-Mr. Smith -dijo Vallette en inglés-, estos señores almorzarán con nosotros.
-All rigth, sir.

No había pasado media hora cuando nos encontramos todos reunidos alrededor de la pequeña mesa que se hallaba en el centro de la casa, en una atmósfera de cocina bastante excitante para el estómago.

Nuestro menú era sencillo: abundante tortilla de huevos, guiso de pingüino con arroz, bizcocho marinero y té con leche.

Cada uno atacó la tortilla en proporción con su apetito y no puedo decir si era debido a la intensidad de éste que yo la encontré deliciosa con su gustito a anchoa.

El joven Acuña me hizo notar que ese gusto a pescado en la tortilla provenía de los huevos, que eran de pingüino; sus palabras fueron una verdadera sorpresa para nosotros; entonces Vallette nos dijo que afortunadamente el pingüino con su carne, y con sus huevos, salva todas las malas situaciones que puedan presentarse respecto a la falta de víveres.

-Nosotros juntamos los huevos en la época de la puesta, bien fresquitos, y los conservamos para consumirlos en todo el año; ahora les mostraré dónde tenemos nuestro relevo guardados los cinco mil huevos que acabamos de recoger para dejarlos a nuestro relevo y ellos a su vez harán lo mismo para los otros. En cuanto a los pingüinos, también hacemos una buena cosecha eligiendo a los más jóvenes, que ya hemos aprendido a conocer y que enseñaremos a los que nos relevan; cazándolos en la época en que están más gordos, uno está seguro de comer algo bueno, algo parecido a nuestro pato.

Nuestro cocinero Smith es un tigre para adobar el pingüino y dejarlo expuesto al frío hasta que pierda casi por completo el tufillo de pescado que tiene su carne; ahora podrán ustedes apreciarlo al comer este quiso.

Efectivamente, no era el guiso un plato exquisito, pero era bastante pasable y se dejaba comer fácilmente; indudablemente que entre la abundante pimienta y otras especies, el tufo a pescado de la carne había desaparecido, pero aquello era mucho mejor que ciertas carbonadas que se comen en el campo donde la carne por ser de animal recién muerto es durísima; el pingüino en el guiso que comíamos, era tierno y sabroso.

El té con leche condensada sorbido lentamente completó el almuerzo.

Fuente: Maveroff José Otto “Por los mares antárticos” – Bs. As. – Peuser- 1954.
Fragmento recopilado por Roberto Chenú en Antártida fantástica.

Seguí leyendo El Rompehielos: CULTURA

Deja tu comentario