El Gaucho Martín Fierro es un poema narrativo escrito en verso por José Hernández en 1872, obra literaria considerada ejemplar del género gauchesco. Debido a que tiene una continuación, La vuelta de Martín Fierro, escrita en 1879, este último libro también es conocido como «La vuelta» y la primera parte, como «La ida». Ambos libros han sido considerados como libro nacional de la Argentina, bajo el título genérico de «El Martín Fierro». Este libro ha aparecido literalmente en cientos de ediciones y ha sido traducido a más de 70 idiomas, entre ellos al esperanto y al quichua.

En conmemoración de la fecha de su publicación es que se ha determinado al 6 de diciembre como Día Nacional del Gaucho en la Argentina.

La palabra gaucho tiene su origen en el quichua y mapuche “huacho”, que significa huérfano. Su origen es el resultado de la mezcla de dos civilizaciones: la europea y la de los nativos de lo que hoy en día es Argentina.

Posiblemente, los primeros gauchos fueron personas que rompieron sus ataduras con el pasado y se marcharon a la soledad de la gran Pampa donde había agua y pastos tiernos para el ganado. Aunque la teoría más fuerte es de origen indígena.

Desarrollaron una increíble habilidad para para dominar el caballo (los cuales atrapaban del ganado cimarrón -salvaje- que habitaba la llanura pampeana), como así también para usar las “boleadoras” (tres piedras ligadas por una cuerda que, al lanzarse, se enredan en las patas de las reses), el cuchillo, el lazo y las técnicas adecuadas para la salazón de la mejor carne del mundo.

Pilchas gauchas con orgullo,

me gusta lucir a mí,

Porque ando cantando coplas,

Que en esta tierra aprendí

Cuando uno piensa en gauchos, inmediatamente se remite a los trabajadores rurales del siglo XVIII o del siglo XIX. Se imaginan bombachas alforzadas, botas de potro, ponchos y alpargatas. Definitivamente uno los piensa rodeados de animales, sobre todo en nuestra zona, de vacas, ovejas, algún chancho y sus compañeros inseparables: el caballo y el perro.

Pero cuánto mejor cuando a ese personaje pintoresco de “las pampas” (o de la más cruda estepa) podemos ponerle nombre y oficio.

Los fueguinos podemos pensar en el gaucho, claro, como un individuo abstracto, pero en su lugar pensamos en don Adrián Bitsch, que lavando cebaduras nos acompañaba cada mañana hasta la escuela o el trabajo. Con su voz cancina sonando en los micrófonos de Radio Nacional, “el doctor” supo ser fiel presencia para los que enfrentaban la madrugada larga en el medio de la nada.

O podemos imaginarlo con su viejo amigo. Uno casi que los nombraba de corrido cuando hablaba de ellos, era una especie de trabalenguas que lo unía a Fabián Zanini. Formador de “gauchos nuevos”, llevó la bandera de la salud dentro de las Estancias durante décadas. Yo, por ejemplo, supe lo que era la hidatidosis gracias a las excelentes campañas de prevención que desparramaron por los puestos.

El cura gaucho, el Reverendo Padre José Zink, fanático de River, del mate y del “agua bendita”. Reparador de almas y conciliador de creencias, fue sin duda una marca registrada de la estampa gauchesca de nuestra isla.

El que recorría caminos solitarios solo para bautizar a un ‘gurí’ o para acompañar hasta la casa de El Padre a algún amigo de esos que le había dado su andanza. Nunca sonó igual el “hermano” cuando él lo dejó de decir.

Cierro los ojos un rato y lo veo a Julio Rocha, que llevó el estandarte de la Federación Gaucha de Tierra del Fuego con portentosa seriedad, en el patio de la escuela 4, esa que estaba del otro lado del río Grande, cuando el río Grande era solo agua, una escuela, un frigorífico, una casa de empleados y una residencia estudiantil.

Cambia de a ratos las botas de su uniforme, pero lo que no le cambia es lo que lleva adentro: orgullo sereno de ser heredero de sus raíces.

Ya no se puede decir “Don Alazard” porque ese mote le cabría a varios frutos del mismo árbol. Madera dura que ha demostrado a lo largo de los años que el campo es cosa seria, que a las vacas no solo se les da de comer y se las lleva a la veranada, sino que pueden ser representantes exquisitos de las razas. Padre, hijo, nieto que hacen que Tierra del Fuego esté en la boca de los que más saben, demostrando que el trabajo concienzudo y riguroso da frutos. O carnes.

Exponentes del esfuerzo, la confianza, la sabiduría y la insistencia. Demostración de que el trabajo en conjunto viene en el ADN y que el resultado también se comparte.

Don Chacho Piñero, el abanderado de la plaza, artista impecable que le dio vida a la celeste y blanca innumerable cantidad de veces. Sombrero, bombacha, corralera y botas, tenida impecable que engalanó cada acto. Nunca fue para él un simple trabajo, el izado y el arreo de la insignia patria fue parte de la pasión que lo coronó.

De chiste picante y compañera eterna, se lo recuerda cada año en su terreno favorito, con un pelotón de paisanos que buscan el mejor reservado para rendirle homenaje.

Los Bruzzo, encantadores de caballos como no he visto ninguno. Semblante paciente y risa inesperada, en un mar de overos navegaron tranquilos. Tipos sencillos, viejos parceros que sostienen la herencia y la desprenden a sus hijos.

Y la lista es larga, los nombres asoman incansables. Algunos que fueron, otros que son, incluso más de uno que será en el futuro.

El gaucho ocupa hoy un espacio irreal en el imaginario citadino. La tecnología avanza y con ella el mundo se mueve cada vez con más velocidad, pero allí están ellos, manteniendo el paso, sosteniendo el linaje que será la semilla perenne brotando entre la maleza.

Muchas veces solos, con un trabajo que no deja de ser arduo y demasiadas veces ingrato. Armadores de historias, distintivos de la tierra.

 

María Fernanda Rossi

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