Cada vez que circula el pedido de paradero de una menor se activan las búsquedas en varios niveles. A veces bien, otras no tanto. Un gran disparador, como en tantas otras cosas, suelen ser las redes sociales.

Cuando esa menor, afortunadamente, aparece en buen estado de salud, desde las mismas plataformas se reclama por los recursos que se invirtieron en esa búsqueda. Como si no fuera responsabilidad del Estado garantizarle seguridad a un o una menor que no está en su casa.

Muchas veces, luego las crónicas periodísticas destacan que esa menor que fue intensamente buscada se había ido de su casa por decisión propia, pero ¿qué lleva a un o una adolescente a escaparse de la casa?.

Si bien los adolescentes suelen dejar su hogar como respuesta a una situación no querida dentro de su entorno familiar, los chicos no tienen en cuenta los riesgos a los que se exponen tomando esta decisión.

Efectivamente, si hasta entonces la casa familiar era el lugar más elegido para refugiarse, -y sobre todo por la presencia de las redes sociales- el núcleo se expande mucho más y con ello los riesgos. Pensemos, incluso, en la posibilidad de que ese o esa adolescente se encuentre deambulando por la calle durante horas, de día o de noche.

Según indican algunas estadísticas a nivel nacional, en la Justicia se reciben entre dos y tres denuncias al mes de chicos que se ausentaron de sus domicilios. Casi siempre se trata de adolescentes de entre 14 y 18 años que decidieron irse por su propia voluntad.

Ya sea por la situación de rebeldía, que es propia de esa etapa, porque no quieren acatar determinadas normas de convivencia o, a veces, porque son víctimas de hechos delictivos graves como golpizas o abusos sexuales.

Se escapan. Dicen que van a la escuela y en realidad ni entran a la clase. Que tienen un cumpleaños y no vuelven. Que van a la casa de un compañero y no es así. Lo que buscan es alejarse de sus padres, y mienten. Se van. Pero después se arrepienten, o tienen miedo, y vuelven o son encontrados. Así actúa la mayoría de los chicos que un día toman la decisión de irse de sus casas.

La Asociación Civil Missing Children establece un perfil que se repite: el 68% son chicas. Y el 66% tiene entre 13 y 17 años. Entre las causas, una abrumadora mayoría (el 75%), se fue por “crisis de identidad” y “conflictos familiares“.

Hay que distinguir entre los chicos que se fueron de sus casas por un tema puntual, como puede ser un novio no aprobado por la familia, una mala calificación en el colegio, o que no lo dejen salir a bailar con sus amigos, de aquellos casos en los que existe una situación conflictiva familiar seria, como la violencia, y de los casos en los que adolescentes, particularmente mujeres, son engañadas por un tercero con promesas falsas de un trabajo, de una vida mejor y libre.

En el primer caso, el chico vuelve a su casa o es encontrado en un tiempo no mayor a una semana, en promedio son 3 días. Pero en el resto de los casos los tiempos se alargan.

La psicóloga y escritora Beatriz Goldberg, autora del libro “Cómo estimular al adolescente de hoy”, aconseja: “en los padres tiene que primar el diálogo con los hijos. En muchos casos, y en determinadas familias, no lo hay y además faltan límites. Se actúa directamente cuando algo sucede. Además, es bueno que se estimule al adolescente en aspectos que le sumen para potenciar la autoestima, en una etapa de transición que lo torna más complejo. Incluso a veces los chicos sienten temor (por factores externos) a ser fracasados, y algunos padres incentivan esto generando presión en sus hijos para que sean los mejores en aquello que ellos no pudieron, se trate de estudios, deportes o habilidades. Algo que termina generando frustración y forma parte de algunas de las causas que pueden guiar la decisión de huir del hogar”.

Vale preguntarse entonces qué otros aspectos pueden generar que un chico tome sin pensar dos veces su mochila y se vaya de casa.

Más que irse, al fugarse lo que hace el chico es dejar a los padres sin información, ya que si se va del hogar a otra casa (por ejemplo a la de su abuela) por unos días, pero avisa a los papás, les da la posibilidad de saber dónde está”.*

El principal problema de esto es que esa experiencia, que en primera instancia parece una aventura, es idealizada por los jóvenes. Parece una experiencia que merece ser vivida, una experiencia mucho mejor que la vida que están viviendo. Y no existe nada que pueda hacerles cambiar de opinión. Si lo pensamos unos segundos también podremos encontrarnos con la sensación que cualquier cosa que los quite de su rutina diaria será más emocionante. El espíritu de la aventura vive en cada persona, el secreto es hacer que ese espíritu se encauce en la dirección más indicada.

La Psicóloga especialista en Niños y Adolescentes Viviana Vergara recomienda

Cuando un hijo huye, lo primero que debe hacer es llamar inmediatamente a la policía, no espere las 24hs de las que suele hablarse, hágalo al minuto que se ha dado cuenta de que es así. Cuando hable con el oficial anote su nombre y apellido y un número de teléfono a donde pueda llamarlo.

Llame a todos los conocidos de su hijo y pida su ayuda. Busque en todos los lugares que su hijo suele frecuentar pero no deje el teléfono desatendido. Es posible que su hijo llame.

Cuando su hijo regresa, tómense su tiempo, no comience a hablar ni bien ha llegado. El nivel emocional de los dos se encuentra en un punto muy alto y en este estado es muy factible que la conversación transite cualquier camino y se digan cosas que en realidad no se quieren decir. Vayan a cuartos distintos y deje que todos descansen por algunas horas.

Preguntas y respuestas

La primera pregunta que surge es “¿por qué se ha ido?” y es la primera que debe hacer. No haga ninguna recriminación hasta obtener una respuesta a la pregunta. Es seguro que querrá imponer algún límite pero espere hasta que su hijo haya terminado de decir todo lo que tiene para decir. Ya habrá tiempo para lo demás.

Hablen

Hágale saber cómo se sintió con su partida. Hágale saber sus temores y que se sintió dolido. No tema hacer saber sus sentimientos. Y dígale que lo quiere si así lo siente. No existe ningún problema que no puedan resolver si se abocan a ello. Él debe entender que, si alguna vez siente ganas de huir de la casa, existen otras opciones. Usted debe ser fuente de otras opciones que le permitan a su hijo tomar una mejor decisión.

Conseguir ayuda

Si su hijo ya huido alguna otra vez y en ninguna ocasión ha logrado hablar del tema y que se abra a hablar con usted, es necesario que busquen ayuda. Pídale a alguien adulto en quien su hijo confíe para que participe de la conversación, tal vez un tío o amigo de la familia. Si esto tampoco funciona piense en buscar ayuda profesional.

Tanto Vergara como otros profesionales consultados destacaron muchas veces que un o una adolescente que huye de la casa “no es malo”, esta etapa de la vida es gran generadora de confusiones y una usina muy productiva a la hora de tomar malas decisiones, hay que tener en cuenta todos los factores y revisar, siempre, puertas adentro.

La huida suele ser un último recurso, un desesperado llamado de atención. Y cuando las y los adolescentes afortunadamente vuelven a sus casas, trate de no reclamar por el mal uso de sus impuestos, pensemos en la cantidad de jóvenes, niños y niñas que todavía faltan de sus casas y que no hay búsqueda que haya logrado traerlos. Siempre un regreso debe ser considerado un final feliz.

 

*Diario Los Andes, edición 14 de abril de 2016

 

María Fernanda Rossi

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