Con un convenio entre el CAP y la Fundación Bioandina, Santa Cruz incorpora sus áreas protegidas a una red nacional de santuarios del cóndor andino. Muestras, charlas y rescates recientes marcan un trabajo que crece en la cuenca. “De a poquito se van sumando más corazones a esto”, dice Silvia Peralta al describir el impacto comunitario.
Cuando todo empezó a mirarse hacia arriba
En la cuenca carbonífera, donde el viento arremolina las nubes bajas, hubo días en que todas las miradas se fueron hacia arriba. Mientras se inauguraba una muestra fotográfica sobre el programa de conservación del cóndor andino en el Centro de Residentes de Chile, el Consejo Agrario Provincial (CAP) y la Fundación Bioandina sellaron un convenio de cooperación que suma miles de kilómetros cuadrados de Santa Cruz a una red de santuarios para esta especie emblemática. La iniciativa acompaña, además, el proyecto de la senadora Natalia Gadano que busca declarar a la localidad como capital nacional del cóndor andino.

Silvia Peralta, integrante de la Fundación Bioandina, todavía habla con emoción de lo que pasó esos días en la cuenca. “Muy feliz con todo lo que aconteció, sobre todo con la firma de este convenio, que es muy importante para la Fundación Bioandina Argentina”, contó al aire de LU14. El acuerdo permite que las áreas protegidas de Santa Cruz se definan como santuarios del cóndor y se integren a un corredor de más de 70 mil kilómetros cuadrados en el país, pensado para cuidar a la mayor ave voladora terrestre del mundo.
Pero el papel firmado es apenas el punto de partida. Peralta insiste en que la conservación empieza por algo más cercano, más íntimo, como lo es el vínculo que cada persona construye con el animal y con el paisaje. “Vos no podés defender o cuidar lo que no amás y conocés”, resume, y ahí se abre el capítulo educativo del convenio. El plan incluye muestras itinerantes, charlas en escuelas y actividades con chicos y chicas de la cuenca para derribar mitos que todavía circulan alrededor del cóndor andino en distintos puntos del país.

Cuando la conservación empieza en el aula
En Río Turbio, la muestra fotográfica ya se convirtió en excusa para salir del aula y mirar el cielo. Equipos del CAP y de la Fundación Bioandina recorrieron colegios, contaron historias de rescates, explicaron por qué el cóndor no es un depredador de ganado y qué se debe hacer cuando aparece un ejemplar en problemas. En paralelo, la presencia de la muestra en el Centro de Residentes de Chile abrió un espacio para que vecinos y vecinas se acerquen, pregunten, compartan recuerdos de vuelos sobre las cumbres y empiecen a ver al cóndor como un patrimonio común.
Durante esos días, la teoría se cruzó con la urgencia. Peralta acompañó en persona el rescate de un cóndor juvenil en una estancia cercana, un ave pequeña y débil que encendió todas las alarmas. Ahí se puso en marcha el protocolo que articula al CAP con Gendarmería, Parques Nacionales, Policía Rural y otras instituciones.
La primera indicación siempre es la misma; no acercarse al animal, no intentar ayudar por cuenta propia y dar aviso inmediato a las autoridades para activar la red de especialistas. “Ahí se activa todo un protocolo”, explica la referente, que recuerda que Aerolíneas Argentinas traslada de forma gratuita a los cóndores rescatados desde distintos puntos del país hacia centros de rehabilitación.
La red invisible que sostiene al cóndor
Ese entramado de acuerdos, teléfonos que suenan a cualquier hora y vehículos que entran y salen de las estancias solo funciona si la información llega a las personas indicadas. Peralta lo ve en cada viaje. Hace poco, mientras cargaba combustible en La Esperanza, se puso a conversar con el administrador de una de las estancias más grandes de la zona, que ya conocía el trabajo de la Fundación y sabía con quién comunicarse ante una emergencia.

“De a poquito se van sumando más corazones a esto”, dice. Y en esa frase entra el rol de los medios, de las radios que llegan a los parajes, de los guardafaunas, de los docentes que transforman una charla en un proyecto escolar.
En la cuenca carbonífera, estas voluntades se sustancian en un convenio que suma áreas protegidas como santuarios, una muestra que invita a mirar fotos y después el cielo, escuelas que incorporan al cóndor en sus trabajos de investigación, estancieros que llaman antes de tomar decisiones equivocadas. A la distancia, el ave planea sobre cañadones y cordones negros, ajena al ruido de los humanos, pero atravesada por todo lo que se decida en tierra.
“La difusión, la comunicación y que llegue el conocimiento es fundamental para que podamos seguir disfrutando de la libertad maravillosa y del silencio como medicina que nos regala el cóndor andino”, resume. En Santa Cruz, cada vez más gente lo devuelve mirando hacia arriba.