La complejidad de ecosistemas del país, con sus dieciocho ecorregiones, está expuesta al combo explosivo de extractivismo, contaminación, crisis climática y comercio ilegal de fauna.
El Plan de Extinción Cero (PEC) a través del cual el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible seleccionó siete especies en peligro consideradas “paraguas” por su importancia estratégica para preservar otras también amenazadas, se trata de tres aves, dos mamíferos, un reptil y un pez distribuidos en ecosistemas vulnerables de Argentina: el cauquén de cabeza colorada, el cardenal amarillo, el macá tobiano, el yaguareté, el venado de las Pampas, la ranita del Pehuenche y la mojarra desnuda.
La mojarra que quiere ser libre
El asunto es simple para esta especie de no más de 10 cm y sin escamas en la adultez -de ahí lo de “desnuda”-: vive en el arroyo Valcheta o no vive, ya que no resiste el cautiverio ni aguas que no sean las de su hábitat natural. Es una especie ancestral que habita un área de apenas 100 km2 en las nacientes termales del arroyo en la meseta de Somuncurá, Río Negro, y actualmente tiene “máximo riesgo de extinción”. Pero no es la única allí: comparte ecosistema con anfibios y saurios tan autóctonos como ella y que dependen de su conservación.
Que la Gymnocharacinus bergii, tal su nombre científico, sea “especie emblema” de la ictiología argentina y “monumento natural en el territorio de la provincia de Río Negro” no impidió que se vea amenazada por la ganadería, la contaminación y la introducción de especies exóticas como el salmón en 1941. Desde 1988 integra la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN): actualmente quedan apenas mil ejemplares.
El macá tobiano: ser presa y sobrevivir a las represas
Es una de las doscientas aves en peligro crítico a nivel global, pero se distribuye casi exclusivamente en Santa Cruz, la meca nacional del extractivismo. Si hasta la década de 1990 la población incluía entre 3000 y 5000 individuos, actualmente, según la Lista Roja de la UICN, hay apenas 650-800 adultos entre Argentina y Chile, que en circunstancias normales podrían vivir hasta siete años.
Entre las principales amenazas están la megaminería, la ganadería y la alteración de su hábitat por efectos de la crisis climática, con una pronunciada tendencia a la sequía y vientos muy fuertes. “’Cambio de uso de suelo’ es demasiado abstracto”, dice el biólogo Ignacio “Kini” Roesler, director científico de Aves Argentinas e investigador del Conicet, en diálogo con Sudestada desde Bariloche. Se refiere a la expresión usada por la cartera ambiental en el PEC para explicar la reducción del macá.
Para Roesler se trata más bien de un cambio en el uso del territorio. Así ocurrió con la siembra de la trucha para pesca deportiva en la década de 1950, lo que modificó las condiciones de las lagunas que alimentan al macá, que a su vez debe lidiar con los visones americanos, capaces de matar treinta aves en una noche. La gaviota cocinera, obligada a migrar por la expansión de pesquerías y emprendimientos ganaderos, hace su parte al atacar directamente a las crías del macá en los nidos.
Aunque la versión oficial quiera echarles la culpa solo a estas especies invasoras, no son las únicas: en la provincia de Santa Cruz, la megaminería, el sector petrolero y las represas destruyen y modifican ecosistemas como el que habita el macá tobiano. “Alteraciones del estuario del río Santa Cruz” es otro eufemismo para evitar referirse al impacto ambiental de la construcción de las dos represas del complejo Kirchner-Cepernic que financian capitales chinos: el embalse del 50 % del río Santa Cruz. “Eso va a tener un efecto sí o sí en el estuario, que es donde habita la principal población del macá tobiano en invierno”, dice el especialista.
Pero también hay un cambio negativo por las ciudades e industrias como la minería y el petróleo, que generan “puntos de iluminación dentro de las rutas migratorias del macá tobiano, y sabemos que eso genera un impacto: hace dos días apareció un macá en un pozo petrolero en el lado chileno, que chocó con las luces”.
La cartera de Juan Cabandié no considera amenazas a estas actividades: en el PEC ni siquiera se atreve a nombrarlas.
Cauquén colorado, la plaga que no fue
Aunque tiene su nido en la Patagonia, entre Santa Cruz, Tierra del Fuego y el sur de Chile, en invierno al cauquén colorado le gusta viajar miles de kilómetros hacia el sur de Buenos Aires, donde debe sortear (y salir airoso de) la caza furtiva. El acuerdo internacional de 2013 entre Argentina y Chile para su conservación no impidió que su número siga cayendo.
La especie pasó de ser considerada plaga por el Estado en la década de 1930 -lo que implicó un combate activo- a definirse como especie en peligro. Fue una persecución injusta: por su número era prácticamente imposible que compitiera por el trigo y el maíz con el ganado bovino y ovino.
Pero los años pasaron y la reducción masiva de las tres especies de cauquenes (el común, el real y el colorado) encendió la alarma: en lugar de seguir combatiéndola, se prohibió su caza, protagonizada por turistas que matan cientos de aves en el sur bonaerense. “Es un negocio que se sigue haciendo en forma ilegal, hay muchos intereses económicos que impiden hacer algo serio”, apunta Roesler.
Ranita trasandina
La ranita que habita el valle del Pehuenche, en los Andes Centrales de Argentina cerca de la frontera con Chile, fue declarada en peligro por las autoridades nacionales en 2013.
Este anfibio vive en arroyos de montaña que se extienden por apenas 9 km2 y han ido desapareciendo por las obras viales del paso internacional desde 2007, lo que hizo que se reduzca un 25 % una especie de por sí escasa y que tarda cuatro años en llegar a su estado adulto.
Según la cátedra de Ecología de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo, “el desvío del curso de los arroyos y las obras para recolectar sal que se utiliza para derretir la nieve de la calzada son las principales causas de la muerte de individuos”.
El cardenal amarillo en la Lista Roja
Aunque le guste viajar a Uruguay, Paraguay y Brasil, el cardenal amarillo se distribuye esencialmente en Argentina, donde habita bosques de espinal, pastizales y montes de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, La Pampa, Río Negro, Corrientes y Córdoba.
Según un artículo de ciencia ciudadana publicado en la revista Birds Conservation International en 2020, la ecorregión del espinal, hábitat histórico del cardenal, era un gran anillo de bosques que ocupaba unos veinticuatro millones de hectáreas en la región pampeana. Con el avance del agronegocio y la tala indiscriminada, los bosques se redujeron considerablemente (un 40 % para 2005) y los cardenales amarillos se repartieron en ecorregiones del monte y Chaco. Además, por su plumaje vistoso y bello cantar (con diferentes “dialectos”) es capturado como ave de jaula y comercializado en ferias locales e internet.
Desde 2015 está oficialmente en peligro: según la Lista Roja, quedan entre mil y dos mil, pero son pocos los esfuerzos para conocer su distribución real en el país. Los censos anuales realizados desde entonces por Aves Argentinas y otras organizaciones documentaron la existencia de 221 cardenales amarillos en más de seiscientos puntos geográficos, un 78 % fuera de áreas protegidas.
El venado (desplazado) de las Pampas
El título de “monumento provincial” que el venado de las Pampas obtuvo en Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y San Luis no le bastó a este mamífero herbívoro para evitar estar en peligro de extinción.
Aunque en total haya entre veinte mil y ochenta mil ejemplares repartidos en Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, Fernando Miñarro, biólogo y director de Conservación de la Fundación Vida Silvestre, explica que en nuestro país hay apenas dos mil en esas cuatro poblaciones aisladas. “La distribución de la especie coincide con las principales regiones de desarrollo productivo agropecuario. Los pastizales naturales, que son el ambiente del venado de las Pampas, han sido reemplazados por agricultura y ganadería, fundamentalmente, y en algunos casos con plantaciones forestales, como ocurre en Corrientes”, explica Miñarro a Sudestada. Las madereras eligen el noreste provincial para plantar pinos exóticos, que ya hicieron desaparecer a los yaguaretés a fines del siglo XX.
La caza furtiva para el tráfico de su cuero es otro de los obstáculos para este pequeño cérvido que llegó a ocupar más de cincuenta millones de hectáreas en norte y centro del país. Ahora debe competir por el alimento con especies ajenas al ecosistema, como el ciervo axis y el cerdo cimarrón, que además le transmiten enfermedades. Por si fuera poco, también corre riesgo de morir atropellado.
El venado de las Pampas es otra víctima silenciosa de eventos extremos a causa del cambio climático, como tormentas e inundaciones en la bahía de Samborombón, una de las zonas costeras más afectadas del país.
En 2009 la Fundación Rewilding Argentina trasladó veintidós ejemplares desde los bañados del río Aguapey a la isla de San Alonso, en el Iberá, cuya población actual es de 120-150. En 2015 fundaron otra reserva en Rincón del Socorro. Para Miñarro, la reintroducción de la especie es una acción muy valiosa si se complementa con la eliminación de las amenazas que la llevaron a extinguirse: “Si no, llegaríamos al mismo resultado”.
Miñarro cuenta que es la década de la restauración a nivel global: no se trata ya solamente de acciones de conservación y enfrentar amenazas, sino de recuperar lo perdido. “Estamos muy lejos de los estándares internacionales: se habla de un 17 % de lo que cada ecorregión debería tener protegido en Argentina, y en el caso de regiones que involucran a pastizales y sabanas estamos muy por debajo de ese número”.
Yaguareté: entre DiCaprio y la ley de bosques
El yaguareté es “monumento nacional”, pero está en peligro crítico. Se lo considera “especie paraguas” porque su supervivencia contribuye a la conservación de otras. Aunque puede vivir unos siete años, su área se redujo considerablemente en las últimas décadas: en Argentina habría poco más de doscientos ejemplares a causa de la destrucción de bosques y selvas, atropellamientos y caza ilegal.
A comienzos de año Leonardo DiCaprio celebró la reintroducción del yaguareté en los esteros del Iberá, donde se había extinguido hace setenta años. Cabandié se adjudicó el avance “luego de un trabajo de muchos años (sic) con el apoyo técnico de la Fundación Rewilding Argentina”. Sin embargo, aunque todo esfuerzo por reinstalar una población de yaguaretés es muy importante, no será suficiente si no se protege su hábitat fuera de los límites del parque nacional correntino y en ecorregiones como la chaqueña, las selvas de yungas y paranaense.
Los yaguaretés necesitan al menos cuarenta mil hectáreas de bosque para alimentarse y reproducirse. La ley que lo protege no se cumple y es desfinanciada desde su implementación. Noemí Cruz, coordinadora de la campaña bosques de Greenpeace, cuenta que, por el desmonte constante, en el Gran Chaco sobreviven menos de veinte ejemplares. Gobiernos como el de Gustavo Sáenz en Salta siguen habilitando la deforestación masiva.
Son mucho más que siete
La pérdida de bosque nativo es un problema clave para la biodiversidad en Argentina, con consecuencias para los animales que lo habitan. Según el Ministerio de Ambiente, en los últimos cinco años se deforestaron más de 1 145 000 hectáreas.
Pero hay muchas más actividades económicas que enferman a las comunidades y ponen bajo amenaza a muchas otras especies. El mar argentino, con su rica biodiversidad, podría convertirse en un desierto a causa de la depredación pesquera de flotas extranjeras (que cazan lobos y elefantes marinos, además de arrasar con el calamar y la merluza) y los bombardeos de las petroleras que, por ejemplo, afectan la geolocalización de las ballenas.
Las poblaciones del abejorro patagónico son cada vez menos numerosas y acotadas geográficamente por la invasión vía Chile del abejorro europeo, oficializado como especie invasiva porque trae enfermedades desconocidas y compite con el local por comida y lugares para anidar. ¿Y por qué se importa? “Simple: ¡negocios!”, responde a Sudestada Eduardo Zattara del Grupo de Ecología de la Polinización de la Universidad Nacional del Comahue-Conicet. “Los abejorros se traen porque son muy buenos polinizadores de cultivos de alto valor agregado, como los tomates, las paltas o los arándanos, y además son eficientes para cultivos en invernadero, rubro en el que las abejas melíferas son bastante deficientes”.
A comienzos de abril la Brigada de Control Ambiental (BCA), que depende de Cabandié, liberó en el partido bonaerense de Villarino diecinueve cardenales amarillos rescatados del tráfico ilegal. En este terreno no hubo que hacer mucho para superar a Sergio Bergman: el exministro de Mauricio Macri modificó y descartó regulaciones sobre protección de fauna silvestre poco antes de dejar el cargo, abriéndole la puerta a la legalización del tráfico de animales por la debilitación de normas técnicas que debían cumplir criaderos, zoológicos y cotos de caza.
No se tiene noticia de que la BCA inspeccione la deforestación, detenga las fumigaciones con agrotóxicos en comunidades rurales o el saqueo del agua por la megaminería. Tampoco se sabe si constatan la ocurrencia de sismos en alrededores de Vaca Muerta, donde las petroleras hacen fracking a tono con la apuesta del Gobierno a los combustibles fósiles.
Por el contrario, Cabandié defendió el plan que la gestión de Alberto Fernández negoció con China para instalar megagranjas porcinas. Se descarta que haya enviado la BCA a exigir estudios de impacto ambiental para emprendimientos que consumen gran cantidad de agua y generan perjuicios ambientales y sanitarios -posibilidad de nuevos virus zoonóticos incluida-.
El último Informe Planeta Vivo de la Organización Mundial de la Conservación sostiene que desde 1970 las poblaciones de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles se redujeron un 68 % a escala mundial, algo sin precedentes en millones de años. América Latina y África son las regiones más afectadas, y la mano capitalista está en cada ataque.
Si se quieren obtener resultados distintos, inútil seguir haciendo lo mismo, se dice popularmente. Aunque hable contra el deterioro de la biodiversidad, el Ministerio de Ambiente justifica su existencia con gestos que no modifican la matriz extractivista: allanamientos a particulares, leyes que legislan sobre lo ya legislado (y desfinanciado), compromisos generales en cumbres climáticas y stands de concientización. La esperanza de transformación reside en quienes luchan porque cuerpos, territorios y animales no humanos dejen de ser meras mercancías, por otro modelo para vivir, producir y consumir.
Por Valeria Foglia para Revista Sudestada