El kawésqar vive y habla de una manera más breve y simple que el español. Samán arkachoé, dice, para expresar la idea de “cuando el cielo se oscurece”. (…)
“Nosotros no teníamos ni machis ni brujos. A uno cuando niño lo sanaban los padres y cuando grande se sana solo”, dice Achacaz. “Jefes tampoco teníamos. No nos gustaban los jefes porque uno se manda solo, cada uno en su embarcación y tiene su propiedad. Eso es lo que más importa. Cada uno se manda. Nadie se metía a mandarlo a uno.” (…)
“¿En qué nos fijábamos en la hermosura de una mujer? ¡En cualquiera! Cualquiera era bonita. Cualquier mujer es buena. Las gordas eran más bonitas, porque son gordas, tienen buena cuerpada, grande para agarrar harta carne. Cuando uno tenía una mujer gorda significaba que uno también era buen cazador. Al hombre que tenía una mujer flaca le decían que era flojo. Los hombres podían ser de cualquier manera, flacos, gordos o qué se yo. Cada uno a su gusto no más.” (…)
“Mi padre se llamaba Walakial y mi madre Charlakeyo. Esos nombres no tienen un significado definido, son sólo nombres. Eran de la zona de Jetarké (Puerto Edén). Él tenía estatura mediana, era macizo, de pelo liso, ojos castaño claro y muy fuerte. Ella era del mismo tipo, pero de pelo bien largo. Era muy bonita y cariñosa con sus hijos. No nos besaba, pues eso no lo acostumbrábamos, pero sí me acariciaba la cabeza, la espalda y nos hablaba con amor.” (…)
“A veces me siento frente al mar y pienso: ¿Cuándo volveré a navegar? ¿Cuándo estaré nuevamente en el mar? Pero me estoy volviendo viejo. De repente me dan ganas de volver al mar, pero estoy quedando viejo.”
fragmentos de SAMÁN ARKACHOÉ (Historia de vida, testimonio alacalufe de Alberto Achacoz Walakial) de Carlos VEGA DELGADO, en REVISTA IMPACTOS Nro. 72, Septiembre 1995.