Un trabajo internacional publicado en Science, con participación del INTA Santa Cruz, revela que las sequías más frecuentes, intensas y prolongadas están afectando la capacidad de recuperación de los pastizales. El ingeniero e investigador Pablo Peri explica qué está pasando en la estepa, qué riesgos enfrenta la producción ovina y qué decisiones empiezan a ser necesarias.
La estepa patagónica está acostumbrada a convivir con la falta de agua. La sequía no es nueva. Lo que sí cambió —y preocupa— es su frecuencia, su duración y su intensidad. Así lo muestra un estudio científico de alcance global que analizó más de 70 tipos de pastizales en distintos continentes y del que Santa Cruz formó parte a través del INTA y su estación experimental en la estepa magallánica.
“Siempre hubo sequías, pero ahora ocurren más seguido, duran más tiempo y son más intensas”, explica en diálogo con LU14 Radio Provincia, Pablo Peri, coordinador del Programa Nacional Forestal del INTA, investigador del CONICET y profesor titular de la UNPA. Esa combinación empieza a dejar una huella profunda en los ecosistemas productivos.

Interceptadores de lluvia instalados en el campo experimental – Foto INTA
El trabajo, publicado en la revista Science luego de más de ocho años de ensayos, evaluó cómo responden los pastizales cuando se altera el régimen de lluvias.
En Santa Cruz, los investigadores “instalaron estructuras que permitieron simular distintos escenarios: parcelas que recibían la mitad del agua habitual y otras que recibían el doble”. El objetivo fue observar cómo reaccionan los pastizales ante extremos hídricos cada vez más frecuentes por efecto del cambio climático.


Cuando la lluvia vuelve, pero el pastizal no responde
Uno de los hallazgos centrales del estudio es que, después de sequías severas y repetidas, los pastizales no logran recuperar su productividad histórica, incluso cuando las precipitaciones vuelven a valores normales. “Se recuperan, sí, pero no a los niveles que tenían antes”.
Ese dato resulta indispensable para una provincia donde la producción ovina sigue siendo un pilar económico, cultural y territorial. La pérdida de biomasa vegetal “impacta de forma directa en la capacidad de carga de los campos y en la estabilidad productiva de los sistemas ganaderos”.
En Santa Cruz, este fenómeno no afecta de manera homogénea a toda la provincia. El investigador explica que “existen al menos seis regiones climáticas y, según proyecciones recientes, algunas zonas enfrentarán sequías más severas hacia fines de este siglo”. Y es a través de este estudio, que pueden conocer “dónde está ocurriendo y dónde va a ser más crítico”.

Adaptarse para sostener la producción
El desafío, explica Peri, no termina en el diagnóstico. El verdadero valor de este tipo de investigaciones aparece cuando la información se transforma en decisiones. “Después de aportar al conocimiento global, viene la tarea más difícil: adaptarnos al cambio climático”, resume.
Entre las estrategias que empiezan a ganar peso aparece la suplementación forrajera, ahora no solo como respuesta a inviernos duros, sino también como herramienta frente a eventos de sequía. Reservas de alfalfa o granos permiten atravesar períodos críticos y darle mayor previsibilidad a la producción.
La regeneración de los pastizales también es posible en muchos casos, aunque con límites. “Hay pastizales degradados que pueden mejorar con manejo adecuado del pastoreo”, explica. El problema aparece cuando se pierde la capa de suelo: ahí, la recuperación ya no depende de años, sino de siglos.

Ciencia, producción y políticas públicas
Para Pablo Peri, ningún sector puede enfrentar este escenario en soledad y es entonces cuando se necesita la articulación entre productores, Estado y comunidad científica. “Los productores toman decisiones e invierten; el Estado acompaña con políticas públicas; y la ciencia aporta información para que esas decisiones sean las mejores posibles”, sostiene.
En un territorio tan extenso como la estepa santacruceña, donde la producción también significa presencia humana y arraigo, sostener los sistemas productivos implica cuidar el suelo y anticiparse a los cambios que ya están en marcha.
El estudio pone a Santa Cruz en diálogo con investigadores de todo el mundo, al tiempo que deja un mensaje indispensable. Y es que, entender lo que está pasando es el primer paso para evitar que la sequía se lleve, además del agua, la capacidad de producir y habitar el territorio.