Después de comer toda la carne que apetecíamos nos acostábamos delante de las brasas envueltos en nuestros quillangos para pasar la noche. La luz mortecina del fuego, en medio de la profunda oscuridad que nos rodeaba, parecía inspirar al cuentista, y uno de mis compañeros, quizás Tininisk, el del perfil de halcón, empezaba a hablar lentamente, dirigiéndose a las brasas, que removía de cuando en cuando con un palo. Todos lo escuchaban, pero nadie lo miraba ni demostraba especial interés en lo que decía. A veces se detenía a pensar, y hasta preguntaba algún nombre olvidado.

fragmento de EL ÚLTIMO CONFÍN DE LA TIERRA de E. Lucas BRIDGES, 1948.

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