Nicolás Romano (Buenos Aires, 1951): Escritor y estibador retirado del puerto de Ushuaia. Ha recibido reconocimientos provinciales y nacionales, ganado varios concursos literarios y sus cuentos han aparecido en distintas antologías. En 2010 publicó A palo seco a través de la Editora Cultural de Tierra del Fuego, y en 2012 fue reeditado por la misma editorial.
Tercera parte: “Marginales y naufragios”
-¿Tenemos alguna identidad fueguina en el arte?
-Yo creo que sí. En Río Grande hay un grupo de escritores jóvenes, con Ale Pinto a la cabeza, que están haciendo muy linda poesía. Y la poesía del Mochi (Julio Leite). Pero ojo que como cuentista estuvo Lobodón Garra, Liborio Justo. Otro cuentista que me parece maravilloso es Francisco Coloane. Sus cuentos son un espectáculo, imperdibles. Lo comparan con Jack London… ¿Y por qué no comparar Jack London con Coloane? Escribieron sobre las mismas temáticas: cazadores, buscadores de oro, balleneros, naufragios, y son coetáneos. Uno buscando oro en Alaska, el otro cazando lobos en los canales fueguinos.
Dentro de esa temática marítima escribí, no solamente del puerto, de la vida del estibador, sino algunos cuentos de pescadores y naufragios. Me pasó una cosa muy graciosa cuando lo conocí a Bruno Di Benedetto (Nota: escritor de Puerto Madryn; su libro Crónicas de muertes dudosas ganó el Premio de Poesía Casa de las Américas 2010). Me pongo a contarle la historia del naufragio del Oceanus VII, que lo tengo escrito con el nombre Entre mundos (lo podés leer acá) en el libro A palo seco. Los Oceanus eran unos buques chinos calamareros, esos que de noche encienden luces halógenas alrededor del barco y los calamares se acercan y quedan enganchados en las puntas de las potas. Fueron varios Oceanus que vinieron a Ushuaia, y todos se terminaron hundiendo, naufragando. El Oceanus VII se hundió cerca de la Isla de los Estados. Parte de la tripulación, como tienen obligación de hacerlo, era argentina. Mi amigo Juan Segovia, que fue Secretario General de los Marineros, iba en el Oceanus. Él y el hermano, Derlis, estuvieron en ese naufragio donde se fueron al fondo varias personas. Ellos quedaron en un gomón, junto con un grupo de personas, dando vueltas al gatete, y la corriente se los fue llevando. Estuvieron como cuatro días así. El último día, pasados de frío y de agua, ya tenían principio de congelamiento en los pies. Algunos chinos perdieron los dedos. A fines del cuarto día, cerca de las Malvinas, en medio del mar, de noche, ven al Kongo, uno de los barcos pesqueros que nosotros estibábamos. Yo viví durante años de ese barco. Así como también le di de comer a mi familia con lo que me pagaron en el Oceanus VII. Eran barcos que yo había recorrido estibando, sacando de sus bodegas el calamar… Volviendo al relato: el Kongo les pasa por al lado, casi chocándolos. De casualidad un marinero japonés los vio, pegó el grito y los levantaron. Toda esta historia fue increíble y dolorosa. Pasó el tiempo, lo conozco a Bruno en una feria del libro en Río Grande, y nos ponemos a charlar. Lo traje para Ushuaia, y cuando veníamos se largó una nevada tremenda. Le conté del Oceanus VII y me dice que le sonaba la historia. Parece que una vez, en Madryn, le golpearon la puerta y era un tipo que quería escribir la historia de un naufragio y que Bruno lo ayudara. Él se ofreció a escribírselo. Le contó algunas cosas y no volvió más. Era otro sobreviviente del Oceanus VII. Y con los datos que le dejó este tipo, terminó escribiendo también un cuento sobre ese naufragio.
-Hace poco Mingo Gutiérrez me contó que siempre le interesaron más las historias marginales que la gran historia. Pienso que quizás vos, Leite y Mingo comparten ese gusto por lo marginal.
-¡Esa es la que vale! ¿Leíste Felices los normales de Fernández Retamar?
Felices los normales, esos seres extraños. Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente, una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida, los que no han sido calcinados por un amor devorante, los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más, los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros, los satisfechos, los gordos, los lindos, los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí, los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura, los flautistas acompañados por ratones, los vendedores y sus compradores, los caballeros ligeramente sobrehumanos, los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos, los delicados, los sensatos, los finos, los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles. Felices las aves, el estiércol, las piedras. Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños, las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos que sus padres y más delincuentes que sus hijos y más devorados por amores calcinantes. Que les dejen su sitio en el infierno, y basta. |
-Para acercar a la gente a tu literatura: ¿Tenés algo más publicado además de tu libro de cuentos A palo seco?
-Sí, tengo cuentos publicados en diversas antologías, como la que hizo el Banco de Tierra del Fuego en el 2011, la Antología Vidas Urbanas de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, en la Antología Ballena Varada de Biblioteca Nacional… A palo seco no se consigue. Ahora lo quieren publicar en Colombia. Cuando metieron el libro en los programas de varios colegios de Ushuaia, pedí en cultura que lo vuelvan a editar porque lo estaban usando como lectura obligatoria.
-¡Ahora te deben odiar los chicos! (risas)
-En una charla, en un colegio, les conté a los estudiantes la historia de Galeano, Ventanas sobre la memoria. Un artesano viejo debe dejar su oficio porque se le nubla la vista y le tiemblan las manos. Entonces va a pasar su arte a un artesano joven. Hacen el rito de iniciación: el artesano viejo le entrega al joven su mejor pieza de cerámica, y el joven no la guarda para adorarla, la toma, la parte contra el piso, toma algunos pedacitos y los incorpora a su arcilla. Terminé de contar esto y saltó una piba diciendo: “¿Entonces podemos romper tu libro, Nico?”. ¡Pero dejen alguno! Le contesté. (Risas)
Federico Rodríguez