojos de las aves de manera artificial. Sin embargo, se tiene identificado que la clave estará en la retina de los pájaros, donde existe una mayor concentración de esta molécula.
Fuente: National Geographic