EL ROMPEHIELOS presenta el ciclo Mitologías fueguinas.
Los días domingos y los miércoles publicaremos las apasionantes leyendas del pueblo selk’nam y del pueblo yámana.
Cultura Selk´nam: Kuanip y el gigante Chásquels

Chásquels era un gigante que superaba por varias cabezas a las lengas más altas y tenía una fuerza descomunal. Vivía en una enorme choza en la parte central de Karukinká, la isla de Tierra del Fuego. Este monstruo tenía un capricho: detestaba la carne de guanaco y deleitaba su paladar con carne humana. La gente vivía escondida y no podía salir a cazar por miedo a cruzarse con el apetito caníbal de Chásquels.
Usaba una onda y podía arrojar piedras a enormes distancias con una puntería muy precisa. Además, tenía varios perros entrenados para perseguir y cansar a sus presas humanas. Cuando las agarraba, cuereaba a sus víctimas para fabricar con esas pieles su propia capa.
Los selk´nam para salir de cacería se colocaban un tocado triangular de cuero de guanaco llamado kochel. Decían que cuando el guanaco lo veía dejaba de huir y el cazador podía acercarse con tranquilidad. Chásquels también adornaba su frente con un tocado similar, aunque no se sabe si tenía el mismo efecto. Su kochel estaba hecho de las pieles de los pubis de las mujeres que mataba, cosidas entre sí. Se alegraba mucho cuando la mujer asesinada tenía abundante vello en la entrepierna.
Al gigante le encantaba cazar mujeres embarazadas que estuvieran a punto de parir. Dejaba el cadáver cociéndose lentamente al lado del fuego, mientras el feto se iba guisando en el vientre de la madre.
Un día, Chásquels secuestró a los sobrinos de Kuanip para utilizarlos como esclavos: quería que limpien la choza, que junten leña y que mantengan el fuego siempre encendido. El lugar donde vivía el gigante era repugnante: había por todas partes trozos de carne, entrañas y heces.
Cada vez Chásquels traía un nuevo cadáver, los sobrinos debían destriparlo y limpiar las entrañas. Él se sentaba junto al fuego y asaba la carne. Ellos solo podían comer, cuando desfallecían de hambre, las vísceras que el gigante desechaba.
Cuando Kuanip se enteró del destino de sus sobrinos, fue decidido a ultimar al monstruo.
Se acercó al campamento y vio al gigante dormitando cerca del fuego y a sus sobrinos totalmente manchados de sangre y excrementos. Les dijo que esperen a que Chásquels salga a cazar y les señaló un escondite a donde debían dirigirse.
Cuando el gigante fue a buscar su ración diaria de carne humana y los sobrinos huyeron.
Al regresar y ver que el fuego estaba apagado, se puso furioso. Buscó sus huellas y las siguió hasta que llegó a un caudaloso río. Los sobrinos lo habían podido cruzar porque Kuanip hizo que las riberas se acerquen. Chásquels se metió en el agua y cuando quiso salir por la otra orilla, Kuanip convirtió la costa en un pantano. La tierra se hundía bajo las pisadas del monstruo, se resbalaba en el barro y se desesperaba chapoteando con los pies y con las manos.
De repente, Kuanip provocó un intenso frío. El barro comenzó a congelarse. Chásquels, agotado, se arrastró hasta la orilla. Jadeando gritaba que se sentía mal y apretaba su rostro contra la tierra. Con todas sus fuerzas, Kuanip golpeó con una patada la espalda del gigante y le partió el espinazo. El caníbal se desgarró la garganta gritando y quedó tendido en el piso, muerto.
Los sobrinos salieron de su escondite y le arrancaron los ojos. De las cuencas salieron cientos de tábanos que zumbaban fuertemente. (Por eso este insecto siempre busca la carne podrida y los excrementos.)
El cuerpo de Chásquels se convirtió en una gran roca.
Por esta hazaña, Kuanip es considerado el salvador del pueblo selk´nam.
Cuando murió Akélwoim, su madre y hermana, Kuanip estaba triste y cansado. Pintó todo su cuerpo de rojo y reunió a sus esposas, a sus sobrinos, a toda su familia. Con ellos ascendió al cielo. Hasta el día de hoy está allí: es Betelgeuse, la llamativa estrella roja, y sus parientes, el resto de los astros de la constelación de Orión.
Los primeros fueguinos, como hizo siempre toda la humanidad, han narrado el origen de su mundo, han elaborado ideas sobre la vida y la muerte, sobre la moral y las costumbres, han creado historias para contar los poderes de sus dioses y las hazañas de sus héroes, han desarrollado una rica mitología para explicarse a ellos mismos de dónde venían y quiénes eran.
Estas son historias que desde tiempos antiguos han servido para dar apoyo y enriquecer a los hombres y a las mujeres que se enfrentan a la experiencia de estar vivos.
Las leyendas que entretejían los ancianos frente al fuego, hoy llegan recreadas por la sobria pluma de Fede Rodríguez y los mágicos pinceles de Omar Hirsig.
Dejá que las Mitologías fueguinas te atrapen.
Fede Rodríguez
Ilustración: Omar Hirsig
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