En septiembre del 2016 comencé a dictar en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur un taller de escritura para veteranos de guerra. Dos clases después del inicio comprendí que el taller había fracasado.
Al primer encuentro solo vinieron tres asistentes. Dos de ellos eran conscriptos que habían estado con diferentes unidades en diferentes destinos de la isla Soledad y pertenecían al Centro de Heridos en Malvinas. No retuve sus nombres pero hablamos de la posguerra, de la inserción laboral fallida en la década del 80 y de las heridas tanto físicas como mentales que habían sufrido. El tercer veterano se presentó como Fernando Bernabé Santos, capitán de navío contador retirado, pero no habló mucho. Eso sí, escuchó y asintió con amabilidad.
Desde ya ninguno escribió nada, aunque pasamos una excelente tarde recordando, hablando de Malvinas y también del museo. A la segunda reunión solo vino Fernando. Esta vez conversamos con más tranquilidad y cuando me dijo que había sido parte de la tripulación del Transporte Polar Bahía Paraíso, le mencioné el excelente libro Hasta la última balsa de Daniel Cavalieri. “Yo aparezco ahí” dijo Fernando. Y empezó a contarme que para ese libro él había dado su testimonio contando la vez que habilitó a un grupo de operarios de Puerto Belgrano para que cortaran un costado de la puerta estanca entre la cocina y sala de máquinas… “Sí, para hacer pasar una marmita” le dije. La marmita no pasaba y había que hacerla entrar. Tenía muy presente la anécdota. “Sí, ese fui yo” dijo Fernando. Cuando vieron el agujero los oficiales maquinistas Alberto Berrino y Esteban Díaz empezaron a gritar pidiendo por el responsable. Esa tarde, Fernando me contó la historia del Bahía Paraíso con un nivel de detalles técnicos y una compenetración con lo que había vivido como parte de su tripulación que me transportó. Recién una hora y media después se detuvo, agregando que faltaba mucho por contar. Pero yo ya sabía que iba a escribir ese libro, el libro del ARA Bahía Paraíso.
La historia que había que contar estaba ahí. El transporte polar ARA Bahía Paraíso B-1 tenía una eslora de un poco más de 130 metros, un calado de 7 metros y un desplazamiento de 9.200 toneladas. Diseñado y construido íntegramente en el astillero argentino Príncipe y Menghi, se incorporó a la Armada Argentina el 12 de noviembre de 1981. Con una tripulación muy joven, el promedio estimado era de veinticinco años, zarpó en prueba de máquinas a cargo de su comandante, el capitán de fragata Ismael García, primero con destino a Uruguay y después a Península Valdés, donde sufrió un incendio.
Luego de volver a puerto, fue reparado y levó anclas de Buenos Aires el 26 de diciembre de 1981 junto al rompehielos ARA Almirante Irízar, con el que formaban la Fuerza Naval Antártica. Ochenta y siete días más tarde, el 23 de marzo de 1982, ya finalizando su campaña antártica y estando en Orcadas, se lo destacó a las Islas Georgias del Sur. Al día siguiente, 24 de marzo, fondeó en las inmediaciones de Puerto Leith. El 3 de abril junto a la corbeta ARA Guerrico y una fracción de infantes de marina del BIM1 conformó el Grupo de Tareas 60.1 cuyo objetivo era la ocupación de las Georgias.
Después de un combate en Grytviken, los ingleses levantaron bandera blanca, se rindieron y el Bahía Paraíso embarcó un total de 36 prisioneros, 22 Royal Marines y 14 civiles. Con los prisioneros todavía a bordo, el buque polar sirvió de puente naval para helicópteros que no tenían la autonomía suficiente para cruzar del continente a las islas. Luego, regresó a la base naval de Puerto Belgrano donde fue transformado en buque hospital.
A la tripulación se incorporaron 24 médicos y 50 enfermeros. Dos semanas después, el 27 de abril, convertido en la unidad de sanidad en combate más importante de los mares del sur, zarpó rumbo al norte de Malvinas donde recibió la noticia del hundimiento del crucero ARA General Belgrano. Durante siete días participó del rescate trayendo a casa 71 sobrevivientes y 18 caídos.
Después de ese operativo, quizás el operativo de rescate más exitoso de la historia naval en tiempos de guerra, el Bahía Paraíso realizó cuatro viajes a Malvinas, dos con las islas bajo bandera argentina y dos, luego, ya con las islas en poder enemigo. Recibiendo heridos de tierra y de los buques hospitales británicos, tuvo a bordo 315 heridos, de los cuales 71 fueron intervenidos quirúrgicamente, 40 de ellos con cirugía mayor. La sanidad en combate de Bahía Paraíso llegó a recibir casi 50 heridos en forma simultánea, algo poco frecuente en un hospital de tierra. El 18 de junio, después de la rendición, embarcó 1734 hombres para ser evacuados al continente. Sumando la tripulación del Buque y su cuerpo de médicos, eran más de 2000 personas a bordo.
El 20 se desembarcó a los soldados en Punta Quilla. Ese mismo día el Bahía Paraíso volvió a zarpar hacia Malvinas, donde embarcó otros 550 hombres y recién entonces regresó a Puerto Belgrano. El 27 de junio de 1982 volvió al puerto de Buenos Aires después de 184 días de haber zarpado para realizar su primera campaña antártica en el que era su viaje inaugural. El comandante Ismael García lo sintetizó así: “Operamos durante más de 6 meses, navegamos 25.000 millas y, a los 100 días de zarpados, abrimos nuestro diario de guerra. Así dicho parece muy simple, pero esos tres datos encierran inmensas cuotas de sacrificio, de trabajo, de voluntad, de profesionalismo, de alegrías y tristezas, de entrega total.”

Todos estos hechos, y muchos más y con mucho más detalle, aparecen contados por sus protagonistas en más de setenta entrevistas, armando un rompecabezas de testimonios, datos y recuerdos en ARA Bahía Paraíso. La historia del buque hospital que fue a la guerra de Malvinas. ¿Por qué elegí esa forma y no otra para narrar la historia del Bahía Paraíso? ¿Por qué una historia oral? En un primer momento pensé en un libro tradicional donde los testimonios fueran ilustrando una narración distanciada y precisa. Pero, a medida que fui haciendo las entrevistas, me di cuenta de que esas voces debían estar presentes sin modificación. Ellos, sus tripulantes, eran los que debían contar la historia. El resultado son los hombres narrándose a sí mismos, contando lo que vieron, lo que vivieron, lo que escucharon y lo que sintieron, y sus historias se entrecruzan con la historia del buque.

Para estos marinos y soldados fue una tarde, dos o tres horas, haciendo memoria y contando una de las partes más importantes de sus vidas. Para mí fueron años de escucharlos y trabajar con ellos y con sus voces a diario. Mi deuda entonces es doble. Como argentino, ellos son mis héroes, como historiador, son los narradores y protagonistas indiscutidos de este libro que, por eso mismo, no es mío, sino de ellos. Agrego algo más, no hubo una sola de las entrevistas en las que no me emocionara como no hubo una sola entrevista en la que no aprendiera muchísimo y de muy variados temas. No tengo dudas al respecto. Cada veterano de la guerra de Malvinas es un libro, o incluso dos, esperando ser escrito.
Todos los libros llevan en su interior la historia misma de su escritura. A veces es banal, a veces nunca se conoce, a veces sale a la luz y trasciende al mismo libro, opacándolo. La investigación, las entrevistas y la redacción de mi libro sobre el Bahía Paraíso fue un lento y sorprendente aprendizaje. Por momentos tenía la impresión de que yo no escribía el libro sino que el libro se escribía a sí mismo. Mientras degrababa las voces de los veteranos pensaba que el libro ya estaba hecho y que solamente alcanzaba con transcribirlo. Había que reunir esas voces y ponerlas por escrito. Yo era apenas un operario disciplinado que recibe instrucciones y las acomete con entusiasmo. Tan simple y complejo como eso.

El 28 de enero de 1989, mientras cumplía con la campaña antártica 88/89, el Bahía Paraíso encalló y naufragó frente a la base Palmer en la isla Anvers. La pérdida fue doble. Cuando se hundió, esos mares antárticos no solo se llevaron el buque sino también su recuerdo que se sostuvo en sus diferentes tripulaciones, en las anécdotas de la guerra y en algunas fotos. Ismael García, su primer comandante, señaló una vez: “Cuando los demás producían bajas, nosotros debíamos producir altas.”
Se trata de una de las tantas contradicciones de la guerra, pero no hay resignación ni sorpresa en esas palabras sino una vitalidad y una alegría en el servicio que trascienden el conflicto bélico del Atlántico Sur. Las entiendo como un eslabón importante, diría central, en la lucha argentina por su soberanía marítima y territorial. Y si alguna función tiene la historia es la divulgación, el estudio y la defensa de esos intereses.
Juan Terranova
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