El debate es constante y se replica en todos los espacios posibles. En las mesas familiares, en los colegios, en las salidas con amigos, en el grupo de whastapp, en las redes sociales. Parados en veredas que parecen irreconciliables están los que se paran del lado verde y aquellos que prefieren el celeste. Mientras tanto, en el Senado, se abre la instancia que marcará de manera definitiva la discusión.
Hace algunos días la vicepresidenta de la nación, Gabriela Michetti, afirmó, ante la pregunta que le formuló el periodista Gabriel Sued, que para ella ningún caso de aborto debe ser permitido, ni siquiera cuando se trata de embarazos producto de un abuso sexual: “Lo podés dar en adopción, ver qué te pasa en el embarazo, trabajar con psicólogo, no sé”. No sé. Así de cruel como suena retumba ese “no sé”.
“Entiendo el drama que significa, pero hay tantos dramas en la vida que uno no puede solucionar que no me parece que porque exista ese drama, digamos que a uno se le terminó la vida. O sea, podés dar en adopción el bebé y no te pasa nada”, continuó la presidenta provisional del Senado.
María Emilia R, madre adoptiva, reaccionó casi de manera inmediata: “De las declaraciones de Michetti me molesta todo pero ‘lo podés dar en adopción y no pasa nada’ es una falta de respeto a mis hijos y a todos los pibes que antes de ser adoptados pasaron una vida en la calle o en una institución”, escribió en su cuenta personal de la red social Twitter.
En contacto con EL ROMPEHIELOS, María Emilia agregó: “Una de las cosas más dolorosas que me pasó en el proceso de adopción de A. y B. fue darme cuenta, con mucha tristeza, que no había estado presente cuando me necesitaron de más chiquitos. Porque como yo no estaba con ellos, no había nadie para cuidarlos, y a veces había gente que los lastimaba. Todavía me culpo por no haberlos protegido”.
“Los pibes que están en la calle, o en instituciones esperando una familia no siempre tienen un mundo feliz. Las mujeres no entregan a sus bebés en adopción con una manta blanca tejida en un canasto de mimbre. Los pibes llegan a la institución maltratados, después de pasar por un montón de manos, de haber vivido en la calle, en el frío, con hambre y sin ningún ‘pro vida’ que los ayude”, dice con evidente certeza.
También es consciente María Emilia que no todo se trasforma mágicamente, que el proceso de adaptación a la nueva vida no está salido de un cuento de hadas: “Cuando llegan a una familia que los adopta, no cambian inmediatamente de chip a niño feliz. Sufren, se lastiman, padecen el abandono y tardan muchos años en encontrarse”.
“No hay ninguna relación entre la voluntad de abortar, por cualquier razón, y la adopción. Las mujeres que adoptamos no queremos que ninguna mujer se embarace y tenga un bebé no deseado para darlo en adopción”, enfatiza. “Por esto, es doloroso y una falta de respeto que los funcionarios, senadores y diputados ‘pro aborto clandestino‘ se acuerden ahora de hablar de adopción para frenar la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo”.
(N de R: El diálogo con María Emilia fue luego de haber coincidido con su hijo, con su pañuelo verde, en una marcha a favor de la legalización del aborto legal seguro y gratuito.)
Cuando se piensa en la adopción como un proceso romántico en el que el resultado son padres y madres recibiendo a niños y niñas que corren a sus brazos emocionados es porque nos hace falta una enorme cucharada de realidad. Las instituciones no son “Rincón de Luz” y una enorme cantidad de veces los responsables de esos espacios distan mucho de ser un personaje bueno y luminoso creado por Cris Morena.
Mientras los niños y niñas cumplen años sus posibilidades de ser adoptados decaen, cuando tienen un pariente que los visite una vez al año, siguen condenados a una vida forzada lejos de cualquier ambiente de familia ideal. Hay mucho por mejorar, claro, pero pensar en institucionalizar mujeres, de manera forzada, para que otros formen una familia, se asoma como una crueldad que se asemeja a un castigo.
Hace falta apenas “saltar el mostrador” para encontrarse con realidades que afectan también al otro lado de la historia, ¿qué pasa con esos hijos “dados”? ¿Qué sienten cuando se los pretende usar como escudo protector de un argumento egoísta?
Ángeles P. le contó a EL ROMPEHIELOS que fue adoptada recién nacida, en 1982: “Cuando era muy chiquita mi mamá me mostraba un libro con dibujos donde se explicaba cómo yo era una ‘hija del corazón’ y, básicamente, cómo yo había nacido de la panza de otra mamá, pero ella era mi mamá igual. Esto lo supe antes de saber leer, simplemente era algo que sabía, lo que para mí era normal”.
“Recuerdo que una vez en la primaria una compañera me preguntó delante de todos ¿Qué se siente ser adoptada? y yo me quedé anonadada por la pregunta porque por primera vez entendí que lo que para mí era lo normal para los otros tal vez no lo fuera. Le dije que no se sentía nada distinto a lo que sentía ella y no me volvió a preguntar más”, recuerda.
El relato de Ángeles sigue hasta llegar al punto de quiebre: “Cuando me dicen que es hipócrita que esté a favor del aborto legal, porque si fuera por eso yo no hubiera nacido, no puedo más que reírme y pensar que no tiene nada que ver una cosa con la otra, que hay millones de razones por las que podría no haber sido concebida ni nacido, que las casualidades cósmicas por las que llegué a este mundo nada tienen que ver con un problema de salud pública, por el que cientos de miles de mujeres al año se practican un aborto en la clandestinidad, muchas de ellas sufren consecuencias graves, y algunas hasta mueren”.
“Una de las pocas cosas que sé de mi madre biológica es que tuvo muchos hijos antes que yo, que era pobre y que para cuando quedó embarazada de mí se le hacía imposible pensar en mantener un hijo más. Si pienso en todas las mujeres que, como ella, viven situaciones similares, lo que menos quiero es obligarlas a transitar un embarazo, a parir y a dar el hijo en adopción, y lo único que quiero es que tengan la libertad de elegir, que no tengan que atravesar la situación de estar embarazadas y tener que dar el bebé en adopción mientras tienen que hacerse cargo de otros seis hijos chicos que la necesitan y encima en una situación socioeconómica precaria”, afirma con seguridad.
Ser una hija adoptiva no viene con la liviandad que aparece en las películas, “pienso que, lejos de la ‘romantización crismorénica‘ que se quiere imponer desde el lado ‘provida‘, no debe ser sencillo atravesar un embarazo y después tener que dar al bebé en adopción”, reflexiona Ángeles.
“Pienso que hay miles de historias y circunstancias particulares que atraviesan mujeres con un embarazo no deseado que muchas personas privilegiadas ni siquiera nos imaginamos que existen, pienso que es extremadamente cruel decir ‘dalo en adopción’, como si fuera fácil, como si todas pudieran hacerlo, como si las circunstancias de vida de todas las mujeres con un embarazo no deseado en este país fueran las ideales, como si todos los niños dados en adopción después vivieran como en ‘Chiquititas‘”.
¿Evitar la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo cambiará el diagnóstico de infertilidad? ¿De trombosis? ¿Evitará que los embarazos riesgosos sigan existiendo? ¿Mantener la clandestinidad hará que las instituciones donde se alojan a los niños y niñas sin hogar se agilicen? Los planteos suenan irrisorios, pues querer relacionar los temas parece tremendamente forzado. Se quiere subir todo a un mismo tren cuando queda claro que la vías son absolutamente diferentes.
Se puede luchar por la ley de trombofilia y estar a favor de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, se puede ser madre o hija adoptiva y querer lo mismo, también se puede tener un diagnóstico de infertilidad y no por eso esperar que otra mujer sea obligada a parir para cumplir con un deseo extraño.
“El diagnóstico de infertilidad te pega de una manera terrible: hay llantos, preguntas al cielo que en el 99% de los casos no tienen respuesta, dolor, muchísimo dolor… Con el paso del tiempo, se va aceptando la situación y la mente empieza a aclararse. En este último estado estoy yo desde hace algunos años”, le cuenta Victoria a EL ROMPEHIELOS.
“Se quiere usar nuestra condición de infértiles de excusa para decidir sobre los cuerpos de otras personas”, sentencia. “Estoy cansada de que nos usen como argumento para defender la negación del derecho absoluto que debería tener una persona, en este caso una mujer, sobre su propio cuerpo”.
Victoria, quien suele mantenerse al margen de las discusiones que se dan en las redes sociales, confiesa que hace algunos días, no aguantó más: “Hace un tiempo discutí el tema en un post de Facebook donde alguien decía que no le ‘cerraba la teoría de que un embrión no es un bebé’; también, en el mismo hilo, se hacía hincapié en que ‘todos fuimos un embrión´ y –aquí la parte que me hizo enojar– ‘ese embrión es un bebé que muchas mujeres desean tener y no pueden’. Me animé y respondí que (a mí entender) la gran diferencia entre un bebé y un embrión es elección de la madre: si quedas embarazada y sentís que es el momento correcto de ser madre (aunque lo hayas buscado o aunque sea un ‘error’ y venga de rebote) ese embrión será un bebé. Si no querías estar embarazada (porque no te cuidaste bien, o porque te cuidaste con todo lo que había y aún así falló) será un embrión”.
“Aunque no podamos tener hijos, aunque no existe una ley de adopción ágil que nos permita llegar a formar la tan deseada familia, no podemos inmiscuirnos en la decisión de miles de mujeres que, por la razón que sea, quieren interrumpir un embarazo”, asegura, tomando distancia.
Para Victoria, “hay que dejar de utilizar excusas. Hay que dejar de embarrar la cancha, de desviar la discusión, de mear fuera del tarro: este país está lleno de mujeres que no podemos tener hijos, que nunca tomaríamos la decisión de terminar un embarazo (aunque, nunca digas nunca, las circunstancias de la vida pueden cambiar tu punto de vista) y que, aún así, estamos a favor del derecho a que otras puedan tomar esa decisión”.
“No podemos seguir considerando a la mujer un mero envase, una incubadora donde ‘cocinar’ a la fuerza ese bebé que nosotras no podemos gestar”, reitera con asombrosa firmeza.
Claro que reconoce que hay mucho por lo que luchar aún: “Una ley de adopción digna de un país que tiene miles de niños institucionalizados y que pone todo tipo de trabas a aquellas personas que quieren brindarles amor y la seguridad de un hogar; una nueva ley de trombofilia, que permita que las mujeres que sufren de esa condición puedan diagnosticarse y tratarse lo más rápido posible, para que no tengan que seguir sufriendo; la aplicación al 100% de la ley de Educación Sexual para todos, por igual. Pero nunca, nunca, una condición personal como es la infertilidad puede darnos el derecho a la arrogancia de obligar a otra mujer a transcurrir un embarazo no deseado, o peligroso, o inviable”.
“Creo que el egoísmo es la clave aquí. No podemos ser egoístas. No puedo desear que otra persona pase por algo que no quiere sólo porque yo no puedo”.
Desear y poder. Derechos y necesidad. Legalidad y clandestinidad. Pares de palabras que sueltas, quizás, no signifiquen demasiado, pero cuando se tejen juntas empiezan a tener sentido. ¿Hasta dónde se puede avanzar sobre una persona que tiene una decisión tomada? Decisión que definitivamente no se toma a la ligera y que, una vez que se asume, se avanzará hacia donde se logre concretarlo.
Lo que a alguien le falta no habilita jamás el derecho de determinar lo que otra persona puede o debe hacer con su vida, con su realidad, con su presente y con su futuro. Sino, viviremos en un mundo en el que todo se regirá por normas forzadas, adaptadas a demandas egoístas.
Como si no viviéramos ya en una realidad que existe, que es y que no va a desaparecer mágicamente si se sigue criminalizando o condenando a la clandestinidad a las mujeres argentinas; porque una cosa es cierta, ¿saben cuántos abortos se van a evitar no legalizando la práctica? Ninguno, por supuesto.
María Fernanda Rossi